Tribuna

Un cuadro para contemplar el Domingo de Pascua: ‘Noli me tangere’ de Correggio

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Antonio Allegri, más conocido como Correggio en honor a su localidad natal, fue uno de los pintores más destacados del Norte de Italia en el siglo XVI. Pintor fuertemente localista, apenas recibió encargos fuera de este entorno y de la ciudad de Parma, si bien una de las excepciones pudiera ser la obra que contemplamos, ya que consta documentalmente que en 1560 decoraba el palacio de los Ercolani, en Bolonia.



Se ha propuesto que desde el principio fuera destinada al oratorio privado de los duques y que su contemplación a corta distancia determinara la precisión en el tratamiento de todos los detalles.

“No me toques, porque aún no he subido a mi Padre”

Los pinceles de Correggio nos introducen en el episodio del ‘Noli me tangere’, recogido en el capítulo veinte del evangelio de san Juan, donde se narra la aparición de Cristo resucitado a María Magdalena. El pintor, siguiendo la tradición iconográfica de los siglos anteriores, se detiene en el instante en que Cristo exclama ante la mujer “No me toques, porque aún no he subido a mi Padre; mas, ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios” (Jn 20, 17).

Correggio traduce plásticamente este diálogo mediante la intensidad dramática del cruce de miradas y la teatralidad de los gestos. La retórica indicativa y ascendente de Cristo remite al Padre y parece anticipar la escena posterior de su ascensión a los cielos. La tensión de la Magdalena revela el reconocimiento de su Maestro y su conmoción al ser rescatada, una vez más, por la misericordia de Cristo.

El perdón del Resucitado

La suntuosidad de los ropajes de María Magdalena, los brocados y el brillo de las sedas, parecen evocar su vida anterior pecaminosa, pero domina el perdón y el estupor ante la milagrosa presencia del resucitado. De hecho, el evangelista señala que inicialmente no lo reconoció y lo confundió con un hortelano, como nos recuerdan los aperos de labranza dispuestos a los pies del árbol.

El sombrero de ala ancha, la pala y la azada se convierten en atributos iconográficos que nos ayudan a identificar la escena y rememorarla. Frente al realismo de estos motivos, destaca la mayor idealización de Cristo, quien ni siquiera muestra las llagas de la pasión, como es habitual en las representaciones del resucitado.

Este tratamiento sereno de su anatomía se ha puesto en relación con la admiración que Correggio sentía por Rafael, llevando a la conclusión de que podría haber realizado su ‘Noli me tangere’ tras el viaje que realizó a Roma (1520), donde estudió las pinturas de Rafael.

Esta no es la única influencia que se aprecia en este ‘Noli me tangere,’ convertido en pretexto para trabajar un idílico paisaje, posiblemente inspirado en su entorno natal, donde no se atisban referencias al sepulcro vacío y apenas advertimos en la lejanía la ciudad de Jerusalén. Las luces y sombras que captan la atmósfera y la diferenciación de planos de este paisaje han llevado a plantear la influencia del ‘sfumato’ de Leonardo da Vinci en el lenguaje pictórico de Correggio. Gracias al juego de tonos y luces el pintor nos sitúa al alba, momento en que sucede el encuentro que convierte a María Magdalena en principal testigo de la resurrección de Cristo y en instrumento para acrecentar la fe de los apóstoles.

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