Irán, el país de los cuatro bautizos al año

  • Solo hay un obispo y cuatro sacerdotes, sufriendo otros consagrados la hostilidad política
  • Dominique Mathieu, nombrado hace un año arzobispo latino de Teherán, aún no ha podido entrar al país
  • También se ha expulsado a una anciana misionera italiana que llevaba 26 años en una leprosería

Irán celebra el aniversario de la Revolución Islámica

La República Islámica de Irán, potencia nuclear asentada en la corriente chií (la vive más del 90% del país, frente a apenas un 5% sunní) y que hace más de cuatro décadas vio cómo el Sah caía ante el ascenso de los ayatolás, es uno de los países en los que más complicado es ser cristiano. Hasta el punto de que, aunque Francisco nombró hace más de un año, en enero de 2021, al franciscano belga Dominique Mathieu como arzobispo latino de Teherán-Ispahan, aún no ha conseguido que las autoridades gubernamentales le concedan el necesario permiso para entrar al país.



Entre los 84 millones de iraníes, los cristianos, repartidos entre numerosas confesiones, son una pequeña gota en el océano, habiendo medio millón de fieles a Jesús de Nazaret. Y, entre ellos, los católicos apenas superan los 22.000, siendo los de rito latino unos 6.000.

Contra las Hijas de la Caridad

Otro claro ejemplo de hostigamiento a la minoría católica lo denunció en junio Vatican News cuando clamó contra la situación de la misionera italiana Giuseppina Berti, a la que, a sus 75 años y después de dedicarse en cuerpo y alma durante los 26 últimos en una leprosería de Tabriz, no se le renovó el visado, teniendo que abandonar su último hogar en Irán, la casa de las Hijas de la Caridad en Ispahan.

Además, con esa salida forzada también se ha comprometido la situación de su compañera misionera, la austriaca Fabiola Weiss, de 77 años y quien ya lleva 38 en la leprosería, entregada a los más vulnerables, sin hacer jamás distinción por condición étnica o religiosa alguna.

Siempre con los últimos

Por el momento, a Weiss se le ha renovado un año más el visado, aunque se le fuerza a abandonar la casa de Ispahan. Con lo que se obliga así a cerrar una misión fundada en 1937 y que, además de la leprosería, se ha dedicado durante décadas a la formación de jóvenes. Sin olvidar su acogida a cientos de niños huérfanos polacos que llegaron a Irán en 1942, en el momento más duro de la II Guerra Mundial.

Desde 1979, tras el triunfo de la Revolución Islámica, su colegio fue confiscado y las dos Hijas de la Caridad que hasta ahora había (en Teherán hay otras tres) se han centrado en su acogida a los más pobres, siempre con cuidado de evitar toda posible acusación de proselitismo, cuyas consecuencias podrían ser de la máxima gravedad para ellas.

Más expulsiones y confiscaciones

Aunque hay dos diócesis asirio-caldeas (Teherán-Ahwaz y Urmia-Salmas), una armenia y otra latina, la realidad del catolicismo iraní es que solo cuenta con un obispo y cuatro sacerdotes. Y es que, en 2019, al administrador patriarcal de Teherán de los caldeos, Ramzi Garmou, también se le revocó el visado y fue expulsado. Sin olvidar que, en 2016, también en Ispahan, fue confiscada la casa de los padres lazaristas.

En declaraciones a Asia News, el único obispo, Thomas Meram, prelado de Urmia y administrador de Teherán, ilustra con tres datos su realidad: el año pasado oficiaron “tres bodas, cuatro bautizos y 30 funerales”. Como constata, la pandemia ha vaciado unas iglesias de por sí golpeadas por la migración de su gente, habiendo momentos en los que, en plena crisis sanitaria, “solo 10 o 15 fieles asistían a las ceremonias”.

Cierta recuperación

Con todo, en una fase de cierta recuperación (ya asisten a misa unas 200 personas), también apunta a signos para la esperanza… “En junio celebraremos la comunión para un grupo de niños. Será la primera después de tres años en los que no fue posible celebrar el sacramento de la Eucaristía”.

Algo, claro, que han debido buscar con ahínco: “No ir a la iglesia se estaba convirtiendo en una costumbre, por lo que nosotros íbamos a las casas, a visitar a las familias, a encontrarlas y traerlas de vuelta”. Con los más jóvenes, la Iglesia en salida se ha manifestado en “encuentros semanales y al mantenernos en contacto con ellos, incluso online, durante las fases más duras de la pandemia”.

Tratar de que no emigren

Hoy, el reto es acompañar a los jóvenes y tratar de que no tengan que emigrar por falta de medios. “Los jóvenes –lamenta– no se atreven a casarse; les parece caro e insostenible. Y los que se casan no se atreven a tener hijos”.

Algo para lo que, admite Meram, de 78 años, sería necesario un relevo vocacional. Difícil hoy en día (“solo tenemos a un joven que estudia en el seminario de Erbil”), pero no se rinden: “Somos pocos, pero tratamos de hacerlo lo mejor posible para poder llegar a un número cada vez mayor de fieles en Irán y en la diáspora en Australia, Canadá y Europa”.

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