Tribuna

Un plan para resucitar la familia, por María Dolores López Guzmán

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Existe ya un plan que desemboca en la vida. Está desde los orígenes de la humanidad. Fue el mismo Dios quien lo puso en marcha. Así que no tenemos que perder tiempo en elaborarlo. Nos toca seguir sus pautas allí donde estemos, abriendo boquetes que dejen pasar la Luz de nuestro destino final que no es, por supuesto, ni el hambre, ni la enfermedad, ni la persecución, ni la muerte, ni la angustia, ni variopintos peligros.



Lugar de relaciones

La familia, ese lugar de relaciones que nos proporciona un nombre, y que está llamado a hacernos mejores personas y a vivir conforme a ese plan, no siempre lo hace bien, por su propia fragilidad, o por factores ambientales que interfieren en su contra. Una lástima. Ser o tener un padre o una madre, hermanos, abuelos, tíos, primos… es uno de los regalos de la existencia; por ello, hay que poner mucho empeño en que no se pierda en conflictos y miserias que no den protagonismo a lo que de verdad importa. Contamos con cinco bolas de partido:

DCM gusto

  1. 1Descargar presiones inútiles. Aparcar el miedo a no ser una familia “perfecta” según nuestros parámetros nos ayudaría mucho pues es un alivio no tener que empeñar la vida en ‘vivir por encima de nuestras posibilidades’. El plan de Dios, además, está diseñado precisamente para los necesitados.
  2. Reconocer nuestros héroes. Dar un merecido homenaje a los que ya antes del coronavirus apreciaban el silencio, la naturaleza, la fraternidad y la moderación. La pandemia no está descubriendo una vida diferente, sino que está haciendo más evidente lo que no queríamos ver. Reconocer aquellas vidas, el bien que hicieron y lo poco que los tuvimos en cuenta, nos liberará de nuestro cargante ego.
  3. Recuperar los clásicos. Una urgente misión educativa para cultivar la sensibilidad. Si es el momento de invertir en lo que perdura, demos espacio al arte, pero al que eleva el alma y es antídoto contra la mediocridad.
  4. Aprender y enseñar a vivir echando de menos. Porque es “ley de vida”. No podemos ni debemos poseerlo todo. Pero el amor, que no tiene límites espaciales, ni temporales, siempre está.
  5. Esparcir concordia. Hacer las paces, conversar, salvar la proposición del otro, comprender, perdonar, buscar el bien común. La reconciliación es imprescindible si queremos vivir más y mejor.

Un plan, en definitiva, que puede despejar la incógnita de la resurrección, que nos muestra que esta tiene posibilidades aquí y ahora, porque proporciona alivio, liberación, trascendencia, amor, y por ello, futuro.

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