César Izquierdo: “Hay un magisterio de todos los fieles que no se debe menospreciar ni querer controlarlo”

  • El sacerdote y profesor de Teología en la Universidad de Navarra presenta un libro sobre la transmisión de la fe como “servicio y tarea permanentes de la Iglesia”
  • “La enseñanza conciliar sobre la tradición y el magisterio de la Iglesia necesita todavía tiempo para ser asimilada”, admite el autor

César Izquierdo, profesor de Teología en Navarra

Así como “el Vaticano II enseñó que todos los bautizados participan de la misión profética en la Iglesia”, el sacerdote riojano César Izquierdo Urbina (1953) sostiene que “hay un magisterio que compete a todos los fieles que enseñan y transmiten la fe recibida”. Subrayar esta idea, de que el magisterio no es un asunto exclusivo de los pastores de la Iglesia, fue uno de los objetivos que se propuso el profesor de Teología en la Universidad de Navarra al escribir su último libro: ‘Transmitir la fe en la cultura contemporánea’ (Ediciones Cristiandad), una llamada a “suscitar en las personas la apertura a la buena noticia del Evangelio”.

PREGUNTA.- ¿Resulta tan complicado como parece transmitir la fe en la cultura contemporánea?

RESPUESTA.- La dificultad de transmitir la fe no es algo aislado, sino que participa de la dificultad de transmitir cualquier cosa. La dificultad afecta igualmente a la educación de las personas, al interés por la cultura y, en general, a todo lo que supone incorporarse a una comunidad de conocimiento, de compromiso y de acción, sean del tipo que sean. Lo que tiene éxito con las nuevas generaciones es aquello que, tras una instrucción breve, permite a cada uno desarrollar algo por sí mismo; es decir, la tecnología.

La fe que los cristianos queremos transmitir no es una técnica para vivir ni tampoco un mero conocimiento de verdades con escaso significado para nosotros. Transmitimos, sobre todo, a Jesucristo y lo que implica una vida a la medida de su ejemplo y de su enseñanza. Y esa vida solo se entiende y acepta si hay una disposición al compromiso. El reto es presentar una vida de fe atrayente, exigente y con un fuerte sentido de misión humana y cristiana.

Acogida y escucha

P.- ¿Qué pesa más en esta compleja tarea? ¿El ambiente, poco propicio o incluso abiertamente hostil, donde hemos de llevarla a cabo? ¿O el empleo de métodos que se han quedado obsoletos?

R.- Renovar los métodos de acuerdo con la evolución de la cultura y de la percepción social –que a veces incluye una cierta o bastante hostilidad e incomprensión ante lo cristiano– es siempre necesario. Pero, posiblemente, esto no es lo más difícil. Lo que necesitamos ahora, sobre todo, es suscitar en las personas la apertura a la buena noticia del Evangelio, apertura que va ligada con frecuencia a una cierta insatisfacción existencial ante modelos de vida puramente inmanentes. A quien nada le falta, sea persona o sea una sociedad, le sobra, e incluso le estorba, Dios y su amor por cada uno.

En estos momentos tenemos por delante una tarea muy difícil, pero insustituible: la de enseñar a ‘escuchar’ para acceder así a un nivel de la realidad (y no solo de la fe cristiana) que sin la acogida, cuya puerta de entrada es la escucha, es inaccesible. La dificultad de muchas personas les viene porque pertenecen a una generación ‘nescafé’, de lo instantáneo e inmediato, de lo visible al momento, sin capacidad –por ahora– de la espera que es necesaria para escuchar, del sabor de lo que se prepara poco a poco. En estas condiciones, tanta gente es terreno perfectamente abonado para la eficacia de meros eslóganes y, en el fondo, para la manipulación.

P.- Su libro recoge el impulso que el Concilio Vaticano II imprimió al lugar que deben ocupar la tradición y el magisterio en la vida de la Iglesia. ¿Hemos asumido plenamente esas enseñanzas? Porque da la sensación de que, a menudo, se apela a la tradición o al magisterio a conveniencia, para atacar o defender una idea de Iglesia, de pontificado, etc.

R.- Como en otros aspectos, la enseñanza conciliar sobre la tradición y el magisterio de la Iglesia necesita todavía tiempo para ser asimilada. A ello quiere contribuir la primera parte del libro, que contiene un estudio de la enseñanza conciliar sobre la tradición, el magisterio, el ‘sensus fidei’ y la jerarquía de verdades.

Por otro lado, la tradición y el magisterio de la Iglesia se pueden manipular, como cualquier otra realidad, o utilizarlos con intenciones polémicas o partidistas. No han faltado ejemplos de ese ejercicio que toma palabras o documentos y logra interpretarlos en un sentido opuesto al que tienen. A la vez, es necesario “rehabilitar” en cierto modo a la tradición y al magisterio, porque aún se les ve como algo externo e incluso impositivo para la espontaneidad de la fe. Pero eso es una caricatura. Tanto la tradición como el magisterio significan simplemente que mi fe y la de cada cristiano es la fe de la Iglesia que conecta con el mismo Cristo; mi fe no comienza en mí, sino que la recibo en y de la Iglesia.

P.- ¿Cómo lograr que la tradición sea memoria viva de la Iglesia y no letra muerta?

R.- Como le decía, es urgente superar un modo de ver la tradición como algo extrínseco a nosotros. En realidad, la tradición está en nosotros, en quienes vivimos en la Iglesia nuestra fe en Jesucristo. Por eso, la tradición es necesariamente viva. Quizás todavía piensen algunos que la tradición es como una armadura vieja en la que hay que encajarse, o que enseña unas verdades ocultas que no están en la Escritura, como un profesor enseña a los alumnos lo que no saben. De nuevo estaríamos ante una caricatura.

Maurice Blondel, un autor francés cuyo pensamiento sobre la tradición influyó en el Vaticano II a través de Congar y de De Lubac, decía que la tradición contiene “los datos de la historia, el esfuerzo de la razón y la experiencia acumulada de la acción fiel”. De manera lapidaria lo afirma el Concilio: la Iglesia transmite “lo que es y lo que cree”, y lo hace con la enseñanza, la vida y la liturgia.

Testigos y transmisores de la fe

P.- Cuándo dejará el magisterio de ser cosa solo de papas u obispos y se extenderá al conjunto de los fieles?

R.- Uno de los objetivos que me propuse al escribir el libro era subrayar que la idea del magisterio como asunto de los pastores de la Iglesia es reductiva. El Vaticano II enseñó que todos los bautizados participan de la misión profética en la Iglesia y, por ello, hay un magisterio que compete a todos los fieles que enseñan y transmiten la fe recibida. Una madre que educa cristianamente a sus hijos está ejerciendo el magisterio, lo mismo que un catequista en la parroquia, o alguien que da testimonio de su fe en una conversación personal con un amigo. Y ese magisterio no se debe menospreciar ni querer controlarlo.

Hay muchos cristianos que tienen buena formación y que están en medio de los avatares del mundo, y son ellos particularmente los que también en esos ambientes deben “enseñar” sin llamarse maestros ni pretender dar lecciones, pero siendo verdaderamente testigos y transmisores de la fe. Aparte de este magisterio normal, “ordinario” si se me permite la expresión, de los bautizados está el magisterio pastoral de los obispos y del Papa, que ejercen lo que el Vaticano II llama magisterio “auténtico” porque enseñan con la autoridad de Cristo. Ese magisterio les compete solo a ellos, pero no puede darse separado del sentido de la fe del Pueblo de Dios.

P.- ¿Puede el papa Francisco encontrar en estas páginas argumentos para contrarrestar las embestidas de sus detractores?

R.- El libro no está dirigido al papa Francisco, naturalmente, sino a los cristianos de a pie que cuentan con alguna formación teológica. Por lo demás, la utilidad de un libro está en relación con las circunstancias que a cada lector le afectan. Supongo que el Papa necesita ayudas que no se encuentran sobre todo en los libros; pero si este sirviera de alguna manera al Papa y a su ministerio de pastor de toda la Iglesia, estaría muy contento. En todo caso, mi propósito al publicarlo es que sirva a la misión de la Iglesia, misión de la que participamos todos los bautizados.

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