García de Cortázar: “La España de hoy es una tierra donde habita el olvido”

  • El autor habla con Vida Nueva acerca de su nuevo libro, ‘Católicos en tiempos de confusión’
  • “Más allá de los errores de la Iglesia, hay que recordar cuánto hay de cristianismo en las tendencias  de emancipación y justicia social que han ido brotando en nuestro mundo moderno”

Fernando García de Cortázar

Fernando García de Cortázar se ha convertido, a lo largo de sus años de carrera y gracias a sus más de setenta libros publicados y cientos de artículos periodísticos, en uno de los historiadores más leídos de nuestro país. Y precisamente a España dedica ‘Católicos en tiempos de confusión’ (Ediciones Encuentro), un libro cuyo objetivo es “hacer ver la responsabilidad que tenemos los católicos ante lo que está ocurriendo”.

Pero ‘Católicos en tiempos de confusión’ no es un libro únicamente dirigido a los quienes viven y manifiestan su fe, sino también para aquellos ciudadanos que “ven en el legado evangélico, en el sermón de la Montaña, no una garantía de la inmortalidad sino la definición y defensa de un conjunto de principios y valores que constituyen la médula de nuestra civilización occidental y de la propia España”. Es en este punto donde coinciden “los que agradecemos a Dios nuestra fe en Él” y los que, “sin disfrutar de ella”, podrían ser considerados “cristianos culturales o agnósticos católicos, como algunos intelectuales relevantes se han denominado a sí mismos”.

PREGUNTA.- ¿Cómo definiría la actualidad española? ¿Cuáles son los principales retos a los que nos enfrentamos?

RESPUESTA.- La crisis  económica que hemos sufrido en España durante unos cuantos años ha producido un desarme ideológico de tal envergadura  que la sociedad se ha visto desprotegida, indefensa ante la destrucción de todo lo hermoso que nuestra civilización había levantado, convirtiendo así a España en una tierra donde habita el olvido. Hemos pasado paradójicamente del mundo en que la inflamación de las ideas se convertía  en un espacio de hipertrofia ideológica que nos dejaba indefensos, a un mundo en que cualquier valor, idea o principio se contempla con la reticencia de quienes no desean ser sometidos a ningún interrogatorio moral. España durante estos últimos años se ha convertido con mayor intensidad que otros países en un erial cultural. Ha sufrido abiertamente la destrucción de su entidad histórica porque a unos valores esenciales de la sociedad humanista y cristiana estaba vinculada nuestra idea de comunidad política moderna.

P.- ¿Nos avergonzamos de ser españoles o es que no encontramos una idea clara con la que identificarnos?

R.- No debemos situarnos en ese avergonzado arcén moral, en el que quiere recluirnos un malentendido laicismo, que supone que nuestra fe es solo cuestión de conciencia individual o de comunidad encerrada entre las cuatro paredes de sus rituales litúrgicos. Hay que tener siempre presente que el laicismo que se predica desde la izquierda es más que nada anticatolicismo porque ese pretendido laicismo paradójicamente cabalga en una exaltada fascinación por místicas y rituales que manifiestan creencias religiosas distintas del cristianismo. No, nada de laicismo, porque el único revisionismo que desea impulsarse es el que se refiere a la identidad católica de nuestra nación y a la inserción de la cultura occidental en la huella del legado de Cristo. Más allá de su lucha por el poder, esta izquierda, bajo la bandera del laicismo, ha emprendido una verdadera cruzada contra nuestra tradición y por ello muchas de sus actuaciones y su pretensión de despojar de titularidad eclesiástica a históricas construcciones católicas tienen la magnitud de un auto de fe, de una causa abierta contra una civilización a la que se quiere erradicar de la historia.

P.- ¿Hay anticatolicismo en España? ¿Por qué motivo?

R.- ’Católicos en tiempos de confusión’ en buena medida trata de denunciar el silencio de los católicos, su miedo a ser mirados como insolentes vestigios de un anacrónico pasado, que tratan de defender exclusivamente sus privilegios. No se trata en absoluto de la confesionalidad del Estado, sino de saber si le corresponde a este impulsar la indiferencia cultural, el encogimiento de hombros ante el despojo creciente de una civilización, la insensata marginación de todo lo que representa nuestra pertenencia a un universo de valores sobre los que se forjó España y se constituyó la idea y la realidad de Occidente. El libro es un manifiesto para que los católicos abandonemos nuestra resignada desidia y exijamos que todo el humanismo vertebrado con la tradición católica vuelva a ser esa referencia cultural que nos define, que nos ofrece la edad de una cultura y la madurez de una civilización.

P.- Hace referencia al humanismo cristiano y a la necesidad de retomarlo. Desde esta perspectiva, ¿cuál sería la manera de abordar los retos a los que se enfrenta España actualmente?

R.- En esta hora grave de España tenemos que hacer que los valores cristianos, los propios de la cultura occidental, sin ser los de todos, pasen a tener una bien asentada hegemonía cultural. Que se acepten como  los más profundamente anclados en las ideas de libertad individual, progreso colectivo, justicia social y conciencia histórica que han ido fabricando los limites morales de una civilización. Ese espacio de libertad que defendemos los católicos como rasgo esencial de nuestra cultura  occidental es el de permitir la pluralidad y la convivencia. Pero nunca el de ser ajenos a nuestra propia historia y al sistema de ideas y principios que continúa dándonos carácter y proporcionándonos una forma de existencia. Más allá de los errores y desviaciones de la Iglesia a lo largo de su historia, hay que recordar cuánto hay de cristianismo, y solo de cristianismo, en todas las tendencias  de emancipación y justicia social que han ido brotando en nuestro mundo moderno, cuánto hay de inspiración evangélica en el respeto a la persona que sirvió de fundamento a los derechos del hombre proclamados por la Ilustración y recogidos por todas las Declaraciones universales de los derechos del hombre. Hay que recordarlo en estos días en los que conmemoramos el 70 aniversario de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, de esa gran reflexión que se produce después del inventario de horrores de la Segunda Guerra Mundial.

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