Tribuna

Una fecha en la Historia

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La fecha del 22 de septiembre está evidentemente destinada a entrar en la historia: por la firma, en Pekín, de un acuerdo provisional sobre el nombramiento de los obispos entre China y la Santa Sede preparado desde hace décadas después de largas y pacientes negociaciones, mientras el Papa inicia su visita en los Países Bálticos. Bergoglio llegó, de hecho, a Lituania precisamente en las mismas horas en las que, a miles de kilómetros de distancia, sus representantes alcanzaron una etapa, que ciertamente no es concluyente pero que ya ahora resulta de gran importancia para la vida de los católicos en el gran país asiático.

El acuerdo estaba anunciado y, aunque previsiblemente no cesarán interpretaciones encontradas y opuestas, la noticia es muy positiva e inmediatamente ha dado la vuelta al mundo. El Pontífice reconoce además la plena comunión a los últimos obispos chinos ordenados sin el mandato pontificio, con el intento evidente de asegurar un desarrollo normal de la vida cotidiana de muchas comunidades católicas. Como también confirma el procedimiento simultáneo que erige al norte de la capital una nueva diócesis, la primera después de más de setenta años.

Se trata, por lo tanto, de una etapa realmente importante en la historia del cristianismo en China, donde las primeras huellas del Evangelio son antiquísimas, atestiguadas por una estela erigida en el 781 a Xi’an, en el corazón del enorme país. Sobre el gran monumento, de casi tres metros de alto y descubierto a inicios del siglo XVII, se lee, de hecho, el relato en caracteres chinos y siríacos de la llegada, ya en el 635, a través de la llamada Ruta de la Seda, de misioneros cristianos que venían probablemente de Persia. Y sus nombres están grabados en la roca calcárea, junto al anuncio de la «religión de la luz», con una síntesis de las vicisitudes de esta minúscula comunidad provista de otras decenas de nombres y con una exposición de la doctrina cristiana confiada después a centenares de libros traducidos y difundidos en los siglos posteriores.

Una extraordinaria tradición

La historia de esta extraordinaria tradición se prolonga después, oscilando entre florecimientos inesperados y persecuciones, hasta cruzarse con las misiones, sobre todo franciscanas, enviadas por pontífices y por monarcas cristianos europeos, a partir de la segunda mitad del siglo XIII, durante casi un siglo. En los inicios de la Edad Moderna, es la nueva Orden de los jesuitas,  vanguardia de la Reforma católica, la  que se convierte en protagonista de las misiones en China, desde Francisco Javier a Matteo Ricci, por recordar solo algunos de los nombres más conocidos de una serie que tiene pocas equiparaciones en la historia de la difusión del Evangelio.

Intromisiones políticas, enervamientos doctrinales, envidias y contrastes entre órdenes religiosas complican, sin embargo, notablemente la obra de los misioneros. Esta resulta obstaculizada por la desastrosa controversia sobre los ritos chinos que se prolongaron hasta mediados del XVIII; un siglo más tarde, por las condiciones impuestas por las potencias coloniales, y finalmente, por repetidas persecuciones, también en el curso del siglo XX.

No es hasta 1926, cuando resultan ordenados, por el mismo Pío XI en Roma los primeros obispos chinos, mientras que veinte años más tarde es su sucesor quien establece la jerarquía católica en el país. Estos “dos hechos de la historia religiosa de China”, definidos “simbólicos y decisivos” fueron recordados el 6 de enero de 1967 en la homilía de la Epifanía, apasionado elogio del país, por Pablo VI, quien poco más de un año antes en el discurso a las Naciones Unidas había pedido la admisión de la China comunista en la Organización. Y es precisamente Montini quien llega “por primera vez en la historia” durante las horas transcurridas en Hong Kong (entonces bajo el control británico), a territorio chino. “Por decir una sola palabra: amor”, exclama el Papa. Y añade, mirando lejos: “La Iglesia no puede callarse esta buena palabra; amor, que permanecerá”.