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Tribuna

Rosalía, ‘Los domingos’ y la cultura pop: ¿la nueva estética de lo divino?

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No estuve en la Plaza del Callao aquella noche en que Rosalía presentó LUX, pero caminaba por Madrid esos mismos días de octubre. Bastaba mirar los carteles, las pantallas y las conversaciones en los cafés para percibir que algo especial estaba ocurriendo. En medio del ruido de una ciudad culturalmente cristiana y tan secular al mismo tiempo, la palabra LUX, ‘luz’, en latín, se colaba entre las calles como una oración antigua en labios nuevos. Había en el aire un brillo distinto, casi litúrgico. No era una misa, pero había expectación y silencio; no era una iglesia, pero todos parecían participar de un mismo rito.



Pocos días después dejé Madrid, y al hacerlo pensé en ese curioso retorno de lo sagrado que atraviesa la cultura pop. Mientras Rosalía envolvía la ciudad con una estética que combina penitencia y deseo, en Zaragoza la marca de ropa masculina Álvaro Moreno, inauguraba su nueva tienda con una bendición sacerdotal y la frase ‘Sea para gloria de Dios’ proyectada sobre sus paredes. Al mismo tiempo, en los cines españoles se preparaba el estreno de ‘Los domingos’, la película de Alauda Ruiz de Azúa que aborda la fe y la vida cotidiana, desde una mirada silenciosa y luminosa, mostrando la vida de una joven que quiere ser religiosa de clausura, según he podido leer y ver además en el trailer que muestran en sus redes.

Tres escenas distintas, tres lenguajes, pero un mismo trasfondo: la fe reapareciendo en lugares insospechados.

No se trata de un renacimiento religioso ni de una nueva ola de conversiones. Es algo más sutil: una reapropiación cultural del imaginario católico, incluso por parte de quienes no se declaran creyentes. Rosalía no predica, pero usa símbolos de devoción: las manos en oración, el velo, la culpa, la redención y el cine europeo vuelve a hablar del alma sin pronunciar el nombre de Dios. Es como si la cultura secular estuviera alejándose de la fe, pero no de los signos para expresarla.

En esta Europa que expulsó a Dios de lo público, lo católico sobrevive como lenguaje emocional y estético del alma. Su vocabulario —culpa, gracia, luz, salvación— sigue siendo el más eficaz para hablar de lo que duele y de lo que salva. El catolicismo ha pasado de ser una doctrina a ser una gramática cultural, un depósito simbólico que el arte sigue utilizando para decir lo indecible.

Podríamos estar hablando de una nostalgia de lo sagrado en una sociedad que ya no cree, pero que tampoco logra vivir sin símbolos de fe. Quizá por eso la palabra LUX brillando sobre el cielo de Madrid tuvo tanta fuerza. No solo era marketing, sino además era una invocación. Vivimos una secularización invertida en la que el mundo no regresa a Dios, pero tampoco logra desprenderse del anhelo de trascendencia.

Escena de la película 'Los domingos'

Escena de la película ‘Los domingos’

La luz, la redención, la comunión… reaparecen como metáforas universales. Ya no se habla de pecado, pero sí de heridas y sanación; ya no se busca confesión, pero sí vulnerabilidad compartida. La cultura pop se ha convertido en una liturgia inconsciente del alma contemporánea.

Este artículo nace de esa intuición: que el Espíritu sigue hablando en los lenguajes nuevos, incluso en los escenarios más profanos. Quizá nuestra tarea no sea apresurarnos a juzgar, sino aprender a escuchar. Lo que para muchos es solo espectáculo, puede ser para otros una epifanía.

Días después, ya de regreso en la Arquidiócesis de Monterrey, México, expuse una charla en la II Jornada de Agentes de Pastoral Vocacional donde hablé de estas reflexiones y de cómo el Espíritu llama también desde la cultura, de cómo cada generación busca su modo de decir ‘sí’. Voy comprendiendo que estos gestos, una canción, una película, una marca que se atreve a bendecir, son también parábolas vocacionales, es decir, expresiones de una humanidad que no ha dejado de buscar su voz ni su destino, aunque ya no use el lenguaje de la Iglesia.

Por eso merece la pena mirar todo esto con atención. No se trata de ‘cristianizar’ la cultura pop, sino de reconocer las huellas del Espíritu en los lugares donde el Evangelio parece ausente. Lo que hoy llamamos cultura pop está diciendo, con símbolos nuevos, lo que la teología ha dicho durante siglos: que el ser humano tiene sed de luz, de belleza y de sentido.

Hace unos días, me encontré en Instagram con una publicación inspirada en Rosalía, realizada por una comunidad juvenil llamada Ignis (@ignis_es). Las imágenes mostraban a la artista vestida de blanco acompañada de esta frase: “Existe un vacío que el mundo no puede satisfacer”, y en la siguiente, con un rosario en la mano, expresando sus propias palabras: “A lo mejor estamos confundiendo este espacio. Será que este espacio es el espacio de Dios, el de una divinidad. Igual Dios es el único que lo puede llenar”. El carrusel terminaba con una pregunta que bien podría ser una homilía: “¿Y si eso que te falta es justo lo que te está llamando?”.

Esa imagen digital sintetiza todo lo que está ocurriendo: lo religioso transformado en lenguaje emocional, la estética convertida en evangelio implícito, la cultura como espejo de una búsqueda espiritual. Quizá lo que Rosalía llama ‘vacío’ sea, en realidad, hambre de infinito.

Y si es así, entonces el diálogo entre fe y cultura pop no es una curiosidad pasajera, sino uno de los signos espirituales más hondos de nuestro tiempo: la presencia de Dios manifestándose en medio del ruido, sin pedir permiso, como quien sigue insistiendo, suavemente, en hablar al corazón humano.