Tribuna

¿La santidad de la puerta de al lado necesita de los milagros?

Compartir

Hay libros que llegan en el momento oportuno y dejan huella. Para mí, uno fue Gente in Aspromonte, de Corrado Alvaro, capaz de aportar un atisbo de santidad donde nadie lo imagina y un estallido de lo cotidiano en lo sagrado. En una de sus páginas habla de tallas de santos con los rostros de “paisanos que han dejado de sufrir”.



Figuras que pueblan las iglesias medio abandonadas del campo, en hornacinas en las murallas de la ciudad y en pinturas importantes. Esas representaciones me han enseñado una pietas que llama a abrirse a una reforma litúrgica y a reflexiones teológicas.

¿Qué es la equivalencia?

Las beatificaciones y canonizaciones del tercer milenio son un poco misceláneas, elevan a los altares a fundadores y fundadoras, a papas y a mártires. Recuperan a santos venerados que habían quedado como “suspendidos” en el tiempo. Tales son los casos de Margarita de Città di Castello y Angela de Foligno que llegaron a los altares a través de “canonización equivalente”. Significa que se ha hecho una excepción para ellas dos al declararlas santas después de que su causa hubiera quedado congelada hace siglos.

Una equivalencia aquí es una derogación de los mecanismos habituales de la fábrica de los santos, una especie de amnistía que reconoce la reputación de santidad expresada por el pueblo cristiano que antecede a cualquier regulación. Estamos hablando, ante todo, del milagro de una vida compartida como pan, multiplicada en la confianza e iluminada por la gracia. En Gaudete et exsultate se lee esto y en el Motu proprio de 2017 (Maiorem hac diletionem) ensancha los parámetros del martirio. Sería deseable que desapareciera el requisito de los milagros acreditados después de la muerte del santo. O si no desapareciese, al menos, que no tuviera tanto peso.

Santos sin fronteras

Sigue vigente el requisito del milagro, un elemento que provoca una tensión considerable en los comités de quienes presentan a alguien para el proceso de canonización. El aire que se respira es diferente e invita a los altares a esos “santos de la puerta de al lado” (GE 6). Conviene aclarar que no supone rebajar las exigencias de la vida cristiana, sino que nos enseña a reconocerlas en los caminos menos predecibles y quizá más evangélicos. Cómo no recordar algunos pasajes clave de esta exhortación apostólica que no se limita a dignificar los gestos cotidianos y los pequeños detalles del amor (n. 145), sino que bendice la vida de quienes viven la santidad llamándola con otros nombres. Esta dimensión se expresa en las palabras de Edith Stein:

“En la noche oscura surgen los grandes profetas y santos. Mientras, la corriente vivificante de la vida mística permanece invisible. Seguramente los acontecimientos decisivos de la historia del mundo han estado influenciados por almas de las que no se dice nada en los libros. Y cuáles son las almas a las que tenemos que agradecer los hechos decisivos de nuestra vida personal, es algo que solo conoceremos el día en que todo lo que está oculto se revele”.

Grandes gestos, hasta entregar la vida, y pequeñas atenciones evangélicas que podemos aplicar en nuestros hogares.

Una misionera de la Caridad atiende a una enferma de Sida en Haití/CNS

El pequeño detalle de que se estaba acabando el vino en una fiesta. El pequeño detalle de que faltaba una oveja. El pequeño detalle de la viuda que ofreció dos monedas. El pequeño detalle de tener aceite de repuesto para las lámparas por si el novio llega tarde. El pequeño detalle de pedir a los discípulos que vean cuántos panes tienen. El pequeño detalle de tener un fuego listo y un pescado a la parrilla esperando a los discípulos al amanecer.

Las raíces y el futuro

En la lista de canonizaciones de los últimos años, hay muchas mujeres fundadoras de congregaciones religiosas. Hay que lamentar la ausencia casi total de laicas, excluyendo mártires y padres de consagrados. La historia de esas mujeres es sometida a lectura por la Congregación para las causas de los Santos porque lleva consigo la vida de otras, su memoria espiritual, su entrega y su deseo de futuro. Es muy importante y nunca debe olvidarse, por encima de cualquier cálculo estadístico.

Una última observación: la memoria devota no siempre se expresa de manera apropiada. Los imaginarios de quienes ofrecen espiritualmente su vida a Dios son generosos, pero desarticulados, porque proyectan sobre Dios escenografías que no se corresponde con las del Padre misericordioso de los Evangelios. Manteniendo lo bueno, despojándolo de lo inapropiado, alcanzaremos una gran cota de espiritualidad.

*Artículo original publicado en el número de noviembre de 2021 de Donne Chiesa Mondo. Traducción de Vida Nueva

Lea más: