Tribuna

La vida consagrada con la que sueño para 2021

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Los consagrados somos soñadores, lo hemos ido siempre. Y no dejaremos de serlo. El sueño del Reino nos quita el sueño y nos empuja a soñar más allá de los sueños. Y no tenemos remedio. Dentro del alma vive de manera eterna el sueño de un mundo más de Dios y más de los hombres. No renunciamos a esa ingenuidad de los niños porque sabemos que de ellos es el Reino de los cielos.



Desde siempre me han enseñado a ser ingenuo…

Me enseñó mi padre a ser ingenuo cuando, cada año, apartaba de nuestra cosecha de patatas un saco para una de las familias más necesitadas del pueblo, sabiendo que nunca nos lo iba a poder pagar.

Me enseñó a ser ingenuo mi amiga y hermana mercedaria, ‘sister’ Teresa, allá por san Antonio (Texas). Una monja apache, con sus rasgos indígenas típicos marcados sobre su rostro. Se enfrentaba, después de haber pasado horas rezando delante del Santísimo, nada más y nada menos, que al gran imperio norteamericano, cuando salía cada tarde a manifestarse, con su guitarra y su hábito, para exigir la dignidad de las mujeres mexicanas, explotadas, chantajeadas y violadas en territorio norteamericano. Una mujer ingenua con el sueño inmortal dentro del alma.

Religiosos y religiosas portando velas

Me ha enseñado a ser ingenuo mi amigo, hermano y paisano, el P. Tomás, mercedario, empeñando su juventud en rescatar a los niños de la calle, “los niños limpiabotas”, de la marginación endémica y de la prostitución anunciada, con una ilusión imparable y una entrega total y gratuita. Un joven misionero ingenuo con un sueño inmortal dentro del alma.

Me enseñó a ser ingenuo mi amigo y misionero, ya fallecido, el P. Javier Gutiérrez, un bilbaíno intrépido y un niño grande, que tenía como un honor dormir en el suelo con los mendigos itinerantes en la hermosa isla de Puerto Rico, debajo de las palmeras, como los mismos itinerantes me contaron. Un santo de los que nunca van a canonizar oficialmente, pero que ya han canonizado los mendigos de Puerto Rico de manera solemne. Un santo con un sueño inmortal dentro del alma.

El gran ingenuo de la historia

Jesús es el gran ingenuo de la historia, el primer consagrado, del que tenemos mucho que seguir aprendiendo, por eso nos llamamos discípulos. Y los consagrados del año 2021 tenemos que seguir aprendiendo e imitando a Jesús, si queremos que nuestro sueño no termine en pesadilla. Porque aquí está la clave de bóveda de la vida consagrada: adherirse afectivamente a Jesús y vivir en primera persona sus bienaventuranzas. No hay vida consagrada sin una auténtica consagración, sin hacerse propiedad personal de Cristo. Es nuestra misión transmitir una idea no tergiversada de Dios. Nuestro tiempo de fragmentación nos lleva a sentir que la tierra por donde pisamos es pantanosa, y eso pone en cuestión el sentido de la vida.

Yo sueño con una vida consagrada asentada en la roca de Jesús y dispuesta a acompañar y a escuchar en un tiempo en que cada uno va a su bola y no mira a los lados del camino entre Jerusalén y Jericó. Sueño con una espiritualidad encarnada, solidaria y con olor a periferias. Una vida que se aleja de los ritualismos y jaculatorias para entrar en el terreno sagrado de la autenticidad, donde sepamos escuchar y discernir comunitariamente, sin miedo a que el Evangelio nos desmonte nuestros andamios espirituales y nuestros chollos interesados.

Sueño una vida consagrada que haga una lectura creyente de la realidad para no quedarse encerrada en sus castillos de invierno al calor de un carisma trasnochado por falta de adaptación a los tiempos que vivimos hoy. Solo así podremos expresar sin pudor nuestra experiencia de Dios. Asentados en una auténtica, no fingida, vida fraterna; entusiasmados con la misión que nuestros carismas nos regalan; en una apuesta indisimulada por lo “inter” desde un firme cultivo de procesos, donde los laicos no sean ayudantes sino insertos en la misión compartida; en una apuesta firme por la paz, la justicia y la integridad de la creación desde una vida que sea mística y profética, y donde la mujer pueda conseguir, al fin, la dignidad y responsabilidad que nadie debió arrebatarle nunca.