Tribuna

La vida se alimenta de la muerte

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A pocos les gusta pensar en la muerte aunque convivimos con ella. No sólo hablo de la muerte de las personas, también me refiero a todos los ciclos de la vida. Con cada atardecer muere la luz del día, con cada amanecer nace; en otoño se les mueren las hojas a los árboles, en primavera las flores y en verano los frutos; con la adolescencia muere la niñez y así con todo lo que nos rodea, la existencia es una constante tensión vida-muerte. La muerte no deja de ser un “buen invento” para tener metas, para valorar, para vivenciar nuestra fragilidad y nuestro límite.



Admiro a las culturas, por ejemplo la polinésica, que celebran la muerte como parte de la vida. En efecto, cuando fallece alguien en cualquier circunstancia, se visten de blanco, se adornan con flores, cantan alegremente porque la persona en cuestión se encontró con sus ancestros y con Dios creador. Tocan la muerte, la miran de frente, no le temen, la incluyen en la vida. La vida se alimenta de la muerte y no al revés como a veces, creemos y vivimos.

“La muerte de aquellos muchos”

Hay casos dolorosos en que también la vida se alimenta de la muerte.

Fácilmente se comprueba la existencia de tantas personas esclavas de su trabajo, digo esto refiriéndome a los que no lo pueden hacer legalmente, a los que no reciben justa retribución y varias situaciones más. La existencia de tantas personas que no pueden vivir en el lugar donde nacieron, donde tienen sus afectos, porque la guerra y el hambre los expulsan. La existencia de tantas personas que, por la borrachera de poder de algunos, no tienen lugar para vivir libres en sus países. La existencia de tantas personas, especialmente jóvenes, que son desvastados por las drogas legales e ilegales. Puedo referirme a varias situaciones más que, por la existencia de unas pocas personas, que queriendo llevar una vida de placer, poder y fama a medida, conducen a los demás a la muerte; muerte física, muerte espiritual, muerte afectiva, muerte de sueños y deseos. La vida de estos pocos se alimenta de la muerte de aquellos muchos.

A veces por ignorancia, por comodidad o porque el sistema es así, nos hacemos cómplices de estas muertes; cuando compramos una ropa de determinada marca sin pensar quién ni dónde se hace, cuando no nos preguntamos si la persona que nos sirve un café o el médico que nos atiende en una guardia trabaja las horas correspondientes, cuando dejamos que nuestros niños y jóvenes se aíslen con el celular o tomen alcohol sin límite, cuando…cuando…

Siendo joven, escuché decir a una sabia hermana mayor que “lo que no aprendas con la vida, la muerte te lo enseñará”. Yo, en mi inocencia de haber vivido poco y sin mayores desgracias, pensé que mi propia muerte, la cercanía con ella me lo iba a enseñar y no fue así. La muerte está siempre, es parte de la vida, le da identidad a la vida, es una gran maestra.

La pregunta que sigue es ¿de qué muerte nos alimentamos?

Es un tema complicado que da para otra columna….