Tribuna

Vida Consagrada: inquietos por Ti

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Este Año Jubilar ha sido un verdadero regalo de Dios. He pasado la Puerta Santa muchas veces: con comunicadores, con los superiores de mi orden, con los adolescentes de mi parroquia, con los jóvenes de Madrid este verano… Por hacer Jubileos, hice hasta el de los cuerpos de Justicia, por una bendita casualidad, con los jóvenes profesionales de la parroquia. Pero los días 8 y 9 de octubre viví un Jubileo distinto. Con un sentimiento diferente: era mi jubileo. El Jubileo de la Vida Consagrada.



Porque sí, soy periodista, acompaño a jóvenes, soy vicario parroquial y director de comunicación. Pero lo que profesé un 6 de agosto de 2016 fue que quería ser religioso. Y este jubileo me recordaba quién soy.

En comunidad

No lo viví solo. Ninguno de mis Jubileos lo he vivido en soledad, pero este lo viví con mi familia. Éramos más de 200 religiosos de la familia agustino recoleta: los más jóvenes, con menos de cinco años de vida consagrada; los mayores, con más de medio siglo. Nuestras hermanas agustinas recoletas de las federaciones de México (mi patria) y de España (el lugar donde vivo). Estaban las comendadoras de Santiago, fraternos seglares, laicos de nuestras parroquias. Todos. Juntos.

Y no estábamos solos. Roma era un regalo. Monjas de cientos de congregaciones, frailes de todos los tipos, religiosas por todas las plazas. Era una ciudad tomada por la vida consagrada. Una ciudad iluminada por esa vida consagrada que nos mostraba a todos que seguimos aquí, que queremos ser significativos, que deseamos seguir amando el mundo. Porque aún quedan muchos pies que lavar, muchos presos que liberar, muchas personas que abrazar. Los religiosos somos el abrazo de Dios para el mundo, para nosotros, para la Iglesia.

Religiosas, en San Pedro, antes de la misa de León XIV con mitvo del Jubileo de la Vida Consagrada

Religiosas, en San Pedro, antes de la misa de León XIV con motivo del Jubileo de la Vida Consagrada

En la misa jubilar, miles de consagrados nos reunimos en la Plaza de San Pedro para celebrar la Eucaristía con León XIV, que nos dejó palabras que se me han quedado grabadas. Reflexionó sobre los tres verbos del evangelio: pedir, buscar y llamar. Nos invitó a vivirlos con humildad, memoria y confianza. Dijo: “El Señor es todo. Lo es como Creador, como amor que llama, como fuerza que impulsa y anima a la donación”.

Con san Agustín

Y citó a san Agustín: “Esto es lo que amo cuando amo a mi Dios” (Conf. 10,6.8). Nos animó a ser testigos de los bienes futuros, oxígeno de amor duradero en un mundo sediento de sentido.

Cruzamos la Puerta Santa con nuestras heridas, nuestras fragilidades, nuestras dudas. Pero juntos. Los unos ayudando a los otros. Ese es nuestro carisma: estar juntos y cuidarnos. Jóvenes y mayores. Mayores y jóvenes. Frailes y monjas. Monjas y frailes. Una misma familia que ama a Cristo, que anhela a Cristo, que sueña morir cansada de tanto amar.

Terminé el jubileo con el corazón lleno de Cristo. Escuché los sueños de tantos religiosos mayores y, como religioso joven, me siento en el compromiso de convertir esos sueños en profecía. Como escribió Joel: “Vuestros ancianos soñarán sueños, vuestros jóvenes verán visiones” (Jl 3,1).

Vuelvo a Madrid con el corazón inquieto. Cristo me empuja a anunciarlo donde pueda, como pueda. En el continente digital donde trabajo, en mi parroquia, en el servicio a mis hermanos. Solo una vez en la vida voy a vivir un jubileo con 30 años. Solo una vez pasaré la Puerta Santa como peregrino de esperanza. Doy gracias a Dios por haberla cruzado con mis hermanos: necesitados, frágiles, inquietos por Ti.