Tribuna

Yo, hermano de la Salle después de la JMJ de Madrid

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“Hemos vivido una experiencia única juntos”. Esas fueron las palabras de Benedicto XVI cuando una tormenta veraniega se hizo presente en el aeródromo de Cuatro Vientos. Y en ese momento, con su solideo perdido, todos empapados y perseverantes en la vigilia de oración, pudimos gritar: “¡Esta es la juventud del Papa!”.



Ciertamente, no es que fuera Benedicto XVI la razón de nuestra reunión, ni siquiera esa multitud de personas provenientes de tantos lugares del globo. Más bien, fue la excusa para disponer de un verano distinto. Una actividad veraniega inusual, que nos permitiría conocer a otros lasalianos y lasalianas de otros lugares de España y Portugal.

Unos trescientos jóvenes nos juntamos en el Colegio Institución La Salle, próximo a la base aérea, y allí pudimos disfrutar de un encuentro que aglutinó a chicos, chicas, catequistas y Hermanos de Valladolid, Madrid y Andalucía, principalmente. Esa gran variedad, vista ahora retrospectivamente, me brindó la oportunidad de sentirme parte de un Instituto que extendía su misión evangélica más allá de mi pequeña isla de Gran Canaria.

Con todos esos Hermanos y jóvenes tuvimos la suerte de dialogar, compartir nuestra experiencia de fe y nuestro itinerario vital. Así, a través de diversas dinámicas, fuimos ampliando nuestra vinculación lasaliana.

Sentirse parte

Aunque las oraciones y los grupos me marcaron significativamente, más me ayudaron a sentirme parte de esta gran familia los momentos en los que cien chicos teníamos que usar dos duchas, ¡a 20 segundos por persona!, o los ratos de piscina y ocio compartidos en Naturescorial. Porque, ¿qué jóvenes seríamos si la fiesta, el ruido y la alegría no fuesen lo que nos distinguiese?

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