El debate sobre la maternidad subrogada divide a las mujeres

La fábrica produce niños hermosos y saludables. Para tenerlos basta pagar. Cada uno tiene un precio. Si nace de una madre blanca, es mayor, pero las blancas disponibles para vender el producto bien conservado y protegido nueve veces en su vientre, son pocas. Las mujeres que ponen a disposición su útero proceden de países más pobres. De Filipinas, por ejemplo.



Si quieres saber cómo funciona la producción moderna de niños; si queréis comprender cómo, en muchos países “avanzados”, se cree que se puede sustituir la maternidad, ‘leed The Farm’. Las novelas explican mejor que muchos ensayos. Joanne Ramos, la autora, nos lleva a ‘Olden Oak’s, una clínica de lujo que parece una ‘beauty farm’ en el estado de Nueva York, donde los blancos de la clase alta estadounidense pueden “encargar” a su “hijo”. No es difícil. Exponen sus deseos, firman un contrato lleno de cláusulas y distinciones y, después de nueve meses, reciben el “producto” solicitado.

Hasta entonces creció en el útero de una mujer, fue cuidado, tiene todos los órganos en su lugar. Para llevárselo hace falta solamente un bonito carrito. Caro y de moda, suponemos. ¿Quién hizo ese niño? ¿Por qué lo hizo? ¿Qué se siente después de dar a luz? ‘The farm’ habla de las mujeres que han cuidado durante nueve meses el “producto” encargado. Mujeres que dan a luz pero que no serán madres. En los nueve meses que pasaron en la clínica, fueron cuidadas, monitoreadas y supervisadas.

El negocio de producir niños

La calidad del producto dependía de su “funcionamiento” y tenía que ser perfecto. A cambio del servicio ofrecido reciben dinero, mucho, para ellas que son pobres inmigrantes y que no han encontrado otra manera de ganarse la vida. “¡El trabajo es fácil y el dinero es mucho!”, dice Jane, una de las protagonistas, que dejó a su hija para producir un hijo para su cliente.

No contaremos la trama de ‘The farm’. Del mecanismo perfecto e infernal que la rige. De cómo cambian los sentimientos, cambian las situaciones, interviene el destino, el cuerpo no siempre obedece. Dejamos esto a la lectura. Digamos que el libro, que ya es un éxito notable en los países anglosajones y que saldrá en primavera en Italia para ‘Ponte alle Grazie’, no es una novela distópica, no cuenta un futuro imaginario y aterrador que podría venir, sino que habla del presente, de cómo la maternidad se está transformando, de lo que ya sucede en muchos países del planeta, donde los niños son producidos, negociados y comprados, como cualquier otro objeto.

Un mundo real en el que la maternidad ya se ha convertido en “otro” y este “otro” abre escenarios en los que no solo se trata de ser madres sino de los pilares fundamentales de la vida, de la relación con el cuerpo, con hombres y mujeres, con la civilización como la hemos conocido hasta ahora.

¿En qué se convierte un mundo en el que los niños se compran, las madres son puestas a la venta, el cuerpo se convierte en objeto de contratación? Un mundo en el que la Gpa, ‘la gestación subrogada’, como se llama hipócritamente, se convierte en uno de los modos, para muchos el más cómodo, para otros (los homosexuales) el único posible para ‘tener’ un niño?

La cuestión está abierta en todo el planeta entre discusiones, críticas, quejas, protestas, propuestas de ley. Son muchos los que la apoyan y en nombre de los buenos sentimientos: la Gpa responde al deseo de paternidad de muchos, da respuesta a un amor, ese por los niños que de otra manera sería reprimido, da a muchos niños la posibilidad de tener padres que puedan ocuparse de ellos y a muchas mujeres la ocasión de hacer un regalo.

El valor de la naturaleza

¿Pero es realmente así? Sylviane Agacinski, filósofa francesa que siempre ha estado comprometida con los grandes temas de la bioética, ha escrito un folleto en el que aborda la cuestión. En ‘L’homme désicarné, du corps charnel au corps fabriqué’ expone conceptos claros y problemas inevitables. La civilización moderna, dice, se basa en el hecho de que el cuerpo humano es indisponible.

El uso de órganos femeninos en el Gpa es, en cambio, “una forma de servidumbre y esclavitud sin precedentes”. La prueba está seguramente en el hecho de que son los pobres del mundo quienes lo sufren y son los ricos y las ricas quienes compran su cuerpo y el niño que producen.

Pero Sylviane Agacinski va más allá. Discute el razonamiento benevolente en la base del Gpa. ¿Es suficiente el deseo, la intención de ser padres para pretender ser tales? ¿Es el deseo incorpóreo lo que importa? ¿Y entonces el cuerpo? El cuerpo –dice– no es solo un instrumento efectivo y extraordinario a nuestra disposición, el cuerpo somos nosotros, por lo tanto, no puede ser reemplazado por otro cuerpo incluso si este último obedece a nuestras intenciones y nuestros deseos. La intención, el deseo de tener un hijo no es suficiente, no son la base del proceso de filiación. La naturaleza está allí y aún conserva su valor.

Nuestro cuerpo no es un objeto, no nos pertenece

Agacinski sabe que existe una fuerte tendencia en otra dirección, la liberación de la carne, la muerte de la generación sexuada. Sabe que de esta manera se expresa hoy la voluntad de dominio sobre la naturaleza. Pero denuncia los peligros, los límites, la imprudencia. La cuestión de “Gestación subrogada”, la inversión de la idea y de la realidad de la maternidad no es una cuestión como tantas otras, sino que una tendencia de la modernidad en la que las tecnologías y el pensamiento ultraliberal pueden (¿están?) cambiando, eliminando los fundamentos de la vida y de la civilización. Si se puede nacer de manera diferente, la diferencia sexual es irrelevante.

También esa puede ser elegida por el deseo. “Nuestro cuerpo de carne es nuestro, pero no nos pertenece como cualquier objeto, es más bien una propiedad inalienable que no se puede dar o vender, como una bicicleta o una casa. La confusión entre las dos cosas está respaldada por la ideología liberal que quiere persuadirnos de que debido a que nuestro cuerpo nos pertenece, somos libres de hacer lo que queramos”, concluye.

Palabras claras y una duda para quien escribe: ¿las feministas también se equivocaron cuando gritaron “el útero es mío y lo gestiono yo” cuando reclamaron la propiedad de su cuerpo? No, no estaban equivocadas, asegura. Afirmar “nuestro cuerpo somos nosotros” no significa decir que nos pertenece como cualquier objeto, sino precisamente que es persona y, por lo tanto, no es alienable. Los seres humanos son su cuerpo. No se limitan a poseerlo. Parece obvio, pero hoy esto se cuestiona.

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