Tribuna

‘Spiritus domini’ y su carta

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He tenido la tentación de titular este artículo “La carta del Spiritus Domini”. Sí, como si la hubiera escrito el propio Espíritu, pero no he querido crear confusión ni que nadie piense que manipulo un documento vaticano, aunque solo sea con el título. Confieso que me he quedado con las ganas porque es tan evidente que el Espíritu del Señor está tras el documento y la carta que no sé cómo me he contenido.



Han pasado ya unos días desde que se hiciera público este documento, ‘Spiritus Domini’, fechado, como para que no quedara duda de dónde viene y hacia dónde va, en la fiesta del bautismo del Señor, y que pone en valor -que no es que lo necesite, pero es una forma de hablar- el sacramento del bautismo, porque nos muestra y nos guía hacia una muy amplia diversificación del sacerdocio común. Esto, al parecer, ha pasado muy desapercibido, y eso que como símbolo es tremendo.

Servir al altar

Desde ahora, tanto el ministerio del lectorado como el del acolitado lo podrán desempeñar por igual varones y mujeres. El del lectorado está más acotado en sus funciones que el del acolitado que no es ni de lejos “servir al sacerdote en el altar” sino, entre otras funciones “servir al altar” en las celebraciones, que es algo muy distinto.

Si importante es el documento, no menos lo es la carta que lo acompaña y que está dirigida al cardenal Ladaria, en la que se lee: “En el horizonte de renovación trazado por el Concilio Vaticano II, se siente cada vez más la urgencia de redescubrir la corresponsabilidad de todos los bautizados en la Iglesia, y de manera especial la misión de los laicos”. Es decir, las razones teológicas que han llevado a Francisco a dar este paso, están recogidas ya en los documentos del Vaticano II.

Estabilidad temporal

La importancia del paso dado por Francisco está en que, desde ahora, estos ministerios tendrán carácter estable para varones y mujeres. Porque no podemos olvidar que, aunque no se ha hecho visible mayoritariamente, los varones laicos podían ser lectores y acólitos desde 1972 -gracias al motu proprio ‘Ministeria quaedam’, de Pablo VI- de manera estable en el tiempo, pero las mujeres solo podían serlo en tanto que al párroco le pareciera bien. Esto era una sustancial diferencia y, no olvidemos que la estabilidad en el tiempo significa que estos ministerios se reciben para siempre, con reconocimiento público y mandato del obispo. Además, y esto también hay que tenerlo en cuenta, la recepción de unos ministerios estables en el tiempo, quiere decir que se estará al servicio de la Iglesia y dispuestos a ir donde la Iglesia envíe a ejercerlos. El hecho de recibir estos ministerios en un acto litúrgico, reafirma su carácter sagrado y que no se reciben para uno mismo, sino para la Iglesia.

He escuchado comentarios insistiendo que este documento ayuda a afianzar la idea de igualdad entre varones y mujeres. No creo que sea esta la mejor clave de lectura ya que olvidaríamos, una vez más, que lo que nos iguala en la Iglesia es el bautismo y el documento y la carta señalan, con fuerza y rigor -recordemos que hasta en la fecha- que la teología del bautismo es la que está en la base de estos ministerios. Sí es verdad que estos ministerios deberán reforzar la colegialidad entre varones y mujeres, porque no podemos seguir creyendo que dicha colegialidad es algo que solo debe y puede darse entre los obispos y entre ellos y el papa, sino que es algo que todos debemos vivir en la Iglesia y, más ahora, que iniciamos el camino sinodal.

Un salto más

Hasta ahora, los ministerios de lector y acólito les eran conferidos a los seminaristas dentro de su camino hacia el sacerdocio, y Francisco lo que ha hecho ha sido separar de alguna manera estos ministerios para que, desde ahora, ya no se vean exclusivamente ligados al sacramento del orden. Sí, los seminaristas seguirán recibiéndolos en su camino sacerdotal como hasta ahora, pero los laicos también los recibirán de forma estable como ministerios que tienen su origen en el bautismo.

Sin embargo, la carta va mucho más allá de lo que en principio puede parecer. Dice casi al final: “Corresponderá a las Conferencias Episcopales establecer criterios adecuados para el discernimiento y la preparación de los candidatos a los ministerios del Lectorado o del Acolitado, o a otros ministerios que consideren instituir, según lo dispuesto en el Motu Proprio ‘Ministeria Quaedam’, con la aprobación previa de la Santa Sede y de acuerdo con las necesidades de la evangelización en su territorio”. Lo señalado en negrita significa que, siempre teniendo en cuenta las necesidades de la Iglesia, los ministerios instituidos, también llamados ministerios laicales, no se agotan en el lectorado y el acolitado.

El liderazgo comunitario

Los documentos de cualquier pontificado, si bien tienen valor por sí mismos, en realidad alcanzan toda su profundidad cuando se leen y estudian a la luz unos de otros, es decir, cuando se ven en conjunto. En ‘Amoris laetitia’ quedó claro que lo de siempre para todos y siempre igual para todos, se había terminado en la Iglesia y que por ello no se rompía ni la unidad ni la comunión. Pues bien, este motu proprio bebe del documento final del Sínodo para la Amazonía, donde se recogía, por ejemplo, el “ministerio de las mujeres líderes de la comunidad”. Puede que no todas las Iglesias necesiten ese ministerio, pero puede que algunas sí y todas esas posibilidades quedan ahora abiertas y habrá que valorarlas en las Iglesias particulares, es decir, en las diócesis, porque no todas tendrán las mismas necesidades. Seguirá habiendo unidad, pero no uniformidad.

Las posibilidades y retos que se han abierto con este documento son variadas y apasionantes, si bien es verdad que a las mujeres que llevan años haciendo realidad estos ministerios en la comunidad, un documento más o menos, no les va a cambiar su sentido de servicio para la Iglesia. Eso sí, las conferencias episcopales tendrán que crear los criterios de idoneidad, de preparación y formación permanente… de quienes vayan a ser instituidos lectores y acólitos. Luego, cada obispo en su diócesis tendrá que discernir -lo que también manifestará su sensibilidad- si en su diócesis son necesarios estos ministerios, si los considera oportunos o, simplemente, si los quiere. Por otra parte, para los laicos, también hay cuestiones a tener en cuenta, porque se estará al servicio de la Iglesia y de la diócesis, no de “mi parroquia”, por lo que habrá que aceptar el envío del obispo donde haga falta su ministerio.

Un desarrollo abierto

¿Cuestiones abiertas? Muchas y más que surgirán con la vivencia de estos ministerios tanto para los ministros como para la propia Iglesia. ¿Qué pasará si uno de estos ministros debe desplazarse a vivir a otra diócesis? ¿Habrá que prever algo parecido a una incardinación ya que se estará al servicio de la Iglesia? ¿Será necesario el consentimiento del marido o de la esposa para poder acceder a estos ministerios? No olvidemos que, en el caso de los diáconos permanentes es necesario el consentimiento de la esposa. Esto puede abrir un interesante tema de estudio, porque, tanto los ministerios laicales como el diaconado permanente, aunque los ejerce una sola persona, afectan a la familia, ¿podríamos valorar la posibilidad de ministerios familiares? Si existen familias misioneras habrá que considerarlo. Y una cuestión que, aunque parezca superficial, puede tener su importancia a la hora de visibilizar a las mujeres en las variadas funciones litúrgicas a las que les da acceso el acolitado. Hasta ahora, los hombres que ejercían algunas funciones de acólitos en las celebraciones litúrgicas, llevaban albas en esos momentos, entonces ¿se les permitirá a las mujeres que ejerzan las funciones de acólitas llevar alba? Sería difícil, con el motu proprio en la mano, alegar que crearía confusión…

De momento Francisco ha dado un paso impensable hace unos meses. Ya hay bastante para pensar y, como dice Mateo en su evangelio, a cada día le basta su afán (6,34). ¡Menos mal que el Espíritu nos ha dejado una carta!