Tribuna

Mi familia y yo vivimos en una parroquia

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“Mi marido trabaja y yo he optado por quedarme en casa. Tenemos cinco hijos, entre 3 y 17 años. Nuestra vida es normal: trabajar, llevar a los niños al colegio, a hacer deporte… Compartimos nuestra jornada con los que pasan por aquí. Saben que la puerta de nuestra casa siempre está abierta”. Son las palabras de Maida, que vive con su marido Marco en la parroquia del Sagrado Corazón, a las afueras de Milán.



Así lo hizo durante muchos años Eugenio, uno de los pioneros de esta experiencia: “El hecho de verse en la iglesia, pero también en el supermercado o en la escuela, hace que la gente se sienta más cercana”. Se les llama “familias misioneras kilómetro cero”. Son matrimonios con hijos que han decidido vivir en una parroquia, junto a la casa del párroco o en la suya propia, cuando la diócesis no puede encontrar sustituto.

Todo comenzó en 2008, cuando el cardenal Dionigi Tettamanzi se encontró con algunas familias que regresaban de misiones en el extranjero, entre ellas, la de Eugenio Di Giovine, quien estaba a cargo de una enorme parroquia en Venezuela debido a la falta de sacerdotes. Después de escuchar su testimonio, surge una pregunta: “¿No podemos imaginarnos hacer lo mismo aquí, en las iglesias donde ya no está el párroco?”. Comenzaron entonces los primeros experimentos hasta día de hoy, que en Milán hay 32 familias que viven así.

No son sacristanes. Tienen trabajo fuera. Pagan las facturas y, cuando se requiere, el alquiler. Y, obviamente participan en la vida de la parroquia. Más que los roles, la novedad es su misma presencia. En algunos casos, suponen una fraternidad ampliada. Como en la parroquia del Sagrado Corazón, en Ponte Lambro, donde vive el padre Alberto Bruzzone con la familia de Marco y Maida y una comunidad de monjas marcelinas. Se trata de “vivir una fraternidad de diferentes vocaciones, anteponiendo no los papeles, sino la convivencia. Significa orar juntos, leer juntos la palabra de Dios, pero también pasar las vacaciones juntos o comer juntos”.

Parroquia Nuestra Señora de las Angustias. Foto: Jesús G. Feria

Y hay ayuda concreta. “Si Marco y Maida tienen que salir y no tienen con quién dejar a los niños, nosotros nos hacemos cargo”. Una forma de corresponsabilidad y comunión que ayuda a las diócesis a responder a la falta de sacerdotes, a que estos no estén solos, y a las familias a vivir en una red de relaciones. Marco y Maida habían estado de misión en Perú. “Cuando volvimos reflexionamos sobre cómo queríamos vivir. No nos gustaba la idea de encerrarnos en nuestra propia casa”, explica Maida. Era 2017. Por aquellos años nacía esta realidad de familias. ¿Por qué esta elección? “Para ir contra un mundo que te dice que solo pienses en lograr una gran carrera. Cuando miro a mis hijos, ante todo quiero que sean buenos. La fraternidad nos da este sentido de libertad”.

Y es una solución que resuelve la escasez de parroquianos. “En Milán, como en todas partes, hay pocos. A lo mejor solo vienen los domingos a misa”, explica Eugenio. Entre otras cosas, esta fórmula ha traído otra novedad: la presencia de la mujer en el servicio pastoral. “Las mujeres han llegado donde normalmente solo hay hombres. Y esto cambia la forma en que se afrontan los problemas”. Eugenio enseña en una escuela secundaria, mientras que Elisabetta, su esposa, es doctora. Tienen cinco hijos.

“Vivíamos en la rectoría, donde solía vivir el cura”, dice. “Y como estabas allí pues muchos confiaban sus problemas a Elisabetta. Cosa que con otras personas quizá no se atrevían a hacer”, explica Eugenio. Y quizá, viviendo la vida de todos, se comprende que ciertas elecciones no son buenas: “Si haces misa a las 9, los que trabajan nunca podrán venir”. ¿La relación con el sacerdote? “Construimos juntos. Como se hace en una misión”.

Hacer misión

Se debe construir un nuevo equilibrio. Fueron nuestros hijos quienes nos ayudaron a comprender que nuestra primera vocación era la familia. Como decía Tettamanzi a los que partían para la misión: Haced siempre todo con vuestros hijos, no ‘a pesar’ de los hijos. Viviendo en la parroquia uno se vuelve más consciente de las necesidades.

Así nació el oratorio de verano para los mayores, la ayuda a los pobres, la recuperación de los oratorios abandonados o las actividades extraescolares para los niños. En algunos casos, las familias suplen los ministerios de los sacerdotes. “Para el Adviento, –dice Eugenio–, fuimos a llevar la bendición a los hogares, como exige el rito ambrosiano. Al principio la gente estaba extrañada, pero después se tornó en alegría. Entendieron que no se trataba de que alguien ocupe el lugar de otro, sino de que la Iglesia se haga presente”.

Con el tiempo, se acercan familias que no vienen de las misiones. Como Emanuela y Andrea y sus hijos de 17 y 20 años que desde hace un año viven en la comunidad de SS. Magos en Legnano. Ambos trabajan, los niños estudian. “La vida en la parroquia no es un ‘después del trabajo’. Buscamos la profundidad de una fe compartida, a partir de las ocasiones de la vida normal”.

“La pastoral del café”

Lo llaman “la pastoral del café”, ya que incluso un gesto tan simple puede convertirse en una oportunidad. “En un ambiente familiar es más fácil conocerse, confiar y rezar”. El domingo el lugar de la misión es la entrada de la parroquia: “Nos encontramos con la gente después de misa y compartimos momentos de vida a veces aparentemente insignificantes, pero son estas ‘pequeñeces’ las que nos ayudan a hacer familia”.

Para un sacerdote, vivir con una familia es una experiencia que cambia la vida. “En estos veinte años he aprendido a no pensar en mí mismo como cabeza indiscutible de la parroquia y a comprender que la comunidad no es mía, sino del pueblo cristiano”, asegura el padre Alberto. La fraternidad “ayuda a redescubrir la propia y a quienes nos conocen se les da una imagen de iglesia familiar”.

Además, es una forma de capear la soledad de los sacerdotes. “La Biblia dice que no es bueno que el hombre esté solo. También se aplica a nosotros. El celibato no es sinónimo de aislamiento. No somos solteros. Trato de vivirlo como una oportunidad de relaciones libres y profundas. La fraternidad es la forma más normal de vivir el celibato”. Una pequeña revolución que radicada en la fuerza de lo auténtico.

*Artículo original publicado en el número de abril de 2022 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

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