Valentina Sala: “Si naces en paz quizá vivas en paz”

La religiosa de San José de la Aparición es obstetra del único hospital católico de Jerusalén

Las agujas del reloj señalan la medianoche. En la sala de partos número uno, Melwin busca a tientas en su computadora. Busca la canción preferida de su esposa Precilla que lleva más de un día de parto. Esperan su primer hijo. Son cristianos indios que emigraron a Tel Aviv y no tienen muchos recursos económicos. Acudieron a la maternidad del Hospital Saint Joseph, el único católico en Jerusalén, con personal árabe y considerado un hospital palestino.



La hermana Valentina ha estado con su paciente durante más de tres horas probando diferentes técnicas y ejercicios para ayudarla a tener un parto natural. De vez en cuando se asoma la doctora para comprobar cómo van las cosas, aunque no cree que eso surta efecto. Es ya tarde cuando Valentina se da por vencida y trasladan a quirófano a Precilla per practicarle una cesárea. El padre espera afuera. Pasa otra media hora antes de que pueda ver a su pequeño Eitan. Le permite justo una caricia y se lleva de nuevo al bebé en brazos.

Camina rápidamente por los pasillos en silencio y coloca en la cuna al pequeño, que lleva puesto un gorrito de colores. Son casi las cuatro de la mañana, pero Valentina no muestra signos de cansancio. Sus ojos claros brillan cuando mira a los bebés dormidos. Sobre las cunitas hay escritos muchos nombres árabes y algunos hebreos.

Es sorprendente en un hospital palestino en el barrio de Jerusalén Este que se convirtió en símbolo del conflicto con Gaza. El tesón femenino y el trabajo paciente e incansable de una mujer con doble vocación, la religiosa y la de médico, han hecho posible la convivencia y conocimiento mutuo en la maternidad del hospital Saint Joseph.

Una Presencia que la llama

Valentina Sala, de 45 años, de Lombardía, estaba felizmente comprometida cuando se retiró para acabar su tesis de obstetricia a una casa de religiosas de la Congregación de San José de la Aparición. Aquí le sucede algo: en la oración y en los rostros de las hermanas percibe la fuerza y la concreción de una Presencia que la llama. A la entrega total le sigue el miedo. En seguida la paz llega al corazón. Valentina, como San José, se predispuso a seguir los sueños de Dios.

Se dedicó a la pastoral juvenil en Italia hasta 2013 cuando la Congregación le pidió que partiera a Jerusalén donde debía poner en marcha la maternidad del hospital Saint Joseph, propiedad de las hermanas. Al personal árabe se le comunicó que era la obstetra sin imaginar que Valentina carecía por completo de experiencia en este ámbito.

La de Jerusalén fue su primera experiencia de comunidad al servicio de una institución. La casa de las religiosas está dentro del hospital. Sin saber ni inglés ni árabe, entró de puntillas en ese nuevo mundo. No podía comunicarse y por eso pasaba el día observando. Comenzó a visitar las maternidades de otros hospitales para tomar nota. En algunas notó cierta violencia obstétrica de parte del personal médico hacia las madres durante el parto.

Resistencia a la novedad

En los dos meses de guerra, Valentina se dio cuenta de que su contribución a la paz en esa tierra podía ser suprimir la violencia al menos en el momento del nacimiento. La empresa era difícil, porque implicaba cambiar un tipo de asistencia enraizada en el sistema cultural y social. No solo las enfermeras se resistieron a la novedad, también las propias mujeres. En especial, las árabes que llegaban a la sala de partos con sus madres.

Era inconcebible considerar a la parturienta como parte activa en el nacimiento del niño hasta el punto de que eran las madres las que decidían con las matronas cómo llevar a cabo el parto de sus hijas. A esto se añadía la preferencia de los médicos por el usar fórceps o por recurrir a la cesárea. Por eso, Valentina apenas dio crédito cuando una joven musulmana se puso a cuatro patas para dar a luz de manera natural y sin limitaciones.

Un parto en el agua

Una de las matronas de la planta tuvo una idea que hizo famoso al hospital en todo el país. Estaba embarazada y planteó dar a luz en el agua. Nadie usaba esta técnica en Jerusalén. Valentina fue pionera en implementarla. La piscina se utilizaba por mujeres embarazadas, pero no para el parto. Fue el ingeniero del hospital quien pidió a su mujer que diera a luz en el agua a su tercer hijo. Valentina se encontró en la tesitura de asistir un parto en el agua.

Varias parejas judías se interesaron por esta técnica y contactaron. Nunca antes los judíos habían pedido que sus hijos nacieran en un hospital considerado palestino. También fue una novedad para el personal árabe. Las matronas tenían miedo de cuidar a los judíos ortodoxos porque hablan otro idioma y tienen necesidades especiales. El escepticismo es mayor si tenemos en cuenta las humillaciones que padecen estas trabajadoras en los puestos de control israelíes.

En medio de la guerra

El hospital está cerca de la Explanada de las Mezquitas escenario de los sangrientos enfrentamientos. Resultó sorprendente que las parejas judías siguieran asistiendo al centro para dar a luz mientras que ingresaban palestinos heridos por la contienda.

Temió que sus matronas no pudieran manejar la tensión. Valentina piensa que, si ni siquiera la guerra ha quebrantado la confianza en el Saint Joseph, significa que algo ha sucedido en su hospital de Jerusalén, una ciudad en constante parto. Dios había hecho realidad su sueño.

*Reportaje original publicado en el número de febrero de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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