Ángel Moreno, de Buenafuente: “Si uno no conoce su interioridad, no sabe quién es”

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Suele decir que “no hay maestro si no hay discípulo”. Y Ángel Moreno Sancho (Trillo, Guadalajara, 1945) lo ha descubierto, sobre todo, siendo capellán de Buenafuente del Sistal, un “espacio acogedor para el acompañamiento espiritual”. Porque allí, en aquel apartado rincón del Alto Tajo, este sacerdote de la Diócesis de Sigüenza-Guadalajara ha tenido la oportunidad de “reflexionar para responder a las preguntas de tantos amigos y huéspedes”. Inquietudes que dan sentido a su “misión pastoral” y que le han convertido en autor de más de medio centenar de libros. El último de ellos, Te hablaré al corazón. Lectura orante de la Sagrada Escritura (Narcea), viene a sumarse a la docena de títulos publicados por la misma editorial desde 2014.



PREGUNTA.- Palabra y Eucaristía constituyen el centro de la vida cristiana. ¿Son también su mejor fuente de inspiración?

RESPUESTA.- La fuente de mis reflexiones y escritos es la pregunta que recibo y que ilumino con la Palabra de Dios. Yo hago mi oración diaria con los textos que ofrece la Iglesia en los distintos ciclos litúrgicos; esto me ha dado un saboreo de las Escrituras y un conocimiento sapiencial y creyente de los textos bíblicos.

P.- Sus libros proponen leer y orar la Sagrada Escritura, invitan a vivir los sacramentos, pero raro es el que no habla de amor, de misericordia… ¿A nuestra fe le faltan obras?

R.- Soy beneficiario del perdón de Dios, he sido nombrado por el papa Francisco misionero de la misericordia, me resuena en muchos momentos la parábola del criado injusto. Me escandalizo al ver que no aplicamos la medida con la que deseamos ser medidos. No podemos caer en la autojustificación del fariseo. La actitud que se recomienda es la humildad del publicano de la parábola.

Peregrinos por el desierto

P.- Otra constante de su obra es nuestra condición de peregrinos, la necesidad de ponernos en camino, de atravesar desiertos… ¿En Buenafuente ha encontrado su camino y su desierto?

R.- Habitar en la soledad, en un lugar vacío de presencia humana, puede asfixiar, porque lo natural es buscar relación social amistosa. Sin embargo, cuando uno se adentra en el desierto del corazón, descubre una relación insospechada, que –como dice el salmista– te envuelve a la vez que te habita. Si uno no conoce su propia interioridad, no sabe quién es. El profeta nos sirve el mejor titular: “La llevaré al desierto y le hablaré al corazón”.

P.- La adoración y la contemplación son dos actitudes a las que apela a menudo. ¿Cómo se cultivan en esta época de la inmediatez y las prisas?

R.- Me iluminó mucho una exégesis de Benedicto XVI sobre el significado de la adoración, según la etimología. En griego, significa sometimiento; y en latín, beso. Adorar es someterse al otro por amor. Además, cabe hacerlo como gesto solidario, como acaba de expresar el papa Francisco: me arrodillo para detener la violencia. (…)

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