Tribuna

Temeroso el infierno brama: El Icono de la Anástasis

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Una de las representaciones más antiguas de la resurrección está referida al misterio del “Descenso a los infiernos”, y en la tradición griega se identifica como la Anástasis, o la subida desde las entrañas de la tierra.



Un singular icono que muestra a Cristo atravesando las profundidades del inframundo para rescatar a Adán y Eva, junto con los patriarcas del Antiguo Testamento. Una escena simbólica, llena de significados sobre el misterio pascual que celebramos.

El tema iconográfico del misterio de la resurrección encontró resonancia desde etapas muy tempranas en el arte cristiano. El anuncio de la victoria de Cristo sobre la muerte permeó la vida de los creyentes, quienes, valiéndose de símbolos y temas de su época, comenzaron a divulgar el mensaje.

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Todo el misterio pascual en un icono

Tal es el caso de la escena contemplada, que recrea de algún modo las historias apócrifas (y no falsas), pues narra cómo Cristo, una vez muerto en la cruz, descendió a los infiernos y, en modo majestuoso, irrumpió en la profundidad de la tierra, partiendo en dos la cueva tenebrosa de la muerte, representada por el negro intenso, salpicado de cadenas, herrajes y tornillos rotos que evidencian los cepos destruidos por la liberación.

Cristo levanta a Adán y Eva con sus brazos abiertos, como en la cruz, y los saca de las profundidades del sepulcro con un gesto que recuerda la escena de Marco Aurelio, el emperador romano, liberando a sus esclavos.

Además, Jesús pisa fuertemente las puertas de los infiernos, representadas con tablones de bronce en forma de X, las cuales ejemplifican la gloriosa victoria de la Cruz.

Paul Evdokimov, teólogo ruso, hizo un comentario sobre el icono de la Anástasis, afirmando que mientras el mundo vive el Viernes santo como día de dolor y sufrimiento por la muerte del Mesías, en las profundidades de la tierra se celebra la Pascua de modo anticipado; es decir, allí no es necesario que transcurran los tres días del crono, sino que Cristo, una vez muerto, baja, desciende y corre en rescate y liberación de los justos.

En la escena, Adán responde a Jesús, y por eso una antigua homilía pascual prefigura un singular diálogo del primer hombre con el Nuevo Hombre. Adán escucha y recuerda la voz de la Palabra creadora por la que fue hecho, y se alegra con la llegada de Cristo, a quien ya conocía desde el principio del mundo, a quien esperaba desde el momento de la caída.

Cristo portando la nueva vida, vestido con ropas de luz y gloria, desciende. Si en la cruz se le muestra casi desnudo sobre el madero oscuro, en el icono lleva el traje del triunfo. Su túnica se mueve en sentido de ascenso para mostrar el dinamismo de la escena, que ya había sido evocada en el relato y en la representación de la Transfiguración.

Alcanzados por el resucitado

Pero en esta escena nosotros no estamos lejos. La visión de Cristo nos alcanza. Sí con sus brazos toma a Adán y Eva, con su mirada que nos toca a nosotros: nos eleva y nos levanta, nos saca del polvo de la muerte, de la cárcel del pecado, para conducirnos consigo a la nueva vida.

La escena de la Anástasis no solo ha sido representada en la tradición por la iconografía, sino que también inspiró un antiguo himno pascual de la liturgia, con influencia carolingia del siglo IX, que llega a estos días en forma de canto gregoriano, y que sirve de título y cierre para este comentario pascual:

“La aurora embellece el cielo,
llenándole con sus resplandores;
y mientras el mundo triunfante se alegra,
temeroso el infierno brama.

Cuando el Rey fortísimo,
descendiendo al limbo en que los padres
esperan su advenimiento,
los retorna a la luz de la vida:

Su sepulcro es sellado con enorme piedra
y custodiado con numerosa guardia;
pero triunfa glorioso, y sepulta
a la muerte en su mismo sepulcro.

Basta ya de luto y de lágrimas,
basta ya de dolores.
El Ángel resplandeciente proclama
la resurrección del destructor de la muerte.

Para que Tú, oh, Jesús,
seas siempre el gozo pascual del alma,
libra de la horrible muerte de la culpa
a los que han renacido a una nueva vida”.


Por Raymundo Alberto Portillo Ríos. Profesor de arquitectura de la Universidad de Monterrey.

Foto: © José Luiz Bernardes Ribeiro.