Tribuna

Las mujeres tenemos derecho a participar en pie de igualdad

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A veces me preguntan por si tengo conciencia de formar parte de una nueva generación de teólogas y si, por el contacto que pueda tener con compañeras más jóvenes, hay rasgos comunes que podamos compartir. Siempre respondo que sí y que, aunque seguimos siendo pocas, tengo conciencia de ello. Un rasgo común es que hay mayor sensibilidad y apertura a la diversidad, mayor conciencia de que vivimos en un mundo plural. Asimismo, hay una mirada más integral que permite conectar la teología y la experiencia de fe con otros ámbitos de la vida: las relaciones interpersonales, la salud, la sexualidad, etc.



Debo decir que esta mirada la he aprendido de mujeres teólogas, amigas laicas y religiosas, mayores que yo, lo que me permite decir que hay un diálogo intergeneracional que posibilita aprendizajes mutuos.

En los inicios de un largo camino

Vemos cómo la mujer se incorpora, progresivamente (y a distinta velocidad), a cada vez más ámbitos en condiciones de creciente equidad respecto a los hombres. También en la comunidad eclesial, aunque aquí estamos en los inicios de un camino de largo aliento para el reconocimiento pleno de la mujer como sujeto dentro de la Iglesia y las acciones que de ese reconocimiento se deriven, como, por ejemplo, la incorporación en ámbitos de toma de decisiones.

Se han dado algunos pasos, pero todavía falta mucho por hacer para hacer efectiva la afirmación evangélica: “Ya no hay judío ni griego…, ni varón ni mujer” (Gal 3, 28); afirmación que estuvo presente también en el Concilio Vaticano II. Desde hace mucho tiempo, se viene hablando de la particularidad y lo enriquecedor que es el “ingenio femenino”, pero las mujeres dentro de la Iglesia deseamos un reconocimiento de otro nivel: que se nos considere verdaderamente como sujetos con voz propia y con el derecho a participar en pie de igualdad.

Vivir la sinodalidad

Cuando realicé mis estudios teológicos en Arequipa, una ciudad del sur del Perú, fui la única mujer en mi clase. Mis compañeros de aula eran religiosos y sacerdotes y siempre fueron muy fraternos; sin embargo, hacía falta una mayor presencia femenina para un mejor diálogo e intercambio en el salón. Terminando mis estudios, me incorporé al equipo de teólogas/os de la institución en la que ahora trabajo, un instituto fundado por Gustavo Gutiérrez, y me sentí muy bien acogida. Desde ahí vivo cada día la sinodalidad de la que tanto se habla hoy.

En este sentido, valoro mucho el camino sinodal que se está viviendo en Alemania. Considero que estamos ante un proceso sumamente interpelador. Y es que tiene que haber mucha voluntad y apertura para poder dialogar sobre temas álgidos y conflictivos en el interior de la Iglesia.

Pasos firmes

En mi contexto particular, la Iglesia peruana todavía es muy conservadora. Es verdad que hay figuras importantes con los nuevos nombramientos de obispos (que son quienes hoy tienen poder de decisión) que ha hecho el papa Francisco, pero hay que iniciar el camino y dar pasos firmes.

En algunas diócesis de la Amazonía peruana se viene realizando un trabajo pastoral de auténtico servicio y diálogo. Asimismo, el año pasado se realizó la I Asamblea Eclesial de América Latina y El Caribe, donde participaron laicas/os, religiosas/os y no solo obispos. Pero es solo el inicio. Para vivir la sinodalidad de verdad, hacen falta transformaciones varias, no solo de relaciones interpersonales, sino también estructurales, y poner en la mesa temas difíciles y dialogarlos.

Sin mediar una autoridad externa

En este camino existe y se debe seguir promoviendo una teología en femenino. Considero que el gran logro de las teologías feministas y las hermenéuticas bíblicas desde las mujeres ha sido despertar y alimentar la vivencia de fe de las mujeres, otorgándoles la posibilidad de experimentar el misterio de Dios desde su propio ser y sin la mediación de una autoridad externa, como podría ser un sacerdote que dictamine cómo que es hay que sentir y vivir la espiritualidad. Esto ha posibilitado que muchas mujeres vivan su fe como una fuerza que les libera y les enriquece y que les anima a trabajar por la igualdad y la justicia en favor de otros/as.

Personalmente, como mujer y laica, es algo que yo misma trato de tener presente en mi día a día como teóloga. Así, cuando escribo un texto o expongo un tema trato de imaginar cuál es la situación vital del público al cual me dirijo: si son jóvenes universitarios, si son solo mujeres, etc. Cada grupo y persona afronta diversas dificultades y tiene que afrontar distintos desafíos. Como teóloga todavía joven y en verdad aprendiz, trato de acercarme preguntándome de qué manera la teología puede aportarles. Es todo un desafío porque se trata de acercar contenidos con un lenguaje sencillo, pero sobre todo se trata de comunicar vida y esperanza.

Dentro de la realidad

No sé si es o no una particularidad, pero considero que hay posibilidad de conectar mejor con las personas cuando una está metida en la complejidad de la realidad, teniendo conciencia de las grandes problemáticas (sociales, ambientales, de género, etc.), pero más aún viviendo y afrontando los problemas y desafíos que trae la cotidianidad de la vida.

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