Jesús en la celebración de la Pasión del Viernes Santo es “el prototipo de todos los rechazados, los desheredados y los ‘descartados’ de la tierra”

  • El papa Francisco preside los sobrios oficios del Viernes Santo en la basílica de San Pedro
  • El predicador pontificio Raniero Cantalamessa recordó que la tarea de la Iglesia es “ponerse de la parte de los pobres y los débiles, de ser la voz de quien no tiene voz” como hace Bergoglio

 

El Viernes Santo litúrgicamente ofrece la máxima sobriedad. La celebración de la Misa se suspende para contemplar al Crucificado. También esta sobriedad llega a la Basílica de San Pedro donde la celebración de la Pasión comienza casi a media luz, sin cantos de la coral y con una procesión de entrada reducida. Y frente al baldaquino de Bernini con el altar completamente desnudo, el papa Francisco se postra en oración sobre el suelo.

Así ha comenzado una celebración en latín que ha incluido, como es habitual, una Liturgia de la Palabra en torno al texto de la Pasión del evangelista san Juan, la Adoración de la Cruz y el Rito de la Comunión. Solo recogimiento, oración y devoción entre los rayos de luz que se colaban por las ventanas de la cúpula de Miguel Ángel.

Contemplar a los descartados

El Papa, que preside la celebración, en cambio no hace la homilía. Ha sido, un año más el predicador de la Casa Pontificia Rainiero Cantalamessa el encargado de hacerlo. Sin más ornamento litúrgico que si hábito de capuchino, Cantalamessa ha invitado a contemplar al Crucificado “como el prototipo y el representante de todos los rechazados, los desheredados y los ‘descartados’ de la tierra, aquellos ante los cuales se gira el rostro hacia otra parte para no ver”.

Para el predicador el testimonio de pobreza comienza desde el nacimiento en un establo de Belén, “un auténtico certificado de pobreza en el Israel de entonces”, ha señalado. Su vida también fue un continuo testimonio en el mismo sentido. Y en la Pasión –como se representa en las esculturas del ‘Ecce homo’ –, castigado en el patíbulo, representa “el prototipo de las personas maniatadas, solas, en manos de soldados y bandidos que desfogan sobre los pobres desgraciados la rabia y la crueldad que han acumulado en la vida”.

“En la cruz, Jesús de Nazaret se convierte en el emblema de toda esta humanidad humillada y ofendida”, señaló el capuchino. “A cualquier pueblo, raza o religión que pertenezcáis, tenéis el derecho de reclamarlo como vuestro” ha interpelado dirigiéndose de los “despreciados, rechazados, parias de toda la tierra”. “Nadie sabe el dolor que he experimentado; nadie, excepto Jesús”, ha rememorado Cantalamessa haciendo referencia a los cánticos espirituales de los esclavos africanos.

Esperanza del Resucitado

Más allá del sentido social, para el capuchino “aquella muerte redimió al mundo del pecado, llevó el amor de Dios al punto más lejano y más oscuro en el que la humanidad se había metido en su huida de él, es decir, en la muerte”. Por eso el predicador ha puesto de manifiesto al Resucitado. “Jesús no ha devuelto sólo una dignidad a los desheredados del mundo; ¡les ha dado una esperanza!”, clamó.

Mirando a los poderosos y “vencedores”, les recordó que el de Jesús es un “mensaje, como siempre, de amor y de salvación, no de odio o venganza” pero al final “todos están sometidos a la misma ley y a los mismos límites humanos”. Por eso, la tarea de la Iglesia es “ponerse de la parte de los pobres y los débiles, de ser la voz de quien no tiene voz y, gracias a Dios, es lo que hace, sobre todo en su pastor supremo”, añadió Cantalamessa mirando a Francisco. algo que, concluyó, también se traduce en “promover la paz” frente a todo silencio cómplice.

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