Misioneros en tiempos de coronavirus: Ángel de la Victoria León (Camerún)

Ángel de la Victoria, misionero en Camerún

El javeriano Ángel de la Victoria León lleva 25 años encarnado en África. “Algunos me dicen –cuenta son sorna– que el nombre suena un poco rimbombante, pero no es por mérito mío, ni mucho menos, es solo herencia de mi familia. Soy natural de un pueblico de la ribera de Navarra llamado Milagro, conocido por sus cerezas y por la nobleza de su gente. Es allí donde nací, crecí y en donde paso algunos meses de vez en cuando vuelvo de vacaciones”.



Su historia misionera comenzó a bosquejarse ya en su juventud: “Un día tuve la suerte de conocer a un misionero javeriano que vino al instituto de Marcilla, en donde yo estudiaba el bachillerato, para hablar de la misión que estos llevaban adelante. Ese encuentro desencadenó luego algo que no me dejó más tranquilo y que me ha llevado a dar mi vida al Señor Jesús por la misión”.

Un camino para cada uno

“Mirando desde aquí –prosigue–, veo que mi vida no ha sido nada especial; he crecido en una familia sencilla en donde se respiraba el cariño y rodeado de personas que me han querido y de gente sencilla de pueblo, con una fe sencilla. Y me pregunto: ¿por qué me he hecho misionero javeriano y no agustino recoleto, a cuya comunidad he conocido desde pequeño al estar muy presentes en mi parroquia? Esto es un misterio y un signo de que el Señor sabe lo que hace y de que para cada uno tiene preparado un camino. El caso es que a partir de ese encuentro mi vida cambió y el sentido de ésta se focalizó en la misión y en dar mi vida por el anuncio del Evangelio”.

Tras un año en Italia para hacer el noviciado y unos meses en París para aprender el francés, el 1 de septiembre de 1989 llegó a Yaundé, la capital de Camerún, donde pasó cuatro años, un tiempo en el que pudo estudiar Teología. De la Victoria recuerda nítidamente “cuando llegué por primera vez a África, este continente tan soñado y del que tanto había oído hablar. Mis primeras impresiones fueron de encontrar algo que no me esperaba: una gran ciudad, bastante tráfico, grandes edificios… No era el África de los poblados del que me habían hablado, pero era África. Y por eso mismo descubrí y aprendí a mirar este continente con otros ojos, sin las ideas preconcebidas que llevaba en mí y que me impedían ver la realidad. Fue un período bonito de querer aprender, descubrir, apreciar, empaparme de esta nueva realidad que me rodeaba, y además era joven y con ganas de aprender”.

Aprendió el musey

Tras acabar Teología en 1993, solicitó poder hacer “una experiencia como diácono antes de ser ordenado sacerdote, para crecer y madurar un poco más”. Sus superiores le enviaron a Gunu Gaya, en Chad, “uno de los países más pobres del mundo y con una cultura totalmente distinta de la nuestra. Los primeros tiempos fueron un poquico difíciles, sobre todo por no entender nada de su idioma, pero, al mismo tiempo, fue un desafío ir avanzando paso a paso, como un niño que empieza a caminar. Aprender el musey fue una tarea ardua, pero muy gratificante. Y, después de muchos meses y de mucho esfuerzo, se produce el gran milagro de poder hablar con la gente en su idioma y comprender lo que ellos dicen y viven, lo que nos abre las puertas para profundizar sus costumbres y tradiciones”.

En Chad, “la tierra de primer anuncio, con gran parte de la población no cristiana, fue donde aprendí a amar la Palabra de Dios y la importancia de esta en la vida de cada persona. Los misioneros que me precedieron instauraron el método oral del anuncio del Evangelio aprovechando las tradiciones orales de esta gente y estos pueblos en donde todo se memoriza y todo se transmite oralmente. Cuántas horas pasé debajo de los grandes árboles repitiendo y memorizando, casi sin darme cuenta, los textos evangélicos y luego intentando sacarles el jugo y las repercusiones que ellos tienen en la vida de cada día. Fueron diez años muy bonitos, aunque con sus dificultades: la pobreza, el clima tan duro (con varios meses con unas temperaturas casi infernales), la malaria que de vez en cuando disminuía las fuerzas y el entusiasmo, los problemas políticos y sociales… Pero es curioso que el recuerdo es siempre positivo y muy entrañable”.

Vuelta a Chad

Tras esta primera experiencia misionera en África, sus superiores le pidieron regresar a España, fomentando el espíritu de lo vivido en Murcia y Andalucía. Después de otros “seis años de gracia” y, “aunque estaba a gusto, al mismo tiempo pedía poder regresar a África”. Fue en septiembre del 2009 cuando lo consiguió, “llegando de nuevo a Chad, y precisamente a Gunu Gaya, esta vez para trabajar en otras parroquias distintas, pero siempre con museys y en musey”.

De esa época viene su blog, Ecos de la sabana, “donde escribo de vez en cuando pequeñas historias de la vida cotidiana, que enviaba por Internet (toda una hazaña y una aventura), siendo mi hermana la que, desde el pueblo, publica lo que yo envío y cuelga algunas fotos”.

Formación de jóvenes misioneros

En Chad pasó otros tres años y medio, deparándole el destino “volver de nuevo à Yaundé, que había dejado casi 20 años atrás. No fue fácil dejar Chad para venir aquí, un verdadero acto de fe, pero yo me decía: ‘Si el Señor me ha acompañado hasta aquí, sin duda que lo seguirá haciendo’. Dejé la sabana por el bosque ecuatorial-tropical de Camerún y el trabajo a 100% con la gente de pueblo para consagrarme a la tarea de la formación de jóvenes misioneros que se preparan para su futuro trabajo. Mi presencia aquí es la de acompañar a estos jóvenes que se preparan para ser misioneros y os aseguro que es todo un desafío. Este año somos 20 de ocho nacionalidades distintas; casi como la ONU”.

Este 2020 celebrará los 25 años de su ordenación sacerdotal y, también, de su llegada a África. Un momento agridulce, pues, como todos, también ellos padecen los tristes efectos del coronavirus: “Los primeros casos eran todos ellos de gente que venía de Europa. Es cierto que, en medio de esta epidemia mundial, aquí la vida seguía normal y todos creíamos que, como nos decían los medios, la temperatura nos protegía, ya que tenemos unos 30ºC y, según decían, este virus no resistía a más de 26ºC. Pero al poco empezaron a desmentir esta teoría y el número de casos oficiales fue en aumento”.

Restricciones

Así hasta que el primer ministro decretara varias medidas contundentes, como el cierre de las fronteras o de las escuelas o la prohibición de reuniones de más de 50 personas. Pese a ello, “la vida continuó como si nada: personas por todos los sitios, mercados en donde la gente se amontona sin ninguna protección, coches y motos sobrecargados, reuniones que se han seguido haciendo, cuarentena no respetada por muchas personas, empezando por las autoridades… Nosotros paramos las reuniones y la catequesis, pero continuamos con las misas”.

Esos primeros días llegó a celebrar un funeral donde se concentraron más de 200 personas… Al final, optaron por “celebrar las misas del domingo, pero multiplicadas por cinco y en distintos espacios, con grupos de 50-70 personas, aprovechando cada celebración para insistir en la responsabilidad, en las medidas de prevención y en el estar en casa lo más posible”.

En clave de oración

Ahora, la situación es diferente: se han suprimido todas las misas, reuniones y encuentros con la gente. Y no hay fecha de vuelta… Su propia comunidad, compuesta por 21 personas, ha convertido la parroquia “en un lugar de oración por los demás, cercanos y lejanos, gente que sufre la enfermedad, cuidadores, personas solas, personas fallecidas y personas que nos piden de recordarlas en nuestra oración. Tras la misa, a las seis y media de la madrugada, hacemos la exposición del Santísimo, durante todo el día. Hemos hecho una lista para que, cada media hora, haya uno distinto de la comunidad que esté presente, y hay también algún vecino del barrio que viene a rezar. Al mediodía tocamos la campana y hacemos el ángelus y un momento de oración y de solidaridad por todos los afectados de la pandemia. Luego la adoración continúa hasta las siete de la tarde, cuando hacemos una oración y concluimos con la adoración”.

“Sabemos que es poco –lamenta–, pero es lo que pensamos que tenemos que hacer y es nuestro modo de colaborar en estos momentos”. En cuanto a la Semana Santa, “la hemos celebrado con intensidad, pero entre nosotros, con la presencia de alguna persona del barrio, pues dijimos que sería en privado. Hemos preparado cada día unas fichas y unos materiales que he enviado por WhatsApp a cientos de personas para poder vivir y celebrar en familia. Muchos han dado las gracias, pues les ha ayudado mucho. Quizás esta sea una de las cosas bonitas que podemos guardar de este periodo difícil de encierro: el descubrir la importancia de la Iglesia doméstica, de la Iglesia en familia. Descubrir que es en la familia en donde hemos recibido la fe, en donde hay que alimentarla y hay que celebrarla”.

Necesidad de salir…

Un ambiente diferente es el que se vive en las zonas rurales, donde “mucha gente sigue despreocupada y como si nada; mercados llenos, gente por muchos sitios, críos que no van a la escuela pero que venden cosillas por la calle. Nos preguntamos cómo evolucionará la cosa, pues aquí estamos en el reino de la indisciplina”.

“También es cierto –concluye– que uno se pregunta: ¿cómo va a hacer muchísima gente que vive el día al día? ¿Qué harán miles de mujeres que, de madrugada, están haciendo los buñuelos que luego venden en las calles o en la puerta de las escuelas y con los que logran alimentar a muchas personas en sus familias? ¿Qué harán miles de mujeres que pasan el día en la calle al borde de la acera vendiendo lo que tienen o pueden? ¿Qué harán las familias que no tienen nada o casi nada en la despensa, ni ninguna cuenta corriente ni ningún ahorro en el banco? ¿Cómo harán muchas familias numerosas si obligaran a pasar el día encerrados, pues viven muchas veces en una habitación o en dos, ya que no disponen de más espacio? ¿Qué harán muchas familias que no disponen de agua corriente en el barrio y que deben ir con un cubo a buscar el agua al pozo? ¿Qué harán muchas personas aquí, en donde es frecuente el que nos corten la luz y a veces durante varias horas seguidas? ¿Qué haremos si los contaminados aumentan y necesitan de una atención sanitaria muy precaria o casi inexistente?”.

Fondo de emergencia

Este religioso javeriano es un fiel ejemplo de la Iglesia en salida a la que el Papa quiere ayudar en un momento de gran dificultad. De hecho, Francisco ha creado un fondo de emergencia misionero con 700.000 euros para paliar el coronavirus. Estos recursos se distribuirán por medio de Obras Misionales Pontificias (OMP) en los territorios de misión más necesitados como consecuencia de la pandemia.

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