El clamor del Papa en el ‘calvario’ de Nagasaki: “Está en cada uno de nosotros la decisión de callar, burlar o profetizar”

Papa en Japón, en Nagasaki

El último acto de Bergoglio en Nagasaki, antes de volar a Hiroshima y culminar así su segundo día en Japón, ha sido una misa en el estadio de béisbol. Y, como siempre hace, el Papa ha centrado su homilía en las lecturas del día; en este caso, las del último Domingo del Tiempo Ordinario, solemnidad de Cristo Rey, donde el protagonista es el ‘buen ladrón’  que se arrepiente ante Jesús en la cruz.

“En este último domingo del año litúrgico -ha dicho Francisco- unimos nuestras voces a la del malhechor que, crucificado junto con Jesús, lo reconoció y lo proclamó rey. Allí, en el momento menos triunfal y glorioso, bajo los gritos de burlas y humillación, el bandido fue capaz de alzar la voz y realizar su profesión de fe. Son las últimas palabras que Jesús escucha y, a su vez, son las últimas palabras que Él dirige antes de entregarse a su Padre: ‘Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso’”.

Calvario en clave de esperanza

Así, “el pasado tortuoso del ladrón parece, por un instante, cobrar un nuevo sentido: acompañar de cerca el suplicio del Señor; y este instante no hace más que corroborar la vida del Señor: ofrecer siempre y en todas partes la salvación. El calvario, lugar de desconcierto e injusticia, donde la impotencia y la incomprensión se encuentran acompañadas por el murmullo y cuchicheo indiferente y justificador de los burlones de turno ante la muerte del inocente, se transforma, gracias a la actitud del buen ladrón, en una palabra de esperanza para toda la humanidad”.

En una lección más que válida para nuestro presente, el Papa defiende que “las burlas y gritos de ‘sálvate a ti mismo’ frente al inocente sufriente no serán la última palabra; es más, despertarán la voz de aquellos que se dejen tocar el corazón y se decidan por la compasión como auténtica forma para construir la Historia”.

Acompañar su suplicio

“Sabemos -ha reconocido- que no son pocas las veces que podemos caer en la atmósfera comodona del grito fácil e indiferente del ‘sálvate a ti mismo’, y perder la memoria de lo que significa cargar con el sufrimiento de tantos inocentes. Estas tierras experimentaron, como pocas, la capacidad destructora a la que puede llegar el ser humano. Por eso, como el buen ladrón, queremos vivir ese instante donde poder levantar nuestras voces y profesar nuestra fe en la defensa y el servicio del Señor, el Inocente sufriente. Queremos acompañar su suplicio, sostener su soledad y abandono, y escuchar, una vez más, que la salvación es la palabra que el Padre nos quiere ofrecer a todos: ‘Hoy estarás conmigo en el Paraíso’”.

Una experiencia de fe que anida en el corazón de los mártires nipones: “Salvación y certeza que testimoniaron valientemente con su vida san Pablo Miki y sus compañeros, así como los miles de mártires que jalonan vuestro patrimonio espiritual. Sobre sus huellas queremos caminar, sobre sus pasos queremos andar para profesar con valentía que el amor dado, entregado y celebrado por Cristo en la cruz, es capaz de vencer sobre todo tipo de odio, egoísmo, burla o evasión; es capaz de vencer sobre todo pesimismo inoperante o bienestar narcotizante, que termina por paralizar cualquier buena acción y elección”.

La ciudad futura

Y es que, “como nos recordaba el Concilio Vaticano II, lejos están de la verdad quienes, sabiendo que nosotros no tenemos aquí una ciudad permanente, sino que buscamos la futura, piensan que por ello podemos descuidar nuestros deberes terrenos, no advirtiendo que, precisamente, por esa misma fe profesada, estamos obligados a realizarlos de una manera tal que den cuenta y transparenten la nobleza de la vocación con la que hemos sido llamados”.

Partiendo de dos bases sólidas (“nuestra fe es en el Dios de los Vivientes” y “Cristo está vivo y actúa en medio nuestro, conduciéndonos a todos hacia la plenitud de vida”), el Papa ha recalcado que, “si nuestra misión como discípulos misioneros es la de ser testigos y heraldos de lo que vendrá, no podemos resignarnos ante el mal y los males, sino que nos impulsa a ser levadura de su Reino dondequiera que estemos: familia, trabajo, sociedad; ser una pequeña abertura en la que el Espíritu siga soplando esperanza entre los pueblos”.

Nuestra meta común

Porque “el Reino de los cielos es nuestra meta común, una meta que no puede ser solo para el mañana, sino que la imploramos y la comenzamos a vivir hoy, al lado de la indiferencia que rodea y silencia tantas veces a nuestros enfermos y discapacitados, a los ancianos y abandonados, a los refugiados y trabajadores extranjeros: todos ellos sacramento vivo de Cristo, nuestro Rey”.

“En el Calvario -ha profundizado-, muchas voces callaban, tantas otras se burlaban; tan solo la del ladrón fue capaz de alzarse y defender al inocente sufriente; toda una valiente profesión de fe. Está en cada uno de nosotros la decisión de callar, burlar o profetizar”.

Una herida difícil de curar

“Queridos hermanos -ha concluido-: Nagasaki lleva en su alma una herida difícil de curar, signo del sufrimiento inexplicable de tantos inocentes; víctimas atropelladas por las guerras de ayer, pero que siguen sufriendo hoy en esta tercera guerra mundial a pedazos. Alcemos nuestras voces aquí en una plegaria común por todos aquellos que hoy están sufriendo en su carne este pecado que clama al cielo, y para que cada vez sean más los que, como el buen ladrón, sean capaces de no callar ni burlarse, sino, con su voz, profetizar un reino de verdad y justicia, de santidad y gracia, de amor y de paz”.

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