“Ser enviados a misión con poder “ (Mc 3,14-15b)
El contexto del evangelio de san Marcos es amplio, pero haremos algunas precisiones con relación al perfil del acolito hoy, desde el concilio vaticano II se ha vuelto común, volver a revalorar el servicio del acolitado en la Iglesia Católica como una manera de servir al altar y al pueblo de Dios.
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Son varias las ideas tomadas en este artículo por mencionar algunas ideas centrales como los eudistas Carlos Álvarez (+QPD) y Carlos Valencia, grandes autores de varios libros sobre formación en seminarios, de ministros de la palabra y acolitado, así que nos exige a todos nosotros un gran reto pastoral en la manera como se cuida el ministerio con belleza y decoro, queriendo ser sintético y claro al presentar algunas ideas para todos nosotros.
Una misión al servicio del pueblo de Dios
Y esta misión es concreta: anunciar la Buena Nueva del Reino a los hermanos, haciéndolo presente en la realidad diaria de cada uno, con palabras y acciones que comuniquen la salvación de Dios (Mc 6,12;16,20). Recordemos el texto de san Lucas 1, 38, María tiene un corazón de escucha al Maestro, a diferencia de Martha que tiene las manos y los pies para hacer muchas cosas por el maestro.
Aunque ambos servicios son necesarios en la comunidad, porque en últimas la misión está en tener un corazón como el de María para saber escuchar; y las manos y los pies como de Martha para en principio servir al altar, ayudar al ministro diacono, presbítero e incluso visitar al necesitado como parte de la misión.
El origen de la palabra acólito
“La palabra acólito es un término griego que ha pasado tal cual al español. Akólouthos es un sustantivo que viene del verbo Akolouthéo = seguir, acompañar, ir de detrás. A su vez, este verbo es un compuesto del prefijo de unión a y del participio Keléuthos = el que acompaña, el que sigue” (Carlos Valencia, formación de acólitos). Así, un ministerio surgido de las necesidades concretas de unas iglesias que ven multiplicar sus efectivos y llaman hermanos a colaborar con los ministros ya establecidos para un mejor servicio a la comunidad.
Tal como hoy, cuando en muchas de nuestras comunidades aumenta la participación sacramental de los hermanos y es preciso acudir a laicos comprometidos para que colaboren efectivamente en el servicio del cuerpo eucarístico y eclesial del Señor.
Dar la vida por el servicio
“El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna. Si alguno me sirve, que siga. Y donde yo esté, allí también estará mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre lo honrará”. (Jn 12,25-26). Seguir y servir a Jesús se manifiesta, entonces, en una experiencia diaria de “odiar la vida en este mundo”, frase que en el contexto semita significa “vivir la lucha de cada día prefiriendo a Jesús, el Maestro, por encima de todo, incluso los intereses personales en pro del servicio al “otro””.
Pensemos un momento en un mundo como el que vivimos, la preferencia es lo personal sobre el servicio, es un reto para nuestra pastoral de formación de acólitos, lectores y ministros servir con amor, por encima de los intereses personales. El odio no es entendido como no querer, es entendido como tener en un segundo lugar las cosas de este mundo, prefiriendo el servicio o teniendo en primer lugar el servicio al altar y la comunidad sobre todas las demás cosas.
Servir es un honor y agrada a Dios
San Pablo lo entendió muy bien cuando, analizando los valores humanos que él mismo tenía, su amplia formación en la cultura e incluso en lo doctrinal en la escuela judía, educado a los pies de Gamaliel y en los que sinceramente podía apoyarse para gloriarse ante los demás, como su cultura romana y judía.
¿Qué le paso a san Pablo?
Ante el encuentro con Cristo en el camino a Damasco, le cambió su modo de pensar y, lo que antes era para él “una ganancia”, pasó a ser una “perdida” y una “basura”, el texto se traduce del original textualmente: todo era una “mierda” ante el conocimiento de Cristo. Para él lo más importante de su vida es el conocimiento de Cristo, en efecto: “juzgo que todo es pérdida ante el sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Flp 3, 3-12).
Un espejo de la Palabra que se proclama con la vida
Un ministro de la comunión puede “mirarse al espejo de la Palabra” y encontrar continuamente una exigencia de cambio y un apoyo en el camino para tratar de vivir con alegría su realidad de “seguidor de Jesús”. No es tanto, lo técnico, aunque es importante en la forma de comunicar el mensaje, lo que debe estar presente es el crecimiento espiritual, estos días dialogaba con un ministro lector, cruzamos unas palabras y llegamos a un común acuerdo el decoro es dentro y fuera de la celebración, el entrenamiento con herramientas técnicas, pero nunca olvidarse de lo espiritual, pues lo que se comunica es la Palabra de Dios que nos habla a tiempo y destiempo.
Por Wilson Javier Sossa López. Sacerdote eudista del Minuto de Dios
Foto: Arquidiócesis de Bogotá
