La relación con Dios, en la experiencia mística de Juan de la Cruz, no se expresa desde la afirmación del yo ni desde la conquista del objeto amado, sino a través de una voz que desea, busca y consiente. Esa voz es femenina. Pocas obras de la tradición espiritual occidental resultan tan fértiles para una lectura en clave femenina como la del místico de Fontiveros.
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Este enfoque se lo debemos, en buena medida, a la hispanista Rosa Rossi. Se cumplen ahora treinta años de su estudio Juan de la Cruz, una personalidad no patriarcal (1995), donde mostró con singular claridad que Juan piensa y escribe desde una lógica relacional ajena a esquemas de poder, jerarquía y posesión. Estas líneas se inscriben precisamente en esa estela interpretativa.
En el ‘Cántico espiritual’ y en la ‘Noche oscura’ habla inequívocamente la Esposa. Este dato, a menudo diluido bajo la genérica etiqueta de “alegoría del alma”, posee un alcance extraordinario. Juan recibe la herencia del amor cortés, del petrarquismo y del garcilasismo –tradiciones elaboradas desde una óptica masculina–, pero introduce una inflexión decisiva: el yo lírico se vuelve femenino. Con ello, inaugura un lenguaje nuevo, capaz de decir la experiencia espiritual desde el cuerpo, el deseo y la relación.
La Esposa como sujeto
La fuente inmediata es el ‘Cantar de los Cantares’, texto profundamente sensual, articulado como un diálogo amoroso. Juan no lo lee alegóricamente –como hiciera la tradición patrística–, sino que lo reescribe en clave simbólica con una libertad sorprendente. La Esposa no es una figura pasiva o decorativa: lleva la iniciativa, interroga, padece y goza. Lo femenino no aparece como objeto del discurso, sino como sujeto pleno de la experiencia.
Juan entrega las estrofas iniciales del ‘Cántico’ a las descalzas de Beas, que las copian, memorizan y cantan en sus recreaciones. El texto nace así en un espacio femenino y oral, al margen de los circuitos académicos. No es irrelevante que ofrezca –precisamente a mujeres– un mensaje espiritual de consecuencias tan radicales: la afirmación de que el gozo de la unión con Dios puede vivirse ya en esta vida, bajo una forma nupcial del encuentro.
En el prólogo del ‘Cántic’o, dedicado a Ana de Jesús, aparece otro eje decisivo: la contraposición entre dos modos de conocimiento. Frente al saber racional y sistemático, Juan reivindica un conocimiento amoroso y experiencial, que “no solo se sabe, sino que se gusta”. Este saber, accesible a las mujeres, se convierte en núcleo de su teología y abre a una relación directa con Dios, prescindiendo de mediaciones institucionales.
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