San Pedro se queda solo: la plaza y la Basílica, cerradas por coronavirus

“¡Mantenga la distancia de seguridad!”. El agente de la Policía italiana, con los codos apoyados en una de las barreras de acceso a la plaza de San Pedro, apenas levanta un instante la mirada de la pantalla de su teléfono móvil mientras se dirige a quien se le acerca, todavía a varios metros de distancia. Con dos compañeros vigila la entrada a este ágora que simboliza el corazón de la cristiandad y pertenece al territorio vaticano, aunque su vigilancia le corresponde al Estado italiano.



Los policías dejan pasar a una monja anciana y menuda que dice que va a rezar, pero rechazan desde lejos a un extranjero despistado que no se ha enterado de que tanto la plaza como la basílica “están cerradas para las visitas guiadas y los turistas”, según informó este martes la Santa Sede.

Todo es culpa de la epidemia de coronavirus, que obligó al Papa a celebrar el pasado domingo el Ángelus más extraño de su pontificado. Lo hizo dentro de la biblioteca del Palacio Apostólico mientras su imagen se retransmitía en video por las pantallas gigantes de la plaza de San Pedro, en la que se congregaron varios cientos de fieles pese al miedo a la enfermedad. En la tarde del martes, en cambio, en San Pedro no hay casi ni un alma. Ni en la plaza ni en la basílica, en cuyo interior los vigilantes esperan aburridos a que concluya su jornada laboral.

Llena de “presencia espiritual”

La única visitante es la anciana religiosa, que después de rezar un rato, asegura que para ella el templo no está vacío, pues se encuentra lleno de “presencia espiritual”. “Aquí hay enterrados muchos papas santos, empezando por san Pedro”, dice animada.

A pocos metros de la monja, que se despide prometiendo rezar “por las personas que encuentra cada día”, uno de los guardias más veteranos parece fastidiado por la falta de visitantes. “Nosotros estamos abiertos hasta las 18 horas, el horario de cierre habitual. El problema es que el Estado italiano ha bloqueado los accesos a la plaza. Aquí sigue celebrándose misa a las 17 horas y puede usted confesarse, si lo desea”, cuenta el vigilante. “Yo creo que esta situación no se dio ni en la Segunda Guerra Mundial, pues entonces la gente podía seguir entrando en la basílica sin problemas”.

Contemplar el interior del templo y pasear por su naves sin las habituales aglomeraciones de fieles y turistas es una experiencia difícil de olvidar. No hay nadie frente a la escultura de la ‘Piedad’ de Miguel Ángel, que habitualmente sólo puede verse de lejos y tras varias filas de visitantes. Y tampoco hay que sufrir los codazos y empujones que se sufren en ocasiones al detenerse delante del baldaquino.

“Culpa del miedo”

Sólo disturba el silencio del templo el ruido de una máquina para enlucir los suelos que utiliza un operario, que aprovecha la ausencia de visitantes para ir adelantando faena. “Espero que esta sea la única vez que veamos así la basílica. Todo esto es por culpa del miedo”, se lamenta un joven sacerdote que recorre con paso ligero la nave principal.

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