Tribuna

Pavonianos: ser samaritanos y hacer hogar

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Hay quien dice que la vida religiosa está alejada de la realidad, que vive en otro mundo. A veces, nos puede pasar. Sin embargo, no cabe duda que estamos en muchas fronteras, aunque también tengamos nuestras exigencias, queriendo salvaguardar nuestros espacios comunitarios. Pareciera que lo que anhelamos es “trabajar con”, pero no “vivir con”.



¿No es posible compaginar lo uno y lo otro? ¿Nos cuesta tanto entender que lo grande de nuestra vida es compartir nuestro tiempo y nuestros dones con aquellos caídos al borde del camino, no durante cuatro ratos, sino enteramente? ¿Llegamos a entender de verdad, vivencialmente, que estamos llamados a ser “samaritanos”?

En ese sentido y siguiendo la línea marcada por nuestro fundador, Ludovico Pavoni, en su dedicación a la tarea educativa en favor de los más necesitados, los Pavonianos de San Sebastián llevamos más de treinta años abriendo nuestra casa a chicos y chicas que se recuperan del problema de las adicciones. Pavoni, en la primera mitad del siglo XIX, entendió su misión como “inspirada por Dios”; por eso, se dedicó a educar a los muchachos y jóvenes más necesitados de su ciudad, Brescia (Italia), preparándolos como buenos artesanos, llenos de humanidad y abiertos al soplo del Espíritu, como hombres cristianos para aquella sociedad.

Así pues, siguiendo ese carisma, los Pavonianos compartimos con estos jóvenes nuestras horas, ofreciéndoles un hogar y acompañando sus pasos en esa senda ilusionante hacia una nueva vida, hacia una libertad auténtica. No se trata solo de tenerlos aquí, con nosotros, sino de sentirlos parte de nuestra existencia e irles orientando hacia una vida llena de humanidad y basada en los valores evangélicos.

Acompañar sus pasos

Somos en la actualidad tres religiosos, que coordinamos un equipo de educadores y acogemos en nuestra casa a veinte jóvenes, que participan en el programa terapéutico “Proyecto Hombre” de San Sebastián. Nuestra parte es la de formar familia con ellos, acompañando sus pasos y reforzando sus motivaciones para seguir este camino, que en parte hacen aquí. En los tres meses que suelen estar en nuestra casa, logran sentirse parte de nuestra familia, dentro de un hogar cálido que les ayuda a realizar su proceso formativo y a caminar hacia el futuro.

Desde nuestro carisma, que se orienta a la educación integral de los jóvenes pobres y necesitados, somos “educadores”. Y eso, como diría el papa Francisco en la Patris corde, es respeto a la libertad de la persona, confianza profunda en sus capacidades, que manifiestan las huellas de Dios. Compartiendo la vida con ellos, somos testigos de sus pasos, inseguros pero humanos.

Cada día aprendemos a valorar el amor que Dios ha sembrado en cada persona y que va humanizándola a través de gestos sencillos, del trabajo a favor de los otros, de un aprendizaje de respeto y autoayuda, de convivencia cercana, de apertura a los valores del Evangelio. Y vamos aprendiendo de ellos a ser mensajeros de esperanza.

Ojalá nuestra vida sencilla y exigente sea un claro reclamo para tantos que quieren ver en los religiosos hombres y mujeres que siguen las huellas de Jesús de Nazaret, cargados de profunda humanidad.