Tribuna

Reconocernos en el dolor del otro, por Ana Pastor

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Aunque la historia de España está llena de “momentos estelares” –como diría Stefan Zweig, refiriéndose a esos sucesos que inciden decisivamente sobre el devenir de los pueblos– los que comenzaron el Dos de Mayo de 1808 tienen asegurado un lugar destacado. Lo que allí se manifestó no fue solo la conciencia de pertenecer a la nación española, sino la de encarnar, cada ciudadano, el ser mismo de esa nación; que no era un mero atavismo, ni obedecía a una realidad geográfica o a la defensa de unos intereses, sino que cobró forma ante la capacidad que demostramos para reconocernos en el dolor del prójimo y luchar por él como por nosotros mismos.



Aunque hoy ese espíritu de hermandad hace frente a circunstancias muy distintas, podemos remitirnos a la memoria de aquel trance. “Todas las puertas de las casas permanecían cerradas, y un lúgubre silencio reinaba por todas las calles”: así describe Blanco White la atmósfera de aquellos días. Tal y como la recreó luego Bernardo López: “…oigo alzarse a otras regiones / en estrofas funerarias, / de la iglesia las plegarias, / y del arte las canciones”.

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En esta Semana Santa, plegarias y canciones han formado también parte de ese esfuerzo que todos compartimos para elevar el ánimo y buscar la esperanza en un horizonte incierto. La muerte y el sufrimiento nos han golpeado de una manera brutal. El COVID-19, además, representa el aislamiento; la dramática vivencia de una enfermedad que nos desarraiga de los afectos más cercanos. Y, sin embargo, hoy reconocemos también un vínculo que nos aproxima a todos en nuestra dimensión más humana; en todo lo que resulta más rico y valioso desde un punto de vista ético. Y no es sino por esa fraternidad en los valores que todos concurrimos, como uno solo, a rendir nuestro diario homenaje a la heroica labor de los sanitarios.

Cuando esos valores han sido el fundamento de nuestra acción colectiva, los españoles hemos escrito las mejores páginas de nuestra historia, sobreponiéndonos a la adversidad y haciendo de nuestro país una fuente de oportunidades. Preparémonos para hacerlo cuando podamos hacer nuestras las esperanzadoras palabras de san Gregorio de Nisa en su Sermón de Pascua: “Ha comenzado el reino de la vida y se ha disuelto el imperio de la muerte”.

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