Tribuna

Un cuadro para contemplar el Sábado Santo: ‘El Descendimiento’ de Rogier Van der Weyden

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Rogier van der Weyden es uno de los grandes renovadores de la historia de la pintura. Ya en su época, en el siglo XV, fue reconocida su excepcionalidad, como revelan las declaraciones del cardenal alemán Nicolás de Cusa ensalzándole como “el más grande de los pintores”. Esta maestría se pone de manifiesto en ‘El Descendimiento’ (ant. 1443) conservado en el Museo del Prado. Se trata de un encargo del gremio de ballesteros de Lovaina para su capilla de Nuestra Señora Extramuros de dicha ciudad. Esto explica la presencia de pequeñas ballestas en las cresterías que cierra los ángulos de la pintura.



Pero fue tal el impacto que causó la pintura a doña María de Hungría que, en 1549, la compró para su palacio de Binche. Por herencia llegaría a su sobrino Felipe II, quien anteriormente ya había encargado una copia a Michel Coxcie, uno de los pintores que trabajaban en el Monasterio del Escorial.

La intensidad del dolor

La monumentalidad de la pintura se ve acentuada por la disposición de los protagonistas, en una composición cerrada a modo de paréntesis por las figuras extremas de san Juan evangelista y María Magdalena. A partir de un dibujo de notable precisión, Van der Weyden convierte cada personaje en expresión individualizada del dolor, desde las más contenidas a las más teatrales, poniendo el acento expresivo especialmente en los rostros y manos de los personajes.

El realismo con que trabaja los rasgos ancianos de Nicodemo, o los de José de Arimatea, cuya riqueza se revela en el manto brocado de oro, han llevado a plantear que pudiera tratarse de retratos, ya que el pintor se ejercitó en este género en el taller de su maestro, Robert Campin. Una contemplación detenida de los rostros nos permite apreciar como Van der Weyden, mediante la aplicación de veladuras, hace caer lágrimas apenas perceptibles.

La presencia de María

Inspirándose en los retablos escultóricos, el pintor trabaja sus personajes con una gran volumetría acentuada por ropajes envolventes. La solidez de las figuras, que se suceden con un marcado ritmo vertical, se ve contrarrestada por la diagonal paralela de Cristo y de su Madre, centro expresivo y de significado de la obra.  Esta análoga disposición permite a Van der Weyden mostrar su pericia en el tratamiento realista de la anatomía, así como en la definición de los pliegues quebrados de las vestimentas. De hecho, la prolongación de la túnica de la Virgen nos introduce en los planos posteriores de la pintura, mediante líneas quebradas y un vibrante color azul que reclama nuestra mirada.

Más allá del alarde técnico, Van der Weyden encierra un profundo simbolismo en la disposición afín de los protagonistas, presentándonos a la Virgen desmayada por el dolor, tal como habían recogido fuentes literarias con notable incidencia en la iconografía de la pasión desde el siglo XIV, las ‘Celestiales Revelaciones’ de santa Brígida (“Viéndolo ya casi muerto caí sin sentido”) y las ‘Meditaciones’ de san Buenaventura (“Entonces la Madre, casi muerta, cayó en brazos de la Magdalena”). De esta forma, Van der Weyden transmite en su pintura la ‘Compassio Mariae’, la participación de la Virgen en la pasión de Cristo.

Cristo, nuevo Adán

A su vez, el arco trazado por los brazos conduce nuestra atención a la calavera, que nos habla de Cristo como “nuevo Adán”, estableciendo la continuidad entre Antiguo y Nuevo Testamento en la historia de la salvación. En este detalle podemos contemplar como únicamente en la parte inferior de la pintura se abre un pequeño paisaje para remitirnos al monte Calvario, frente al fondo dorado de la parte superior, que no hace sino destacar la solemnidad del conjunto.

Conocedor de la riqueza textil imperante en los Países Bajos en el siglo XV, Van der Weyden trabaja túnicas y mantos diferenciados para cada uno de los personajes, con una vibrante paleta cromática y remates bellamente definidos: filo de oro para rematar la túnica de la Virgen, ribete de piel para el manto de José de Arimatea o de piedras preciosas para la casaca de Nicodemo.

Más allá de Cristo y de su Madre, la única figura individualizada por su atributo iconográfico es María Magdalena, con el pomo de los ungüentos que nos habla tanto del entierro posterior como, principalmente, de la resurrección. La excelencia técnica de los pinceles de Van der Weyden, su capacidad de traducir expresiones y texturas diferenciadas, le convierte en uno de los mejores intérpretes de esta escena de la pasión.

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