Tribuna

Nuria Gispert, activista desde el Evangelio

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En poco más de un mes, los que nos dedicamos a los más vulnerables y todos los que estamos interesados por un mundo más justo y habitable hemos perdido a tres referentes: Pere Casaldáliga, Padre Manuel y ahora Nuria Gispert Feliu.

Nuria Gispert había tocado, desde muy joven, todos los ambientes en donde una mano se alarga para pedir y otra para acariciar y entregar lo que es y lo que tiene.



Todos la recuerdan como la gran “activista” y desde los distintos campos en los que ejerció esa “actividad”: desde la opción política del socialismo de su momento histórico –muy diferente del de la actualidad–, desde el servicio ciudadano, como regidora en el Ayuntamiento de Barcelona y como mujer de Iglesia participando en el Concilio Provincial Tarraconense de 1995 y dirigiendo Cáritas Diocesana de Barcelona de 1998 al 2004. Del 2002 al 2004 también fue directora de Cáritas Española.

Todo eso y mucho más lo encontraríamos en su curriculum vitae y es de admirar, pero yo quiero hoy recordar a la Nuria que conocí, con la que tuve ocasión de compartir algunos encuentros y a la que recuerdo con admiración y cariño.

De aspecto un tanto desaliñado –si se me permite definirlo así– me recordaba en eso al Padre Manuel. Y tal vez por el mismo motivo: porque el uno y la otra eran personas que vivían siempre de cara a los demás, mucho más que de cara al espejo. Mujer entrañable, no tenía pelos en la lengua cuando se trataba de decir la verdad para conseguir aquello que es justo o para denunciar lo que podía ver de cerca, no solo en las noticias o diarios. Porque su vida –aún cuando ostentó cargos de responsabilidad– estaba cerca de los de “abajo”, que no los observaba desde un despacho sino desde la vanguardia, como había hecho desde su juventud.

Laica comprometida

Yo tuve, en distintos momentos, ocasión de conocerla, pero recuerdo de un modo especial una mañana que pasamos juntas hace ya varios años en un programa de la televisión autonómica que se llamaba ‘Retrats’. Se rodaba en una de las obras que más he admirado yo desde hace años, El Xiprés de Granollers, en el Vallés oriental.

Las dos tuvimos ocasión de conocernos más. Teníamos la misma edad y habíamos vivido la misma España de la postguerra, habíamos conocido el mundo de la marginación y hablamos mucho de nuestra visión de la vida.

Recuerdo perfectamente cómo admiré en ella varias de las características que ahora quiero resaltar como homenaje a una mujer que había vivido siempre en una sencilla y olvidada entrega de sí misma, una laica comprometida y una mujer entregada en el hogar, en la calle y en la política.

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