Iván Pérez del Río: “En los fieles también ha habido un silencio reverencial hacia el cura ante casos de abusos”

  • El psicólogo y teólogo asturiano publica el libro ‘El papel de la psicología en la formación sacerdotal’
  • “Toda la comunidad eclesial ha de ser partícipe y responsable de la formación de sacerdotes o religiosos”

Ivan Perez del Rio

Psicólogo y teólogo, Iván Pérez del Río acaba de publicar su libro ‘El papel de la psicología en la formación sacerdotal’ (Buena Prensa). En él hace un análisis de la evaluación psicológica a los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa, especialmente enfocado a intentar evitar los casos de abusos sexuales en el seno de la Iglesia.

En relación a estos, los expertos recomiendan prestar atención a tres puntos: la selección, la preparación adecuada de los formadores en los seminarios y al acompañamiento cualificado durante la formación. Por este motivo, el libro del también asesor pedagógico de la editorial SM trata de responder a la primera de las recomendaciones, siendo una invitación a considerar el psicodiagnóstico como parte ineludible del proceso de selección y formación de los seminaristas y religiosos.

PREGUNTA.- ¿Qué herramientas tiene la psicología para detectar estos casos?

RESPUESTA.- El libro abarca, sobre todo, la necesidad de hacer un buen psicodiagnóstico previo a la admisión al seminario o a la casa de formación. En ese sentido, la psicología aporta herramientas precisas para esa evaluación psicológica y para abrir caminos de crecimiento a lo largo de la formación. Resulta complicado diagnosticar a personas que puedan cometer abusos. El psicodiagnóstico no da certezas, no puede decir “esta persona puede cometer un acto delictivo de este tipo”.

Los expertos señalan seis señales, que han de leerse de modo integral, nunca por separado. Estas son: confusión en la orientación sexual, escasez de relaciones entre iguales, intereses y comportamientos infantiles, desarrollo unilateral del área sexual, historia de violencias o de experiencias sexuales que entran en el área de la parafilia y una personalidad extremadamente pasiva, introvertida, conformista y dependiente. Pero insisto, estas señales no se pueden considerar de modo aislado, hay que hacer una lectura integral en diálogo con la biografía de la persona.

P.- ¿Podría fomentarse más el acompañamiento psicológico en la vida religiosa y el sacerdocio? ¿Qué consideración se le da ahora?

R.- Las orientaciones que se han dado en las últimas Ratios de formación insisten en trabajar diferentes dimensiones a lo largo de la formación del seminarista: la espiritual, la humana, la pastoral y la intelectual. Me parece que durante un tiempo esta formación se ha concebido como algo fragmentado, entendiendo un foro externo y otro interno como si estuvieran desconectados. La clave, y en eso se insiste ahora, es en una formación integral.

Hay que trabajar de modo integral estas dimensiones, para ello es clave el acompañamiento del que tienen que ser responsables personas competentes y muy formadas. A veces puede darse el caso de formadores con escasa formación o cualificación para una labor tan delicada y comprometida. En este sentido, quisiera destacar la gran labor de la Compañía de Jesús que ofrece una formación sólida a futuros formadores (por ejemplo: escuela de formadores de Salamanca, Instituto de psicología de la Universidad Gregoriana…).

Como dice el papa Francisco en la última Ratio también es necesario que a los procesos de formación se incorporen laicos y laicas. Esto, a mi modo de ver, es fundamental. En la formación del futuro sacerdote o religioso la comunidad eclesial entera ha de ser partícipe y responsable. El papa Benedicto XVI, a pesar de su corto pontificado, ha publicado numerosos documentos relacionados con la formación de los futuros sacerdotes, incluso uno en el que se habla directa y únicamente del uso de la psicología en la formación.

Por último, diría que toda esta formación habría que extenderse también a todos los agentes de pastoral; y habría de considerarse no sólo ‘ad extra’ (en las relaciones pastorales, con niños y adolescentes), también ‘ad intra’ (el abuso entre religiosos y religiosas, en casas de formación o a nivel institucional también se da).

P.- En su opinión, ¿por qué han tardado tantos años en salir a la luz los casos de abusos? ¿A qué se debe ese virus que es el encubrimiento?

R.- Creo que se ha debido, fundamentalmente, al miedo. A veces ha primado más la imagen institucional que la atención a la víctima; o mantener un determinado prestigio y status, que el enfrentar y asumir la verdad. El papa Benedicto XVI expresó “consternación, desazón y traición a los fieles” y el papa Francisco ha denunciado con palabras muy duras esta realidad, nos ha recordado en no pocas ocasiones la necesidad de prestar atención a la relación desordenada con el poder, al conformismo ante la injusticia, y a la preocupación excesiva por la propia imagen.

Todo esto, a mi modo de ver, está en la base de ese “mirar para otro lado” de ese “ocultamiento” tan terrible. Esto ha provocado un daño grande a las víctimas, ya que no se las ha escuchado y, a veces incluso, se ha desplazado el problema a otra comunidad parroquial. En la película ‘Spotlight’ aparecen reflejados muy bien esos destinos continuos de curas pederastas de una parroquia a otra, trasladando el problema de un lugar a otro.

Por otra parte, me parece que aunque se han dado denuncias por parte de los fieles, también ha habido un silencio reverencial hacia la figura del cura: “Cómo lo voy a denunciar”. Y el sacerdote es una persona como cualquiera de nosotros, en su humanidad a veces se puede dar enfermedad, y como en todos hay grietas, fragilidades, errores… Por tanto, hay que romper con ese silencio reverencial. El sacerdote es uno más, que puede cometer errores y que cuando el error es un delito hay que denunciarlo.

P.- ¿Hay alguna manera de reparar el daño causado?

R.- Para que una víctima dé el paso de denunciar y de hacer explícito que ha sido abusada sexualmente tiene que darse un proceso, en la mayoría de los casos muy doloroso. Cuando es capaz de poner palabras, de denunciarlo, se da una liberación y cierta “desculpabilización”. Si después de este duro proceso lo que recibe es “encubrimiento”, “silencio”, se produce un daño enorme en la víctima.

Una primera medida para reparar el daño es “acompañar, escuchar y acoger” a las víctimas, también “pedir perdón”, y por último “actuar” en esa línea de “tolerancia cero” (al sacerdote, religioso o religiosa que ha abusado hay que ponerle a disposición de la justicia civil, retirarle del servicio y poner a su disposición todas las ayudas posibles; del mismo modo a aquel que haya encubierto deliberadamente actos tan atroces).

El libro se titula ‘El papel de la psicología en la formación sacerdotal’. Es un título que representa algo que se adivina a nivel eclesial cuando se habla de formación, un énfasis demasiado grande en lo sacerdotal. No me cabe ninguna duda de que la mujer tiene mucho que aportar a la Iglesia. Obviarla es un error enorme. En la actualidad esta es la realidad. Con ello se niega una realidad palpable, primero que es su principal activo (basta con ir a una iglesia cualquier día) y, segundo, todas las capacidades con las que enriquecería el tejido eclesial. Creo que este mensaje lo hemos de repetir sin descanso, y cada uno desde nuestra pequeña responsabilidad hacerlo efectivo: a nivel eclesial hay que dar la palabra a la mujer.

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