Cómo enterrar con arte a un arzobispo

La huella del siglo XXI en el interior de la catedral de Santiago es un “sueño” de Álvaro Siza (Matosinhos, Portugal, 1933), el reconocido arquitecto portugués que ha transformado la ciudad compostelana. Un espacio “de tono casi onírico”, como lo describe el director de la Fundación Catedral, Daniel Lorenzo –quien le hizo el encargo–, y que es, realmente, un tránsito entre la tierra y el cielo: un túmulo de refulgente mármol de Estremoz con tres nichos que acogerán los restos mortales de los arzobispos.



La intervención de Siza es realmente toda una capilla funeraria, que sorprende y reluce. Al túmulo –cuatro planchas de mármol de una tonelada cada una engarzadas “sin ningún tipo de “piezas metálicas”, describe el arquitecto– se le suman dos bancos de madera, una pequeña mesa de altar igualmente en madera y una cruz de plata que también ha diseñado el arquitecto portugués con idéntico criterio minimalista, y en la que el cuerpo de Cristo se transforma en una abstracción.

“Opté por una especie de sugerencia de la presencia del cuerpo –explica Siza–. De algún modo, es una fuga de la responsabilidad, pero, por otra parte, es una forma de representar lo que significa la cruz independientemente de tener el cuerpo de Cristo colgado”. El orfebre compostelano Antonio González –autor también de la cruz de plata incorporada el año pasado en conmemoración del Año Santo– es quien la ha ejecutado. Junto a ella luce una talla de la Virgen del siglo XIII, procedente del museo catedralicio.

La luz de la Resurrección

El nuevo recinto funerario se sitúa entre las capillas del Cristo de Burgos y de la Comunión, en un espacio conectado con la nave central que nunca había sido destinado al culto –y empleado como almacén, entre otros usos– , en el que ahora contrastan los siglos oscuros del granito con la deslumbrante modernidad del mármol, y en el que la luz de la Resurrección tiene además un papel protagonista.

Siza ha cuidado especialmente la iluminación, que combina la luz natural que entra por una ventana que da a un patio interior y tres lucernarios con las lámparas que asemejan cirios encendidos. “No hay luz violenta, el efecto es confortable”, describe.

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