Tribuna

No es cosa de suerte

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En varios puntos del Caribe se han estado registrando eventos difíciles en los procesos electorales. Me percaté de eso leyendo un reportaje sobre los comicios en países como Guyana, Surinam, Dominica, San Vicente y las Granadinas y Puerto Rico. El autor de la crónica describió eso como “una zona de turbulencia electoral”. Después de ver de cerca cómo se manifiesta ese fenómeno en mi Puerto Rico, puedo coincidir que palabras como turbulencia, confusión y enredo son útiles para describirlo.



Amenaza directa

Inmerso como está cada país en su situación particular, pocos se toman el trabajo de ir a mirar lo que le ha pasado al vecino. De igual manera, dentro de cada país, las lealtades de tipo político o doctrinal propician que muchos vean en lo que está pasando una amenaza directa para sus estrategias o una oportunidad para impulsar su propia agenda. Lo que no estoy viendo, como quisiera, es una discusión amplia sobre qué será lo que provoca este fenómeno en países cercanos pero tan diversos entre sí.

Desde tiempos remotos, como en la Grecia antigua, había quienes aseguraban que los desastres políticos, sociales o militares, eran provocados por el destino, la suerte, o mejor dicho, la mala suerte. Pero también había quienes advertían que los humanos hablan de suerte para tapar que por no haber previsto lo que podía pasar como resultado de lo que hacían, tenían que enfrentarse después a las consecuencias que no deseaban.

Organismo social enfermo

Los desastres naturales y los políticos son multiplicados muchas veces por esa costumbre tan humana de andar por la vida sembrando vientos, para después quejarse de cosechar tempestades. En la otra cara de la moneda, a veces uno se encuentra con seres sufrientes y marginados que tienen tanta fe en lo que la vida nos da, que nos dejan pasmados cuando logran unas hazañas difíciles de explicar. ¿Cuántas veces vemos el repudio hacia los que pertenecen a grupos distintos del nuestro? ¿Cuántas veces esas personas que reciben las migajas que se caen de la mesa de los amos resultan tener más fe que lo que están arriba?

Los desastres que estamos presenciando, que estamos viviendo, en la salud pública, en la política y en tantas otras cosas, bien pueden ser las señales que está dando el organismo social enfermo. No es la fiebre, es la infección.

Esta globalización de las riquezas por un lado y del empobrecimiento por el otro es receta para provocar más señales de los peligros que podrían estarse cocinando para  todos. Si la gente pobre se está agotando de tanta carga, de tanto peso imposible de soportar y si los jefes políticos, económicos o sociales siguen ciegos y sordos al dolor que están causando, podemos anticipar sin ser adivinos que es mejor que se preparen para el grito. Con echar a menos a los que se quejan porque no les reconocemos valor suficiente, no evitaremos que la dolencia se propague. Tratemos de ser justos con los otros.  No es cuestión de suerte.