Cuando el 3 de octubre de 2020 Francisco publicaba su última encíclica, ‘Fratelli Tutti’, difícilmente podíamos captar su pleno alcance que hoy se muestra más patente. La encíclica fue recibida especialmente desde las problemáticas occidentales. Así, se interpretó en buena parte como una encíclica que quería hablar de las migraciones –gran preocupación del Papa– y de la crispación política y el populismo, grandes tentaciones europeas y norteamericanas. Sí, la encíclica hacía muchas otras referencias: a la política, al derecho internacional, a la guerra, a la paz… pero las veíamos como referencias obligadas en todo documento del Magisterio social político.
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Cerca de dos años después, con el trasfondo de la guerra en Ucrania y las consecuencias globales que esta puede tener en el futuro, la encíclica ha adquirido de repente una profundidad y lucidez sin precedentes. Uno no deja de preguntarse qué intuía ya el Papa, o, más bien, cuántas cosas estamos ignorando nosotros para no ver esas posibilidades en el aire.
La actual invasión de Ucrania, que comenzó el pasado 24 de febrero, supone muchas cosas: el fracaso del diálogo, la relativización y ninguneo del derecho internacional, el recurso directo de nuevo a la guerra para solucionar problemas internacionales, el guiarse por el deseo de expansión territorial…
Una vez empezada la guerra nos hemos encontrado con aún más consecuencias inesperadas: la recuperación de una política de bloques, la disuasión militar como instrumento de la política internacional, el peligro de guerra nuclear… Aunque probablemente un experto podía captar en aquel momento las implicaciones que estaban detrás de la posibilidad de la guerra, difícilmente la sociedad en general podía valorar correctamente lo que se estaba dibujando en el horizonte. A eso hay que sumar, probablemente en nuestro caso, un cierto ensimismamiento europeo que se goza en absorberse en sus propios problemas locales.
Orientaciones del Papa
Si volvemos ahora a leer ‘Fratelli Tutti’ encontramos, como digo, una cantidad asombrosa de referencias y reflexiones sobre estas realidades actuales, referencias que se convierten ahora en claves preciosas para orientarnos en lo que está pasando más allá de los intereses nacionales, o de la oscura política internacional.
Así, el papa Francisco recordaba la exigencia de respetar los acuerdos internacionales –’pacta sunt servanda’– y las instituciones internacionales para poder tener un orden en la política internacional (174). Avisaba que la guerra no es un fantasma del pasado, sino que es una amenaza constante hoy en día (256). Avisaba también de que la falta de respeto a las normas internacionales no hacía sino alimentar la posibilidad de la guerra para la que se acabaría buscando cualquier tipo de excusa (257). Recordaba también que la guerra es un fracaso de la humanidad y que deja todo peor de lo que lo ha encontrado (261). También advertía de la fragilidad e inutilidad de una paz construida sobre la mera disuasión militar (262).
Por otra parte, la imagen del mundo cerrado que recorre toda la encíclica parece que va tomando forma definitiva en este mundo bipolar que se va dibujando a la luz de la guerra en Ucrania. Frente al progreso de la globalización desde 1989 como signo de la superación de fronteras y bloques, de golpe la propia globalización es puesta en cuestión por la división radical del mundo de nuevo en dos bloques político-militares antagónicos.
Ciertamente no se puede pretender ser equidistante en todo esto. Ha habido una invasión injustificada y contraria al derecho internacional que, lógicamente, requiere algún tipo de respuesta porque no puede quedar simplemente impune. Pero, como siempre en la política internacional, es difícil pensar que otros actores no estén sacando provecho de la situación para otros intereses.
Estas afirmaciones tan clarividentes de ‘Fratelli Tutti’ piden seguir ese trabajo de hermenéutica y ver qué otras cosas tal vez nos tiene que enseñar la encíclica a quienes nos hemos visto sorprendidos por los acontecimientos mundiales. Ante estos desafíos, al volverse uno a la encíclica encuentra apuntes importantes para el futuro.
Tal vez lo más llamativo sea esa afirmación que realiza hacia el principio de la encíclica el Papa: “La historia parece estar volviendo atrás… el bien, como también el amor, la justicia y la solidaridad, no se alcanzan de una vez para siempre” (11). Hay aquí un llamamiento fuerte a tomar conciencia de la responsabilidad que tenemos con nuestras sociedades y nuestros valores. Si en un principio ya llamaba la atención esta afirmación, tras el desencadenamiento de la guerra en ucrania y sus consecuencias, la llamada del Papa se convierte en un aviso urgente que no podemos ignorar. Efectivamente las cosas pueden ir hacia atrás si no trabajamos por mejorarlas.
Un diálogo honesto y sincero
Destaca también la llamada al diálogo honesto y sincero, situándose en el lugar del otro, basado en el encuentro generoso (203). Un diálogo al que en ocasiones no ayudan los medios de comunicación, especialmente cuando se vuelven simples instrumentos de propaganda interesada.
Subrayo también la llamada de atención del Papa a cómo se desaprovechó la crisis del 2008 que era una ocasión valiosísima para dar una dirección a la economía globalizada que mostraba ya signos de desequilibrio (170). Hemos ido viendo como esos desequilibrios y desigualdades han favorecidos conflictos, inestabilidad, migraciones… no sabemos cuánto ha influido en la situación actual del mundo. En cualquier caso, la globalización que estábamos siguiendo desde los años 90 necesitaba una reorientación. Lo que no fuimos capaces de hacer entonces tal vez será una tarea para afrontar ahora.
Podríamos seguir recorriendo el documento encontrando muchas más llamadas de atención que tal vez dejamos pasar y que hoy, con la situación actual, se vuelven contra nosotros avergonzándonos de no haberlo tomado lo bastante en serio. Quiero tal vez terminar centrándome en el último capítulo de la encíclica: ‘Las religiones al servicio de la fraternidad del mundo’. El presupuesto de este capítulo es que “las distintas religiones… ofrecen un aporte valioso para la construcción de la fraternidad” (271). Aquí hay tal vez una clave muy importante.
Una guerra política
La actual guerra de Ucrania, y las consecuencias que está trayendo, tiene de particular que es un acontecimiento básicamente político. No se puede negar que las reclamaciones políticas tienen eco en la dimensión religiosa –basta saber de los problemas existenciales de la ortodoxia en Rusia y Ucrania con esta guerra–, pero queda bastante claro, en cualquier caso, que es un conflicto básicamente político.
Tras muchos años asociando violencia y guerra con religión, en buena parte desde el 11 de septiembre de 2011, ahora de repente nos reencontramos con la violencia y la guerra por motivos puramente políticos expansionistas. En esta situación, las religiones –las que tengan libertad real para hablar y no estén cooptadas por el poder– pueden hacer presente a Dios y a sus valores en nuestro mundo (274).
Esta situación actual que vivimos de conflicto internacional de motivos tan puramente políticos, son la mejor ocasión para mostrar la capacidad de las religiones, y del diálogo interreligioso, de contribuir al bien común de la familia humana desde la construcción artesana de la paz y la convivencia, y del caminar hacia un auténtico mundo abierto.
*Gonzalo Villagrán Medina, SJ. Decano de la Facultad de Teología Universidad Loyola