“Cuarentena, diario de la peste en una villa de emergencia”

El autor relata cómo se desarrolla la vida en la villa durante la “peste” ─así la llaman los lugareños─ y cómo a pesar de esta situación de “emergencia” y crisis sanitaria, la vida en las villas se desnuda mostrando su mejor cara, pero también su rostro más vil, pobre y desgarrador.

Hoy, palabras como contagio, confinamiento, trazabilidad, curva a la baja, barbijo, sanitización, reinventarse, distancia social, etcétera, son términos o expresiones que se han vuelto comunes y, casi sin percibirlo, se han incorporado de lleno en nuestro vocabulario. Los hemos internalizado al extremo, que pareciera que todo se relaciona con este virus llamado COVID-19 y que ahora tiene a todo el mundo puesto de cabeza ¡tanto! que a muchos solo les ha quedado sacar toda su capacidad de resiliencia y de “reinventarse”. No obstante, en la otra vereda están los que lo han perdido todo y no saben o no pueden salir de la precariedad en la que viven.

Así es como en este mundo de la precariedad aparecen personas que intentan torcer la mano a las circunstancias, las adversidades, las enfermedades, las catástrofes y a la propia pandemia o “peste”, como la llaman en las villas de Buenos Aires. Así fue como al momento de decretarse la cuarentena en la ciudad de Buenos Aires, una nueva luz de esperanza surgía en una de las villas miserias, llamada, la Cárcova.

Un hombre de fe, generoso e inmerso en la realidad de las villas y motivado por el padre Pepe o padre villero ─como le dicen en la villa─, se ponía el overol para hacer algo más por quienes padecían las consecuencias de la “peste” y de su propia condición de “marginados”. El periodista ítalo-argentino, Alver Metalli sintió la necesidad de escribir las vivencias de la villa en tiempos de pandemia y plasmar aquellas historias de esfuerzo, trabajo, coraje y de amor a Dios en su libro, “Cuarentena: Diario de una peste en una villa de emergencia”, editado por San Pablo – Argentina.

Como editorial tuvimos la posibilidad de entrevistar a Alver Metalli, vía internet, y saber más acerca de cuáles son sus motivaciones de escribir este libro y qué espera de esta publicación, sobre todo cuando editar en estos tiempos se vuelve casi imposible. Es por eso, que, con gran generosidad, certeza y apertura, el autor reveló sus anhelos y “esperanzas” de vida para tanta gente que lo está pasando muy mal.

El compromiso de Alver

Pregunta: ¿Qué lo motivó e incentivó a sumergirse en la cotidianeidad de una villa y más aún en medio de la “peste”, como la llaman en las villas de Buenos Aires?

Respuesta: La “peste” me sorprendió en la villa, donde vivo desde hace siete años. ¿Por qué vine a vivir aquí? Me siento interpretado por lo que tuvo la bondad de escribir el Papa en la introducción a Cuarentena. «Lo hizo atraído por el testimonio del padre Pepe y porque sintió que así podía realizar mejor, con alegría, su vocación cristiana. Él mismo señala constantemente la pobreza como un lugar privilegiado para la misión cristiana, y eso ha tocado una cuerda que en mi vida ya estaba en tensión desde hace tiempo. En toda sociedad hay sectores donde la imagen del hospital de campaña resulta especialmente actual, donde la humanidad está herida, siendo explotada, sufriendo, y el cristianismo es una experiencia que rescata lo humano. Es apasionante ver cómo, a partir de una masa de gente disgregada y resignada como la que vive en las villas, poco a poco, se va formando un pueblo que mira el futuro con otros ojos y comprende que puede construir uno diferente y mejor.

P: El papa Francisco en el prólogo menciona las dos caras que presentan las “villas miserias”: su realidad más cruda y desgarradora, pero también el rostro de Dios en la generosidad y la esperanza que ayudan a paliar la precariedad de estas. La finalidad de su libro: ¿es resaltar más este último aspecto o sensibilizar a una “sociedad indiferente”?

R: Lo que me llevó a escribir Cuarentena fue tratar de hacer justicia al rostro completo de una villa en un momento en que la vida ya probada por las situaciones ordinarias ha sido trastornada por la irrupción de un factor externo imprevisto y amenazante. Es decir, que no hubo ningún propósito apologético a priori. Y una parte esencial de ese “rostro completo” de una villa miseria es la reacción de la gente a esta amenaza contra ella misma, contra sus hijos y contra lo que ama. Es precisamente de lo que habla el Papa en el prólogo, me refiero a la gran movilización, paradójica en un tiempo de aislamiento, de gente que cuida de otros antes y más que replegarse sobre sí misma. En un cuadro de Cuarentena, por ejemplo, lo describo en esos miles de personas que vienen a buscar comida. “En la villa del padre Pepe se reparte un plato de comida caliente todos los días al mediodía desde que empezó la cuarentena. Lo preparan hombres y mujeres que viven de esa manera su aislamiento. Ponen en riesgo su seguridad lo mismo que todas las personas que vienen a comer empujadas por la necesidad. Pelan papas, pican cebollas, cocinan, sirven los platos, lavan la vajilla, con todas las precauciones del caso. No quieren enfermarse, cuidan su salud y su vida, todos tienen hijos, nietos, abuelos que los esperan en casa y que esperan la comida que ellos llevan como palomas al nido. Hay albañiles, empleadas domésticas, mujeres que prestan servicio en casas acomodadas de los barrios vecinos, empleados públicos, algún trabajador del sector del transporte y muchos otros que no tienen trabajo y viven de changas, como llaman los argentinos a las ocupaciones precarias que ayudan a llegar a fin de mes. Todos ellos han quedado sin trabajo y dedican su tiempo y energías a aliviar las necesidades de los demás. Sin recibir nada a cambio, salvo un plato de la misma comida que cocinan para los que vienen a comer a la parroquia del padre Pepe”.

El P. Pepe y la vida en la villa

P: El P. Pepe dice que las villas ─por su estilo de vida─ pasan los 365 días del año en cuarentena. ¿Qué lo dejó más impactado, los efectos de la cuarentena o cómo se vive los 365 días del año en estas villas?

R: La vida cotidiana de la villa es lo que más me impresiona, una cotidianeidad sobre la que ha caído esta peste funesta, donde “los circuitos del cartón están cerrados y los que viven de recogerlo, ─los cartoneros como les llaman en Argentina─, no pueden circular para juntarlo y venderlo. Los recicladores de basura ya no pululan con sus carritos donde las montañas de basura son más prometedoras, como pude constatar al amanecer pocos días atrás. Los que vivían de pequeños trabajos: cortar el pasto en los jardines, barnizar un portón, pintar el frente de alguna casa, vaciar un sótano, o alquilar sus brazos por el día a una empresa de mudanzas, tampoco reciben ya ningún pedido. Los vendedores ambulantes que recorrían las calles de la villa dejaron estacionados sus remolques de chapa colorida. Las mujeres que freían papas y tortillas de maíz en las esquinas han apagado sus hornallas. Los jornaleros, muchos de ellos paraguayos, pasan sus días con las manos cruzadas. La economía informal, como se la suele llamar, está paralizada, el microcircuito de compraventa que mantenía con vida a la población de la villa se ha cortado. Comer se convierte en “una angustia cotidiana” que antes no existía, por lo menos en estas proporciones, y sinceramente resulta impresionante ver tanta gente en busca de comida.

P: La labor que realiza el P. Pepe y quienes colaboran desinteresadamente en las villas Cárcova, 13 de julio, Curita e Independencia, para dar acogida a los contagiados por la “peste”, ¿qué tiene de especial respecto de otras obras de caridad? ¿Es distinta? Y de ser así, ¿qué la hace tan especial?

R: No creo que se pueda hablar de una diversidad cualitativa respecto de otras obras que realizan otras realidades de la Iglesia argentina. Si algo puedo subrayar es el hacerse Iglesia que abraza de cerca la vida de la gente. Me refiero a eso en el libro cuando hablo de una analogía con las antiguas reducciones jesuíticas a lo largo del río Paraná y a «cierto paralelismo objetivo», como lo llama el padre Pepe di Paola, «entre dos realidades tan distantes en el tiempo y tan cercanas en la geografía». “Las reducciones unificaron, en un solo movimiento, la proclamación del mensaje de salvación con el misterio de Dios encarnado y la introducción de elementos civilizadores en las poblaciones indígenas que vivían en el actual territorio del Paraguay, casi todas de lengua guaraní. Las reducciones no fueron solamente “centros espirituales” o de catequización de los indios, sino un proyecto de gran alcance que incluía prácticamente todos los aspectos de la vida cotidiana y de la convivencia humana. Para Bergoglio (el Papa), las reducciones jesuíticas, son “una de las experiencias de evangelización y organización social más interesantes de la historia» que se llevó a cabo en la periferia del mundo conocido en aquel entonces.

La fe, el recurso de los más pobres

En su calidad de periodista, ¿qué le impresionó más en esta “cuarentena” (más de 120 días) en una de las villas? ¿Qué sentimientos afloraron y cómo los refleja en su libro?

R.: Que, en la lucha por la existencia, una existencia materialmente digna y llena de sentido, la fe es el gran recurso de los más pobres. Eso resulta más evidente que nunca con la pandemia. Una fe en la cual la confianza en Dios, el sobrellevar las adversidades, la compasión por el que está peor, es una fuerza de transformación que empuja para mejorar y para ser mejor. Sobre esto escribí un breve capítulo, titulado “Santos para encomendarse”. Los que son más invocados en este tiempo de pandemia, donde hablo del Gauchito Gil, un “santo sin aureola” del que ni siquiera hay documentos históricos ciertos. Junto con él están el cura Brochero, el cura gaucho canonizado hace poco por el papa Francisco. Está Don Bosco, muy querido en las villas, y también monseñor Romero, que llegó hace poco. Y están las Vírgenes, una gran variedad de Vírgenes. El reducto de los paraguayos en la villa “pone en el centro de sus devociones a la Patrona nacional del Paraguay, la Virgen de Caacupé, y los bolivianos responden con la de Copacabana, quien junto con la mexicana de Guadalupe es una de las más populares de América del Sur. La Virgen de Luján ocupa el corazón profundo de la villa y la de Itatí el corazón de los que emigraron del Chaco, una de las provincias más pobres. La última que llegó es la de Lourdes y tiene una gruta especialmente construida para ella en la villa, La Cárcova. Todas son Vírgenes Dolorosas, en su aspecto y en su nombre, y participan de la condición sufriente de los pueblos que quieren proteger. Y por eso los pueblos sienten que ellas se identifican con su precariedad en la tierra”. El Papa, que conoce muy bien estos lugares y esta gente, porque siempre los visitaba, en la introducción a Cuarentena dice que es «otro aspecto que la pandemia ha sacado a relucir, los recursos de una religiosidad popular que anima la vida del pueblo de las villas, con los valores de solidaridad y cercanía, y me hace decir que a veces estos lugares tan poco tomados en cuenta tienen mucho para enseñarle al resto de la ciudad. Esta religiosidad, o piedad popular, como tan bien ha dicho Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi, “refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer…”».

P: El papa Francisco ve este tiempo como una “oportunidad” para que la Iglesia sea como un hospital de campaña. Desde su experiencia en la villa durante la cuarentena, ¿los parroquianos de las villas sienten a una Iglesia presente, activa y que acoge?

R: ¡Vaya si la sienten! Más que nunca en estos días de la peste la Iglesia es un hospital de campaña, para usar “una expresión acuñada por Bergoglio después que fue elegido Papa, y de la que no hay rastros ─salvo desmentidas─ en el pasado. Usó la frase por primera vez en las conversaciones de agosto de 2014 (19, 23 y 29) con el director de La Civiltà Cattolica. En las respuestas al jesuita Antonio Spadaro, analizaba el rol que hoy tiene la Iglesia y señalaba las que a su criterio debían ser las prioridades de una pastoral eficaz. En un momento de la entrevista, retomando la pregunta de su interlocutor, se refirió a la Iglesia como un hospital de campaña después de la batalla. «Veo con claridad que lo que la Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad». Y aquí aparece la feliz expresión: «Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué inútil es preguntarle a un herido si tiene alto el colesterol o el azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos después del resto. Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental».


La gente de la villa

P: En su libro muestra el coraje y la generosidad de muchas personas como María Fernanda, que realiza labores de cocina en los centros de atención. ¿Qué fue lo que le impactó de ella? ¿Siente que su testimonio es más loable por ser una mujer?

R: Me impresionó su dedicación espontánea a la obra de otro, que evidentemente beneficia a gente como ella. Además, es paraguaya, y, por lo tanto, pertenece a una estirpe de mujeres que más de una vez el Papa ha llamado “heroicas”, por la manera como cargaron sobre sus hombros el destino de un país destruido por la guerra de la Triple Alianza.

P: En medio de la cuarentena, los tiroteos no cesaban en las villas, incluso usted atendió a alguien que fue herido de dos tiros. A Dios gracias, tuvo un final feliz. Esta persona cambió de vida y tiempo después le pidió ser padrino de bautismo de su hija ¿Cree que, si esta persona no hubiera sido atendida por usted oportunamente, otro sería su desenlace?

R: Te estás refiriendo a la historia de Marcos, en el cuadro 36 de Cuarentena. Es una de esas cosas misteriosas, un gesto de amabilidad que en un determinado momento toca el alma del otro más de lo que uno puede imaginar y es el origen de muchas consecuencias. No he vuelto a saber nada de ese muchacho, ni siquiera sé si está vivo, pero el propósito que hizo es definitivo, es parte del gran misterio que empuja la realidad hacia su cumplimiento.

P: Entre tantos ejemplos de vida, está el de otra mujer, la que tenía varios hijos y algunos de ellos producto de abusos y violaciones. ¿Qué le llamó la atención de esta mujer? ¿Diría que es otro testimonio de tantos santos y santas anónimos y que, a pesar de todo, no pierden su ilusión de vivir y ver el vaso medio lleno en medio de tanta desgracia?

R: El primer impulso de Felicitas, como llamo a esta mujer del día 32 de Cuarentena, es custodiar la vida, incluso si es fruto de una violación. Después vienen todos los problemas sobre cómo hacerlo. Y aquí llega el Hogar del abrazo maternal, que nació en la villa por iniciativa de mujeres que ayudan a otras como ellas a cuidar la vida de sus hijos, los nacidos y los que todavía no nacieron.

P: En el ámbito personal ¿Qué lección saca de este tiempo de cuarentena en la villa y qué mensaje intenta dar su libro?

R: Que verdaderamente la esperanza es la fuerza que se opone a la “peste”, más que el instinto de supervivencia. Y la esperanza es una virtud cristiana.

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