Tribuna

Un matrimonio nacido en la JMJ de Madrid

Compartir

Pocos meses antes de la JMJ de Madrid, ocurrieron dos acontecimientos fundamentales en mi vida. Primero, terminé el conservatorio. Tras 14 años allí y estudiar “como una mona” para el concierto final de carrera, fue una satisfacción enorme. El segundo hito fue que acabé con un noviazgo de casi cuatro años y con todos los planes de futuro que una se puede hacer después de tanto tiempo.



Después de esto, yo no sabía qué iba a ser de mi vida. Todos mis planes se habían ido al garete y encima no sabía dónde “poner el huevo” profesionalmente. Solo me preguntaba: “Bueno, Señor, y ¿ahora qué?”.

Con este panorma, llegué al encuentro de preparación de la JMJ de Kiko Argüello que tuvo lugar en Dusseldorf. En mi cabeza estaba solo la intención de tocar con la orquesta la Sinfonía de los inocentes, recién acabada de componer por Kiko, y de escuchar una palabra que me pudiera aliviar esta herida que tenía.

En ningún momento se me pasó por la cabeza que pudiera conocer a nadie. A mis amigas les decía que yo me quería concentrar en mi instrumento para poder encontrar trabajo en una orquesta y punto, que por el momento no quería saber nada de muchachos. Absolutamente nada.

Pero el Señor tenía pensado otra cosa, porque, justo dos meses después de que Kiko en los ensayos de la sinfonía me profetizase “chica, tú de aquí sales con novio” (ya le había contado lo ocurrido), conocí a Francesco en el viaje de vuelta del encuentro de Dusseldorf, en el autobús de camino al aeropuerto de Colonia, después del concierto.

No sé por qué me acerqué a él, algo me empujó a hacerlo. El caso es que nos pusimos a hablar, y hablar, y hablar, y, desde ese momento hasta que pusimos un pie en Madrid, no paramos un segundo.

Tocar fondo

Francesco, por su parte, venía también de un período muy parecido al mío, después de muchas idas y venidas con chicas, de historias superficiales y vacías que no llegaban a ningún sitio, de haber acabado Bellas Artes pocos años antes, de vivir en París, de hacer tantos viajes y de haber vivido la primera juventud de forma bastante bohemia.

Había tocado fondo, había llegado al punto de entender que su vida no podía seguir esa dirección, de “yo creo en Dios, soy cristiano y estoy en el Camino, pero luego hago lo que me apetece”.

Lea más: