El Vaticano canoniza el arte de Warhol

  • Los Museos Vaticanos dedicarán en 2019 una exposición al pintor pop, que incluirá sus versiones de ‘La Última Cena’
  • La última etapa de Warhol sacó a la luz la cara oculta y más íntima de un hombre profundamente religioso
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Con un retrato de Francisco retocado al estilo Andy Warhol –es decir, una silueta con superposición de colores primarios– y el título de “Papa pop” anuncia el semanario turinés Il Giornale dell’Arte la gran exposición que los Museos Vaticanos exhibirán en 2019 del célebre e icónico artista. La directora de los Musei Vaticani, Barbara Jatta, confirmó la noticia: “Estamos muy interesados en explorar el lado espiritual de Andy Warhol. Es importante para nosotros dialogar con el arte contemporáneo. Vivimos en un mundo de imágenes y la Iglesia debe ser parte de él”.

Discusión sin sentido

Desde el anuncio, hace una semana, no han cesado las reacciones. Discutir a Warhol y su profundo catolicismo es una vuelta de tuerca innecesaria, porque ya es –fue, más bien– un debate más que superado en 1987. A partir de su funeral en la catedral de Saint Patrick, en Nueva York, en el que el crítico John Richardson no solo reveló que “Andy iba a la iglesia todos los domingos”, que “su religión era una parte muy privada de su vida”, que “en la iglesia era el católico anónimo”, sino también que ese “lado espiritual” era la “clave de la psique del artista”, es decir, la llave para entender su obra. Warhol –como el debate sobre su fe– está enterrado en el cementerio católico bizantino de San Juan Bautista, en Pittsburgh, bajo una lápida con una sencilla cruz.

Barbara Jatta solo ha confirmado, de momento, que la presencia de Warhol en el Vaticano estará encabezada por la serie The Last Supper. No podría ser de otro modo. Warhol comenzó la serie sobre La última Cena en 1984 como un encargo del marchante Alexandre Iolas, quien poseía una galería de arte en el Pallazo delle Stelline, en Milán, frente al convento dominico de Santa Maria delle Grazie, donde se encuentra la célebre pintura de Leonardo da Vinci. Y allí, tres años después, en enero del fatídico 1987, fue donde Warhol expuso por primera vez sus primeras versiones, como la famosa Yellow.

La Santa Cena y la imagen de Cristo

Fue, no obstante, mucho más allá que el encargo del coleccionista y marchante griego. Su fijación por la Santa Cena, por la imagen de Cristo y los discípulos –y no solo por la reinterpretación de la obra de Da Vinci– rayó en la obsesión. En solo dos años pintó más de cien versiones, treinta de ellas en gran formato, murales en torno a los diez metros repartidos hoy entre museos y colecciones de todo el mundo. “Eran tan grandes, tan hermosos, para tratar de convencer de su religiosidad y de su profundidad”, según escribe Jane Daggett Dillenberger, autora de un elocuente ensayo, The religious art of Andy Warhol (1998), aún inédito en español. La última versión que se subastó, hace solo tres meses, titulada Sixty Last Suppers, llegó a alcanzar en Christhie’s los 56 millones de euros.

En su obra, curiosamente, está presente también su reiterada obsesión por la muerte –el gran tema de su obra, que es bastante más que su período pop–, por la belleza y por la fe. Y en esas obras volcó todo el silencio, todo ese empeño que había dedicado hasta entonces en esconderse de su propia obra impostando frivolidad. El propio The Andy Warhol Museum cifra en “cientos de pinturas, dibujos, grabados y esculturas” las versiones del cenáculo pintado por Leonardo entre 1495 y 1497, si se suman todos los géneros que abarcó la creatividad warholiana.

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