Tribuna

San Juan de Dios: al lado de la persona que sufre

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Cada día me pregunto cómo puedo humanizar y, a la vez, evangelizar el mundo del dolor y del sufrimiento. Lo primero es tomar conciencia de que no se está atendiendo a una enfermedad, sino a una persona que sufre, y si se le quiere dar una buena atención, los cuidados que se dan tienen que abarcar todas las necesidades de la persona, en su parte biofísica, psicosocial y espiritual. Ser consciente de que estoy al servicio de la vida; incluso cuando no se puede curar, sí se puede seguir cuidando.



En mi trabajo diario con la persona que sufre es muy importante ser empático, que no es otra cosa que pensar cómo me gustaría a mí que me tratasen. Para mí es muy importante practicar la acogida para que la persona enferma y su familia se sientan en un ambiente acogedor. Hacerles sentir bien. Donde son tratados con respeto y tolerancia a su forma de ser y a sus ideas. Lo que me lleva también a tener que desarrollar una capacidad de escucha y diálogo.

Siempre procuro huir del paternalismo y los consejos fáciles, porque “es muy fácil ver el toro desde la barrera”. Lo que me lleva a no juzgar nunca a un enfermo o a su familia porque no sé qué historia de vida tienen detrás. Hay un dicho que dice: “Nunca juzgues mi camino si no estás en mis zapatos”.

En el buen arte de acompañar a un enfermo y a su familia hay que ser muy paciente y prudente. Cuidando el lenguaje verbal y no verbal. Delicado, ser responsable en mi tarea. Desde mi experiencia, ayuda mucho un sano optimismo y sentido del humor. Siempre tener una buena actitud de servicio. Ser flexible en las normas.

A veces la mejor manera de ayudar y acompañar es saber callar y guardar silencio. También le doy mucha importancia al cuidado de lo invisible, que no es otra cosa que el cuidado de las emociones.

Todas estas actitudes que intento desarrollar día a día en el trabajo con el enfermo, la persona que sufre o su familia, sé que no es completa si no sé trabajar en equipo. Hay que saber integrarse y trabajar en un equipo multidisciplinar. Tratamos con personas en un momento de su vida donde experimentan la vulnerabilidad: lo que nos debe importar es la persona y su dignidad.

Si quiero dar una asistencia al enfermo, tiene que abarcar también la espiritual: necesidad de dar y recibir amor, de perdonar y ser perdonado, de encontrar sentido al sufrimiento, de tener esperanza en algo o alguien, de alcanzar la paz interior, de perdurar o dejar huella, de poder despedirse de sus seres queridos. Dentro de las necesidades espirituales están las necesidades religiosas. Las personas de fe experimentan la necesidad de fortalecer la relación personal con Dios, a través de la oración o de los sacramentos.

Experiencia de Dios

Las personas creyentes saben que Dios les acompaña en la enfermedad, pero necesitan sentirle, experimentar su cercanía. Como signos sensibles y eficaces que son los sacramentos, confortan, dan paz, facilitan ese acercamiento y contacto con el misterio de Dios. La evolución de las necesidades espirituales del enfermo no es cuestión de un instante. Se requiere una presencia continuada para hacerse cargo cabal de la situación o momento espiritual de un paciente que, de hecho, es compleja y cambia con el proceso de la enfermedad.

Saber cuidar y acompañar es un arte. Por eso, para poder cuidar y sanar debemos cuidarnos primero a nosotros mismos, porque nadie da lo que no tiene. Lo que nos va a distinguir a cada uno en el campo en el que trabajamos y evangelizamos es la actitud con la que salgamos cada día. Como buenos samaritanos y samaritanas tenemos que ser luz y sal en medio de esta sociedad en la que nos ha tocado vivir. Que nuestra fe, nuestro compromiso y nuestra actitud sean una buena noticia para aquellas persona que se relacionen con nosotros.