El Padre Nuestro de Chaves Nogales

  • España le rinde homenaje 75 años después de su muerte ante su tumba sin lápida en Londres
  • Liberal en tiempos de odio, siempre denunció los fanatismos y apostó por la reconciliación

España ha cerrado una injusta herida que llevaba abierta muchos años. Lo hizo este pasado 13 de noviembre, cuando, en un homenaje organizado por el Gobierno de España, a través del Instituto Cervantes, se colocó un centro de flores ante una tumba sin nombre en el cementerio londinense de North Sheen. Un lugar en el que está enterrado Manuel Chaves Nogales, uno de los periodistas y escritores más fascinantes (y menos reconocidos) del primer tercio del siglo XX, muriendo en el exilio un 4 de mayo de 1944, con apenas 46 años.

Nacido en 1897 en Sevilla, fue todo un referente de las ideas liberales y humanistas en un tiempo de creciente convulsión que acabaría dando a luz a la más siniestra de nuestras pesadillas: la Guerra Civil. Autor de numerosos libros (a resaltar su biografía del torero Juan Belmonte y su ‘A sangre y fuego. Hérores, bestias y mártires en España’, escrito en 1937 y en el que se horrorizaba por la contienda incivil que estaba devastando nuestro país), escribió en los más prestigiosos periódicos de la época, como ‘La Voz’, ‘El Heraldo de Madrid’, ‘ABC’, ‘Estampa’, ‘La Gaceta Literaria’ o ‘Ahora’, del que fue su director, apoyando a Manuel Azaña en un momento de máxima tensión para la II República, ya bajo la sombra de un inminente levantamiento militar.

Primer exilio en París

Tras estallar la Guerra Civil y huir el Gobierno republicano de Madrid a Valencia, en 1937, decidió marcharse al exilio en París. Desde allí siempre clamó por el horror del enfrentamiento nacional y se mostró igualmente crítico con los dos extremos, el fascismo y el comunismo, condenando igualmente los crímenes y desmanes de ambos bandos. Ello le valió, seguramente, el olvido histórico, pues ningún colectivo (político, social, cultural o religioso) levantó su bandera tras su muerte.

Esta no le sorprendió en París, sino en Londres, adonde llegó tras la invasión nazi de Francia. En la capital inglesa pasó solo los últimos cuatro años de su vida, golpeado con un cáncer de estómago y con su mujer e hijos en España. No llegó a ver la derrota final de las tropas de Hitler, pero no dejó de aullar, desde su soledad, por la cultura de la fraternidad y el encuentro, siempre con la vista puesta en una futura reconciliación nacional.

Gracias a Trapiello

En el homenaje ante su tumba sin lápida en el cementerio londinense de North Sheen, en el que su nieto y el embajador español en Londres le pusieron flores rojas ante la mirada de compatriotas ilustres como Andrés Trapiello (el autor que más ha hecho por que los españoles de hoy conozcan a Chaves Nogales). Fue un acto sencillo y emotivo, en el que se llegó su prólogo de ‘A sangre y fuego’.

Para cerrar este texto, también a modo de cariñoso homenaje, acudimos al Chaves Nogales más espiritual. Aquel que, en su obra ‘La ciudad’ (1921), escribió una maravilla como esta: “Va cayendo la tarde; en los aledaños de la iglesia hay unas casitas pobres, viejísimas, con sus caras lavadas y sus zaguanes aljofifados. De ellas salen, a medida que las sombras se acercan, unas temblorosas viejecitas, el catrecillo bajo el brazo y el rosario entre los sarmientos de sus manos. Van pegadas a las paredes, fundiéndose en la sombra, hasta trasponer el atrio de la iglesia y arrellanarse en un rinconcito de la capilla donde se venera a Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, para permanecer allí amodorradas, musitando sus preces eternas… ‘Padre Nuestro, que estás en los cielos…’”.

La religiosidad popular sevillana

En el mismo texto, el genial autor recoge la esencia de la religiosidad popular sevillana: “Es una fe ciega, indestructible, más allá de los imperativos teologales y de la misteriosa atracción de las supersticiones. Adoran estas almas débiles, debilitadas, de los sevillanos, tanto al Dios, como al hombre extraordinariamente poderoso, símbolo de la fortaleza y el dolor, que supo crear el prodigioso imaginero, para pasmo y dominación de estos espíritus fluctuantes, estos caracteres difuminados, estas almas combatidas por tan diversos requerimientos; la ciudad entera viene una vez por semana a cobijarse en esta iglesia, bajo ese Gran Poder indefinido, esa suma total de potencias divinas y humanas”.

Un escrito vibrante que termina con un estallido de luz… “Tiene, además, esta imagen la reverencia que le otorga el ser la más fuerte emoción de nuestra Semana Santa. La salida procesional de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder, deja en el ánimo tal sensación de poderío y sublimidad, que durante todo el año, la visión grandiosa de los hieráticos penitentes perdura en el sensorio de quienes los vieron pasar, sobrecogidos, aterrorizados por el escalofrío de la madrugada y la nota desgarrada de una saeta”.

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