Tribuna

Por una pastoral de la diversidad

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“Quiero agradecerte tu celo pastoral y tu capacidad de estar cerca de las personas. Con esa cercanía que tenía Jesús y que refleja la cercanía de Dios… Nuestro Padre del Cielo se acerca con amor a cada uno de sus hijos, a todos y cada uno. Su corazón está abierto para todos y cada uno. Es Padre. El estilo de Dios tiene tres rasgos: cercanía, compasión y ternura. Así se acerca a cada uno de nosotros”. Estas son palabras recientes que el papa Francisco ha escrito, de su puño y letra, a James Martin, sacerdote jesuita que lleva a cabo una destacada labor pastoral atendiendo y visibilizando a la comunidad LGTBI en la Iglesia.



Nuestra experiencia en el acompañamiento a las personas y colectivos LGTBI parte del reconocimiento de la existencia de fronteras en nuestra sociedad, nuestra Iglesia y nuestros corazones; son vallas y concertinas que separan personas y creyentes por el hecho de ser y tener una orientación sexual “diferente”.

Desde un profundo amor a la Iglesia y con un convencimiento que brotaba de nuestra espiritualidad ignaciana, nos planteamos la necesidad de visibilizar esta realidad y comenzar a crear sinergias entre “dos espacios de Iglesia”. Era necesario dar a conocer esta realidad palpable y silenciada de discriminación, pero, sobre todo, que estos relatos de vida de hombres y mujeres de fe vieran la luz.

Personas que, a pesar de haber sido excluidas, muchas veces en nombre de las Escrituras, daban un testimonio de fe que solo podría traer riqueza al Pueblo de Dios. Era y es una llamada, una invitación, a estar “de otra manera” compartiendo con cada persona LGTBI, creyente o no, sus sufrimientos y también su sabiduría acumulada en el desierto, al otro lado de la valla y dentro del “armario”.

Es doloroso constatar que tenemos en nuestra Iglesia una mesa del banquete eucarístico en la que no nos podemos sentar todas las personas; algunas no tienen traje de fiesta, son dejadas fuera, no son “dignas” de compartir el Pan, la Palabra y la Paz. Cuando la persona más necesita de la comunidad, de la acogida, del abrazo amoroso, la dejamos al margen.

Cuando miramos a Jesús en el Evangelio, constatamos que todas las personas que acuden a él están enfermas, destruidas, abandonadas, con pecados públicos, y todas ellas son recibidas, perdonadas, y cuando se alejan son diferentes; caminaban bajo un peso insoportable y ahora lo hacen erguidas, porque el perdón alivia su ritmo y han renacido a una vida nueva.

Iglesia “incompleta”

Debemos partir del convencimiento de que nuestra Iglesia, sin la aportación “igualitaria” de estos hermanos y hermanas, de su sensibilidad y también de su orientación sexual, está “incompleta”. Va siendo hora de apostar por una cultura de la misericordia inclusiva. Entendemos que esta es una de las invitaciones del papa Francisco cuando se refiere a la Iglesia de la misericordia.

Los creyentes LGTBI parten de un convencimiento: la homofobia no está en las Sagradas Escrituras; más bien, es fruto de un corazón, muchas veces creyente, que juzga sin “conocer internamente” y desde una identidad sexual “distinta”, generando, con sus “actitudes, palabras y obras”, comportamientos de “exclusión antievangélicos”.

El desconocimiento lleva al miedo, y este, a la homofobia. Las personas creyentes heterosexuales en la Iglesia hemos pecado de omisión y de indiferencia –tanto laicos como religiosos, religiosas y pastores–, provocando que estos hermanos y hermanas se sientan “cristianos de segunda”, permanentemente prejuzgados y puestos bajo sospecha.

A pesar de todo, hacen suyas las palabras de la primera carta de Pedro: “… sed compasivos, fraternales, misericordiosos, humildes; no devolváis mal por mal, ni injuria por injuria, antes bien bendecid, puesto que a esos habéis sido llamados, a heredar una bendición”. Descubrimos a través de sus actitudes una fe y un sentido de pertenencia eclesial tan profundos, a pesar de la discriminación, que son invitación y testimonio. Infinitas veces hacen suya esta frase: “Nada ni nadie nos separará del Amor de Dios”.

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