Tribuna

Shahrzad Houshmand Zadeh, la hija musulmana del papa Francisco

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Tuve que cruzar una frontera difícil dentro de mi alma cuando, como musulmana convencida, conocí la espiritualidad cristiana. A nivel académico ya lo había hecho, había entendido las reglas dogmáticas de otra religión, el significado de las palabras, pero esta vez la vida me pedía que cruzara un límite más profundo, algo que penetraba dentro de mi alma, casi dentro de las células. Había llegado hacía poco a Calabria desde Irán, a finales de la década de 1980, y conocí a los Focolares, a través de Rita Calabrò, la voluntaria que me enseñaba italiano. Se acercaron a mí de manera respetuosa, con ellos se me presentó una religión vivida, amada.



Amaban a Cristo, lo ponían  en práctica y me amaban. No solo eso: no entraron en conflicto, respetaron mi religión, fui libre de contar mi espiritualidad íntima, mis maestros, mi liturgia; comprendían. En ellos vi una espiritualidad auténtica, la luz del amor de Dios y me hice preguntas. Era una condición nueva: en mi juventud había elegido abrazar la religiosidad islámica con plena convicción, había tomado una decisión consciente, libre y amorosa; pero ahora frente a mí veía el valor de otra espiritualidad. Pasé mucho tiempo preguntándome: enamorada como estaba de la luz de la espiritualidad islámica, me encontraba frente al valor de otra espiritualidad, la cristiana.

No lo sabía, pero para entonces la frontera ya se había cruzado con el nacimiento de una nueva luz dentro de mí, una fuerza mística en mi alma. No fue una conversión, simplemente mis espacios interiores se han ampliado y los brazos del alma se han abierto aún más para dar la bienvenida a la vida con la V mayúscula. Creo que al final este es el plan de Dios para nosotros: el Corán dice que el espíritu que vive en nosotros, el Ruh, es soplado dentro de nosotros por Dios, tiene la misma esencia que su espíritu.

Seguidora de Mahoma, es experta en Cristología coránica

Creo que este don de la vida me ha hecho redescubrir mi ser profundo, reconocer el espíritu de Dios dentro de mí, sin barreras. Me alimenté de la Palabra de Dios que también se manifestaba en la Palabra de Jesús, que el Corán mismo reconoce y aprecia. Pasé momentos de inquietud espiritual, no lo oculto, pero después comprendí mi religiosidad de una manera más profunda y espiritual, el sentido más auténtico del monoteísmo: Dios es siempre uno y es el Dios de los musulmanes, judíos, cristianos, de no creyentes, de los otros creyentes…

Así superé el obstáculo y llegué a comprender el significado más profundo del monoteísmo dentro de mi corazón. Uno de los frutos de ese encuentro fue la colaboración durante muchos años con Chiara Lubich, que traducía la vida espiritual a un lenguaje vivido, concreto, para dar vida a la Palabra. Mientras ella cada mes, a partir de un versículo del Evangelio, presentaba la palabra para vivir, enviada a millones de personas en el mundo, yo hacía la misma meditación con los versos del Corán, en una página, cada mes, y ellos la traducían a 5 idiomas enviándolo al mundo.

Una comunión de alma, de sagrado vivido, una unidad en la diversidad entre cristianismo e islam. Ya había atravesado otros confines, también difíciles, pero exteriores o racionales. El primero con 15 años. Después de la revolución de 1979, en Irán las escuelas habían sido cerradas y yo, en casa, había empezado a interesarme por la religión. Mis padres eran universitarios, mi madre profesora de psicopedagogía y directora de su departamento, mi padre ingeniero geólogo; crecí entre libros en un ambiente abierto y tolerante, no religioso pero rico de valores humanos.

Vida de estudio y oración

En esos días tuve una experiencia espiritual personal, que hizo nacer en mí un profundo deseo hacia lo sagrado, hacia el misterio de Dios. Pensé que esa bellísima luz que había sentido dentro, quizá habría podido encontrarla en otro ambiente religioso, de estudios espirituales y pedí a mis padres que me dejaran ir al instituto femenino de la ciudad santa de Qom. No fue fácil para ellos aceptar esta elección tan diferente de los proyectos que tenían para mí, les hice sufrir un poco y todavía les agradezco su comprensión.

Había crecido en el lujo, en el bienestar moral y material, me encontré durmiendo en habitaciones pequeñas sin camas, siendo 4, 5, a veces 8; comía comida sencilla, sentada en el suelo, compartiendo todo con un centenar de chicas, de las cuales ni el 1 por ciento provenía de mi mismo estatus social. Sin embargo, estaba feliz, no notaba los obstáculos, me puse el velo y dividí mi vida entre estudio y oración, las 24 horas del día, durante 7 años. Era buena, ayudaba a mis compañeras. No dormía más de 5 horas por noche, y rezaba 5 horas todos los días.

Luego el estudio civil, en la Universidad Estatal de Teherán: Religiones y misticismo, parecía un curso hecho especialmente para mí. Tenía 21 años cuando obtuve el doctorado, era la más joven.

El misterio trinitario

Como estudiante, me casé y, en septiembre de 1988, seguí el plan de Dios para mí, en Italia; impulsada por mi sensibilidad hacia la religión, me inscribí en la Universidad Pontificia del Sur de Italia, en Reggio Calabria. Entré en un lugar que ningún musulmán había pisado antes. El director, Monseñor Vincenzo Zoccali, me hizo dar una vuelta por las clases. Llevaba el velo, el hijab y todos me mostraron respeto y acogida: miraban con gran asombro y curiosidad a esta chica que venía de otro mundo, de otra cultura, de otra religión y que quería estudiar la suya. Todavía no había sucedido el 11 de septiembre.

Al principio fue difícil, tuve enormes dificultades con la terminología religiosa, pero no era solo una cuestión de idioma: era un mundo muy lejano de mi estructura oriental y musulmana. Cuando monseñor Zoccali, que enseñaba ‘Misterio trinitario’, dibujaba en la pizarra ese triángulo, era muy difícil para mí pensar en derribar el muro del monoteísmo que había estudiado durante largos años. ¿Un monoteísmo trino? Inconcebible en mi lógica mental. Así como el misterio eucarístico.

Cada término representaba un obstáculo, no solo lingüístico, sino cultural, religioso, racional. Me parecía absurdo: ¿cómo podrían estos estudiosos meternos en la cabeza que uno es igual a tres? Me preguntaba qué sentido tiene un Dios que es tres ¿Qué sentido tiene un Dios que se hace sangre y ofrece su sangre a todos? No conseguía cruzar esa frontera. Había decidido irme, pero una compañera mucho mayor que yo, Candida Lasco, cardióloga en el hospital de Melito Porto Salvo, me tomó de la mano y me explicó cada palabra, acompañándome paso a paso a través de la frontera del estudio racional de la religión.

Armonía espiritual

Después, el encuentro esclarecedor con los Focolares, la licenciatura con matrícula de honor, el traslado a Roma y el deseo de superar otra barrera: en 1997 solicité inscribirme en la Universidad Pontificia Lateranense. Allí se formaban los nuevos sacerdotes, los profesores de la religión católica, nunca había habido un estudiante musulmán: tuvieron que reunir al Consejo para admitirme.

Pero lo logré: licenciada en Teología Fundamental Cristiana con 10 y matrícula de honor, con una tesis titulada Cristología coránica. Ya no veo fronteras, donde hay belleza no hay muros. En el Corán las tinieblas son en plural, pero la luz siempre está en singular, solo una. Siento una fuerte armonía espiritual con el papa Francisco. Cuando lo conocí, me vinieron del alma estas palabras: “Soy su hija musulmana”.

A mis tres hijos no les he impuesto nada, pero he tratado de ser un testimonio sincero. Yo he tenido que luchar mucho por mis hijos, la vida me ha mostrado también sus lados más oscuros y terroríficos. El Maestro de universo guía, ama, acoge y enseña a acoger y engrandecer el alma.

¡La última palabra que me acompaña dentro es gracias! Shukr.

*Artículo original publicado en el número de julio de 2020 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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