Marcela, Marianna y Josefina: tres mujeres para hacer frente a los desafíos de la pandemia

Pensando sobre ello, la conclusión es que solo podían ser mujeres. En situaciones de crisis, las mujeres saben ponerse en primera línea con claridad y determinación. No sorprende encontrarlas en el corazón de la Comisión Vaticana Covid-19 creada por el papa Francisco en marzo de 2020 para reflexionar sobre los desafíos socioeconómicos y culturales que seguirán a la pandemia y proponer ideas para abordarlos.



Las elegidas son tres mujeres jóvenes. Marcela Chapa, Marianna Beltrami y Josefina Mas forman parte del equipo del padre Augusto Zampini, secretario adjunto que coordina la comisión presidida por el cardenal Peter Turkson (el otro secretario es monseñor Bruno-Marie Duffé). Su sola presencia habla del desafío de la comisión: encontrar nuevas respuestas a nuevas preguntas.

Sus currícula son interesantes. La directora Marcela, de 32 años, de México, estudió relaciones internacionales y economía socioecológica en México, donde fue profesora universitaria. Cuando la contactaron estaba en Viena, realizando un máster en economía y política socioecológica. Marianna, de 30 años, es italiana (de Trento). Josefina, de 22 años, de origen argentino, estudiaba en Roma. Fruto de una cuidadosa selección, pasaron tres entrevistas individuales, pruebas orales y escritas y entrevistas con consultores internacionales. Todas hablan al menos tres idiomas. Y en la oficina cambian constantemente de uno a otro.

La presencia de mujeres en la Comisión COVID-19 no se limita a la secretaría. A la cabeza de tres de los cuatro grupos de trabajo coordinados hay mujeres: Alessandra Smerilli de Economía, Chiara Martinelli y Jacqui Remond de Ecología, y Carol Keehan de Salud. Y cinco mujeres asisten a las coordinadoras.

El liderazgo de Augusto

Detrás de estas elecciones está él, Zampini, de cincuenta años y argentino de Buenos Aires. El sacerdote es además un abogado especialista en Derecho bancario y financiero, de brillante carrera jurídica. A los 35 años, ingresó en el seminario. “El padre Augusto no tiene ningún problema si la mejor candidata para su equipo es una mujer”, comenta Marcela.

Su trabajo, en la primera fase, fue de recopilación de documentos y coordinación con los socios internacionales involucrados en la comisión. Ahora han pasado a la fase de proyectos. La tarea de la secretaría es mantener unidos los distintos grupos de trabajo, task force, think-thank, en muchas ocasiones haciendo encaje de bolillos entre distintas zonas horarias y diferentes idiomas.

Una tarea complicada, pero como explica Marcela, “un reto apasionante porque estamos en un momento de cambio profundo, tanto para el mundo como para la Iglesia”. Su misma existencia es la primera novedad. “Estamos en un ambiente históricamente masculino, pero la comisión fue creada con un propósito muy específico. Y esto nos ayuda. Así como ayuda el liderazgo de Augusto, quien valora la competencia profesional. Cuando tenemos que hacer una consulta teológica, pregunta a teólogas”, explica Marcela.

Arrimar el hombro

Su oficina está ubicada en el Trastevere. Una habitación, tres escritorios, mezcla de idiomas. En este momento los esfuerzos están centrados en la vacuna. El Papa ha pedido que sea universalmente accesible y gratuita. Otros proyectos tienen que ver con la seguridad alimentaria, la investigación sobre la deuda externa y las reflexiones y los debates sobre la encíclica Laudato Si’.

Es un trabajo que involucra a cientos de personas en todo el mundo. Marcela explica que “la Comisión no tiene miedo de arrimar el hombro. Estamos en contacto con decenas de universidades y centros de investigación, incluso fuera de la red eclesial”. El “Grupo 2”, liderado por Augusto, tiene como misión el desarrollo de ideas. “Analizamos las necesidades que surgen gradualmente y tratar de dar las mejores respuestas”.

Entre jornada y jornada de trabajo ha nacido una amistad cimentada por la conciencia de trabajar por una misma misión. “Creemos en el sueño del Papa Francisco”, explica Marcela. Marianna, que había vivido en Inglaterra desde 2014, regresó a casa por el confinamiento. “De pronto me encontré aquí viendo de primera mano qué se puede cambiar, no solo en la Iglesia, sino en el mundo; es una experiencia única, emocionante y alentadora, porque te das cuenta de que el cambio es posible”.

Sin fecha límite

El objetivo “es hacer mirar hacia adelante yendo a la raíz de los males que esta pandemia ha sacado a la superficie”, asegura Marcella. Porque, recuerda Marianna, “como dijo el Papa, después de una crisis no podemos quedarnos como antes. O salimos mejores, o salimos peores”. Josefina, la más joven, todavía se emociona: “A veces, casi no puedo creer que esté aquí por las personas con las que estoy en contacto, por las que nos encontramos todos los días y por la misión que tenemos”.

La Comisión debía terminar su compromiso el verano pasado. Pero el ritmo de la pandemia ha prolongado su trabajo. No hay, por ahora, una fecha límite. “Trabajamos día a día”.

*Reportaje original publicada en el número de marzo de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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