Emilia Pardo Bazán, un verso suelto que nunca dejó de mirar al cielo

  • La autora gallega rompió moldes al relatar el día a día de la sociedad, también en materia religiosa
  • Sin caer nunca en el anticlericalismo, clamó por “modernizar” España y un catolicismo a la “europea”

Emilia Pardo Bazán

A Emilia Pardo Bazán (1851-1921) se le pueden atribuir numerosas etiquetas: novelista, poeta, ensayista, periodista, polemista, feminista… Pero fue, ante todo, un volcán en constante efervescencia. Y, como hija de su época, una revolucionaria que, en su caminar convulso, pasó por todo tipo de etapas. Algo que también tuvo su reflejo en su relación con la espiritualidad.

Así, en su juventud, la autora gallega llegó incluso a simpatizar con el carlismo, contando la leyenda que, en los años del Sexenio Revolucionario, hizo de intermediaria para conseguir armas para las tropas tradicionalistas que luchaban contra los liberales, ideología que, por otro lado, ella defendería luego con pasión hasta el final de su vida.

Ensayo sobre un benedictino

Si bien la obra de Pardo Bazán fue muy prolífica, es muy significativo que su primer libro, publicado en 1876, fuera ‘Estudio crítico de las obras del padre Feijoo’, un ensayo sobre este benedictino del siglo XVIII que, para muchos, fue el referente, junto a Gregorio Mayans, de la llamada primera Ilustración española.

También es llamativo que, en esa época inicial, colaborara en la revista católica ‘La Ciencia Cristiana’, desde la que se mostraría crítica con las teorías evolucionistas de Charles Darwin. Con el tiempo, acabaría siendo una clara defensora de la necesidad de conciliar ciencia y fe, siempre desde el principio clave de mantener una posición crítica y no dejarse arrastrar por dogmas preestablecidos en un sentido u otro.

Un alto precio por su naturalismo

Un momento trascendental en su vida y en su carrera literaria se dio en 1883, cuando publicó ‘La cuestión palpitante’, un conjunto de artículos publicados en la revista ‘La Época’, así como su novela ‘La Tribuna’, protagonizada por una mujer trabajadora, algo inédito hasta entonces. En ambos textos se presentó ya como una autora libre y provocativa, despertando las iras de los sectores más ortodoxos de la sociedad (en lo político y en lo religioso) al mostrarse cercana a Émile Zola y a su naturalismo, que para los más críticos era simple “pornografía”.

En lo personal, le costó la separación amistosa de su marido, José Quiroga (padre de sus tres hijos), quien, para evitar que su imagen se deteriorara ante las numerosas polémicas en las que se veía envuelta, le pidió que dejara de escribir, a lo que ella se negó. Fue entonces cuando mantuvo una relación (nunca oficializada) con el también escritor Benito Pérez Galdós, que duró más de dos décadas. A la muerte de su marido, eso sí, le guardó luto y siempre guardó un alto afecto hacia él.

Tras el éxito en su fase naturalista, al poco entró de lleno en otra etapa creativa, más simbólica e idealista, cercana a la espiritualidad rusa, siendo Tolstoi su gran referente. Eso tuvo un reflejo en la mayor importancia que le dio a la presencia del catolicismo en la sociedad de su tiempo, siendo un claro ejemplo su obra ‘Una cristiana’, de 1890, en la que abordaba cuestiones como el remordimiento fruto del sentimiento religioso.

‘Por la Europa católica’

En 1901 publicó su obra ‘Por la Europa católica’, donde, al ilustrar cómo se vivía en otros países de nuestro contexto, junto a la mayoría de los referentes de la entonces dominante Generación del 98, clamaba “por la europeización de España”. De esa llamada no tardaría en alejarse Miguel de Unamuno (con el que trabó una honda amistad), quien abogaría precisamente por lo contrario: “españolizar Europa”.

Ese espíritu de defensa de “la modernización de la sociedad” (aunque sin entrar apenas en combates esenciales para muchos autores de su época, como la denuncia del clericalismo), y en especial su constante lucha a favor de los derechos de la mujer, fueron ya la constante de su creación literaria (y de su vivencia personal) hasta el final de su vida. Tras su muerte, el 12 de mayo de 1921, en Madrid, el país entero la despidió como una de las mejores retratistas de su discurrir diario. En lo pequeño y en lo grande. A ras de suelo… y mirando al cielo.

Con todo, lo mejor para atisbar el alma de un autor, es acercarse a su voz. Y en esta frase late con toda la fuerza del mundo la genuina Emilia Pardo Bazán: “No hay palanca más poderosa que una creencia para mover las multitudes humanas; no en vano se dice que la religión liga y aprieta a los hombres”. ¡Vuela alto, verso libre!

Noticias relacionadas
Compartir