Víctimas del coronavirus: Carolina Martínez, “la que siempre canta y baila”

Carolina Martínez, misionera en África

Carolina Martínez, religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos, llevaba un tiempo retirada en una de las comunidades de la congregación en Madrid. Era su merecido descanso tras 40 años de servicio entregado como misionera en África, 15 en Chad y 25 en Camerún. A sus 83 años, el 7 de abril, el coronavirus segó la vida esta leonesa bondadosa, afable, sencilla. Pocas semanas antes, había compartido su testimonio en Vida Nueva, dejando un alud de anécdotas, como cuando salvaron a una mujer en un parto de gemelos: “Ya tenía a otros 10 hijos y costó, pero salió adelante. Al domingo siguiente, vino toda la familia a la iglesia y dejó en el ofertorio todos sus símbolos paganos, convirtiéndose al cristianismo. Era una familia amplia…, comandada por el esposo, que era polígamo y venía con todas sus mujeres”.



En dicha entrevista coincidió con Merche Calle Díaz, compañera de congregación, pasando ella toda su vida misionera en Paraguay. Pese a los miles de kilómetros que la separan de Madrid, lo ha sentido como si hubiera sostenido su mano en el último momento: “Viví solo 10 meses con Carolina, el tiempo que pasé en España de año sabático, pero sentí hondamente que era una persona muy entregada, servicial, generosa y sencilla, siempre disponible para lo que se la necesitaba, al estilo de Jesús, María y José”.

Mujer de oración

“Mujer de oración –ilustra–, muchos ratos la veía en la capilla, en paz y alegre. Otras veces, paseábamos y nos sentábamos en los bancos del parque, compartiendo ella los lindos momentos vividos en África. Al final, decía: ‘Hagamos una oración por ellos y por los tuyos del Paraguay’. Llevaba en sus entrañas ese ser misionera”.

Por ello, Calle la define como “el ángel silencioso. Como enfermera, cuidaba a cada una de las hermanas y no le importaba ni la hora ni el tiempo para atender a cada una de ellas, aunque tuviera que dejar de hacer sus cosas programadas”. “Cuando estuvo internada –recuerda–, era consciente de lo que tenía, pero siempre mantenía la esperanza. El doctor que la atendía resaltaba que era una persona fuerte, luchadora y de mucha fe. El día que pudo comulgar, escribió: ‘¡Qué alegría, hoy he recibido la comunión!’. A los pocos días, murió”.

Carolina Martínez, misionera en África

Un ángel en el cielo

“Adiós, Carolina –se despide–, gracias por tu ejemplo de vida. Nuestro buen padre, Pedro Bienvenido Noailles, se habrá alegrado de tu hacer y haber corrido hasta la meta, viviendo como una verdadera hija de la Sagrada Familia de Burdeos. Me siento feliz por haberte conocido y por haber compartido un poco de nuestras vidas. Serás mi ángel que, desde el cielo, me sostiene y alienta en el día a día. Un abrazo grande de hermana que te quiere y lleva en su corazón”.

También le rinde homenaje con gran emoción María Soledad García, otra religiosa de la Sagrada Familia de Burdeos que compartió con ella su camino misionero: “Carolina, hermana ¡qué ajena estabas tú a lo que venía sobre ti! Tenías tanto que hacer en ese momento… Eras la más valiente de tu comunidad y te afanabas en cuidar y hacer felices a las hermanas que sufrían. Siento que te fuiste sola, tan callando. ‘Con solo Dios’, te diría el Buen Padre. Los brazos de Dios te esperaban abiertos para recibirte, después de tanto buscarlo a Él en tu vida de oración y entrega. Después de tantas correrías por los campos y pueblos del Chad y Camerún, dándote a todos sin contar”.

Ayudó a muchos a nacer

“Recuerda –le dice en esta despedida a modo de carta– a los niños que venían con dificultad a las tantas de la noche, buscando a la buena comadrona, para que los ayudara a nacer. ¡Cómo te cuidabas de formar bien a tus enfermeros y ayudantes! Si faltaba agua en los pueblos, te las arreglabas para buscar recursos, financiar y cavar pozos con abundante agua”.

Un recuerdo que personaliza en “Julien, el leproso que, sin manos ni pies, cuidaba sus flores y las regaba bien. Le reñían porque en ese momento había poca agua. Julien, en su francés, decía: ‘Ma mère, aime, je rose’ (‘a mi madre le gusta, yo riego’). Te habrás encontrado con él en la casa del Padre y con tantos otros que tú ayudaste hasta el final”.

Así la llamaban los bananás

“Nos dejaste –finaliza García– con pena. Pensamos que Dios te quiere con Él… ‘Coron schonga, na di, zu… Así te decían los bananás: la que siempre canta y baila’. Sé la alegría de tu Dios en el cielo. Es el deseo de tus hermanas”.

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