Ángel Moreno: “Buenafuente es un hecho inesperado para la lógica humana”

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El nombre del sacerdote Ángel Moreno se ha mimetizado con el Buenafuente del Sistal, pueblo de Guadalajara con 17 habitantes, según el censo. Su presencia como capellán –que ahora cumple 50 años– del monasterio cisterciense ha logrado transformado el lugar en un auténtico foco de espiritualidad.

PREGUNTA.- ¿Qué queda del Buenafuente del Sistal de hace 50 años?

RESPUESTA.- Cuando llegué, en 1969, había una comunidad de monjas contemplativas, cistercienses, en medio del desierto humano, donde el silencio, la soledad, la pobreza y la naturaleza eran la riqueza del lugar. Hoy sigue viva la comunidad y el Sistal sigue siendo un lugar abierto para la oración en el corazón del Alto Tajo, donde el silencio, la soledad, la acogida son los dones permanentes que se comparten.

La vocación de la acogida

P: Cuáles han sido los pilares de esta evolución que se ha vivido en Buenafuente, su monasterio y los pueblos del entorno?

R: Sin duda, la obediencia a la Palabra de Dios, que se hacía pan en el desierto. Cuando contemplaba a los ancianos Abraham y Sara, estériles; a la viuda de Sarepta junto a su hijo, dispuestos a morir, y cómo por la hospitalidad fueron testigos del milagro. Estos ejemplos nos ayudaron a comprender la vocación benedictina de la acogida a los huéspedes y compartir la pobreza. La Regla manda acoger al huésped como al mismo Cristo en persona. Este mandato nos llevó no solo a recibir al que llegaba, sino a acompañar la soledad y el desamparo de los que permanecían en los pequeños pueblos.

P: Tras cinco décadas, su autobiografía, desde el título, parece mirar al futuro. ¿Por qué ‘Me parece soñar’ (PPC)?

R: Buenafuente ha sido, y es, un hecho tan inesperado para la lógica humana y los acontecimientos vividos tan sorpresivamente providenciales que uno no se atreve a comprenderlos como fruto de una estrategia, de un empeño. La concurrencia de personas, colaboraciones, tantos amigos unidos por la fe que, al evaluar la andadura, sin merma de realismo, porque lo vivido es historia y no sueño, resulta tan distante lo que ha sucedido a lo que podría uno imaginar, que me parece un sueño, como canta el salmista: “Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, nos parecía soñar”. Mi breve historia personal, a ochocientos años de vida del Monasterio, sin duda hace que podamos confiar en el Señor y abrazar su Providencia como antídoto contra toda sospecha y desconfianza.

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