El Papa reivindica la memoria de “los fallecidos anónimos” de la pandemia del coronavirus

El Papa comenzó esta mañana su eucaristía diaria rezando por los muertos que ha provocado la emergencia sanitaria del coronavirus. “Oremos hoy por los difuntos a causa de la pandemia”, expresó Francisco, que se detuvo “de modo especial en aquello fallecidos ‘anónimos’”.  “Hemos visto las imágenes en las fosas comunes, son tantos…”, se lamentó en la plegaria inicial de la misa que ofició en la capilla de la residencia vaticana de Santa Marta.



 “Ser un buen misionero no significa tener grandes estructuras”, sentenció durante la homilía, que llamó la atención de cómo las estructuras eclesiales “tienen que ser testimonio”. “Tú puedes levantar una estructura muy funcional, perfecta en su desarrollo, pero sin testimonio cristiano será una gran obra de beneficencia, pero nada más que eso”, criticó Francisco.

¿Doy testimonio?

“Son obras buenas, pero no es el anuncio del Evangelio. No son lugares que permitan que el Padre atraiga al conocimiento de Jesús”, alertó. “La misión es dar testimonio de la propia fe. Sin testimonio no harás nada”, comentó, lanzando unas preguntas al aire a modo de examen de conciencia: “¿Doy testimonio? ¿De verdad mi estilo de vida es cristiano? ¿Rezo para el Padre atraiga a la gente hacia Jesús?”.

Para generar esa atracción, Francisco desveló su secreto: la oración. “Testimonio y oración. Sin  testimonio y oración no hay anuncio. Darás una bella predicación moral y harás cosas buenas, pero el Padre no tendrá la posibilidad de atraer a la gente a Jesús”.

Yo no convierto a nadie

“¿Para qué vas a las misiones? ¿A convertir a la gente? ¡Detente! Tú no vas a convertir a nadie. Es el Padre el que atrae a los corazones para conocer a Jesús”, manifestó el Obispo de Roma, convencido de que “nuestro testimonio abre la puerta a la gente y nuestra oración abre el corazón del Padre para que venga la gente”.

Desde ahí, compartió una experiencia personal vivida en Panamá: “Una señora que se veía que era buena se acercó con dos jóvenes y me dijo: ‘Mire este chico era protestante y esta muchacha, animista, y lo he convencido’”. A renglón seguido, remató su relato: “La señora era buena, pero yo perdí la paciencia y le dije: tú no has convertido a nadie, ha sido Dios quien tocó el corazón de la gente. Y no te olvides: testimonio, sí; proselitismo, no”.

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