Los obispos de Estados Unidos dan su aprobación ética a las vacunas de Pfizer y Moderna ante la “falta de alternativas”

Las ansiadas vacunas para paliar la pandemia del Covid-19 han llegado. De hecho, la Administración de Medicamentos y Alimentos estadounidense (por sus siglas en inglés, FDA), aprobaba ayer la vacuna de Pfizer y está en trámite para dar el visto bueno a la de Moderna y comenzar, así, su distribución. Sin embargo, la rápida obtención de estos medicamentos y su vinculación a la línea celular derivada HEK-293 han despertado diversos debates acerca de su seguridad y carácter ético, por lo que los obispos de Estados Unidos han dado un paso adelante en su defensa a través de un comunicado.



Así, el obispo Kevin C. Rhoades, de Fort Wayne-South Bend y presidente del Comité de Doctrina de la Conferencia de Obispos Católicos Estadounidense (USCCB), junto con el arzobispo Joseph F. Naumann de Kansas City, presidente del Comité para las Actividades Pro-Vida de la USCCB, han abordado en un escrito las preocupaciones morales planteadas por la supuesta conexión del origen de estas vacunas con tejido extraído de abortos.

Con respecto a las vacunas Pfizer y Moderna, los prelados concluyen que “en vista de la gravedad de la pandemia actual y la falta de disponibilidad de vacunas alternativas”, las razones para aceptar su administración “son lo suficientemente serias como para justificar su uso, a pesar de su conexión remota con líneas celulares moralmente comprometidas”. Con ello, los obispos se refieren a las células derivadas HEK-293, provenientes de un único feto abortado legalmente en Alemania en 1972, y a partir de las cuales se han investigado otras vacunas, como la de la rubeola, la hepatitis A y la del herpes Zoster.

Solo si no hay alternativa

Sin otra alternativa, “recibir una de las vacunas Covid-19 debe entenderse como un acto de caridad hacia los demás miembros de nuestra comunidad. De esta manera, vacunarse de manera segura contra el Covid-19 debe considerarse un acto de amor al prójimo y parte de nuestra responsabilidad moral por el bien común”, han afirmado los obispos.

Sin embargo, con respecto a la vacuna de AstraZeneca, consideran que está “más comprometida moralmente” y, por ello, la vacunación con ella “debe evitarse” si hay alternativas disponibles. “Puede resultar, sin embargo, que uno realmente no tiene una opción de vacuna, al menos, no sin una demora prolongada en la inmunización que puede tener graves consecuencias para la salud de uno mismo y la salud de otros”, apuntan. “En tal caso, estaría permitido aceptar la vacuna AstraZeneca”, añaden.

Por todo ello, los prelados han defendido que los católicos deben estar alerta para defender la investigación de vacunas contra el coronavirus que no tengan ninguna relación con células derivadas del aborto. “No deben desensibilizarnos ni debilitar nuestra determinación de oponernos a la maldad del aborto en sí y al posterior uso de células fetales en la investigación”, han recordado.

Estas declaraciones de los obispos estadounidenses van de la mano con el manifiesto de la Santa Sede en 2005, en el que se posicionó al respecto de la utilización de líneas celulares derivadas de fetos humanos. En ese momento, el Vaticano afirmaba que, siempre que no hubiese alternativa, los católicos podrían aceptar recibir este tipo de medicamentos, pero debían fomentar otro tipo de investigaciones.

Buscar otras vías de investigación

El debate sobre el uso de las células derivadas HEK-293 no es nuevo, el pasado mes de junio, cuando los laboratorios aun se hallaban ensayando las fórmulas, esta controversia, candente en Estados Unidos, llegó a España de la mano del cardenal Cañizares cuando, en una homilía, afirmó que “el demonio existe, en plena pandemia, intentando lleva a cabo investigaciones para vacunas y para curaciones. Nos encontramos con la dolorosísima noticia de que una de las vacunas se fabrica a base de células de fetos abortados y eso es ir en contra del hombre, eso es despreciar al hombre mismo. Primero se le mata con el aborto y después se le manipula”.

Sin embargo, tal como aceptan los obispos estadounidenses y queda de manifiesto por el hecho de que la misma línea celular de un único feto de hace décadas se ha usado en la investigación de innumerables tratamientos, esto no quiere decir que se interrumpa el desarrollo embrionario para elaborar medicamentos ni vacunas. Pero, a pesar de ello, la Iglesia –y parte de la comunidad científica– sigue defendiendo que se elaboren otras vías de investigación que no comprometan el desarrollo científico con el problema moral del aborto.

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