Al iniciar la lectura de san Juan de la Cruz, no hay que olvidar que estamos ante un místico que es, a la vez, un extraordinario poeta, el poeta místico por antonomasia, el más eximio y el más breve –solo 15 poemas que no llegan a mil versos, de los cuales 264, correspondientes a la trilogía lírica de ‘Cántico-Noche-Llama’, le han hecho justamente famoso– y que solo enfocándolo así, poéticamente, se le puede comprender, pues todo él es poesía, en el sentido más noble de la palabra, e incluso su misma prosa puede considerarse como una prolongación de sus versos.
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Se trata de poemas compuestos “en amor de abundante inteligencia mística”, en los que el poeta –teopático y teofático a la vez– “con figuras, comparaciones y semejanzas, rebosa algo de lo que siente”, desborda algo de la sobreabundancia del sentimiento, ha derramado una parte de su tensión espiritual. Son poemas esencialmente autobiográficos, enunciados en primera persona, con el yo más enfático (23 veces), y nos enseñan más sobre su aventura espiritual que el resto de sus escritos.
Propósito didáctico
Sus poemas son fruto y semilla de contemplación, conllevan también un propósito didáctico para personas que quieran vivir de cara al amor, para las “almas amorosas”, “sencillas y enamoradas”, capaces de múltiples interpretaciones “para que cada uno se aproveche según su modo y caudal de espíritu”, pretendiendo tan solo que hagan “efecto de amor y afición en el alma”. Esto es, propiciar en el receptor una vivencia análoga, una finalidad radicalmente afectiva y, por ello, en última instancia, siempre poética.
Juan de la Cruz concibe sus versos como algo semejante al maná, “cuyo sabor tiene todos los sabores y gustos”, y sus poesías como algo semejante a la Biblia, en cuanto ambas provienen, en distinto grado, de la inspiración de lo alto. De ahí que explique luego sus versos por métodos exegéticos, más que propiamente filológicos o retóricos. Al considerar sus versos como inspirados, parafrasear entonces una obra que en buena parte le ha sido dada gratuitamente no le parece ya una tarea inmodesta, sino una responsabilidad ineludible de esclarecer el mensaje del que se siente depositario. Desde este momento, la realización del comentario no es solo algo posible o deseable, sino un deber imperioso de hacer operante y eficaz el don recibido.
La obra del místico carmelita contiene muchos mensajes que la muestran actual. El más importante, quizás, es su concepción del hombre como un ser habitado en su interior por la presencia del Misterio, como “deseo abisal” o fuente de la que está constantemente surgiendo, con una conciencia y un corazón “que no se llenan con menos de infinito”, y que por eso necesita ir –salir, volar, trascender, como dice en los poemas– más allá de sí mismo para llegar a ser a la medida sin medida de Dios, a la que Dios mismo le ha destinado.
En fin, para quienes duden de la actualidad de san Juan de la Cruz, les propongo un consejo: leer muchas veces sus poemas hasta llegar a memorizarlos (más que escribir muchos versos, él quería que sus lectores leyeran muchas veces unos pocos), y estudiar con calma las páginas, solo inicialmente áridas, de sus comentarios. Porque en esos poemas late su espíritu y su mejor teología, como ya vio y pronosticó don Miguel de Unamuno hace más de un siglo: “Cuando la ortodoxia católica no sea sino una curiosidad histórica, san Juan de la Cruz seguirá iluminando las mentes y calentando los corazones”.
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