Tribuna

La necesidad real de guías y formadores… con nombre de mujer

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Los ministerios de la Iglesia católica son de dos tipos: los que requieren la ordenación sacramental y los que no. Este segundo tipo, llamado el ministerio carismático, hace uso de la presencia, en los miembros de la Iglesia, de capacidades y dones particulares (carismas). Las actitudes y talentos que conducen a un ministerio de acompañamiento espiritual pertenecen a esa variedad de dones que el Espíritu de Dios otorga a los miembros de la Iglesia, mujeres y hombres, laicos y sacerdotes o religiosos profesos, para apoyar y construir el cuerpo de Cristo (1 Corintios 12, 4-11).



Llevar a cabo el ministerio de acompañamiento y discernimiento significa caminar junto a otras personas para ayudarlas a vivir de la mejor y más plena manera posible. Será útil aclarar qué no es este ministerio. El padre Antonio Spadaro y Louis Cameli escribieron: “el discernimiento no es una forma de diagnóstico, resolución de problemas o de ‘casuística’”. Estas actividades se centran en un problema, mientras que en el acompañamiento nos centramos en ‘una vida en el camino, una persona que avanza en el camino hacia Dios’”(La Civiltà Cattolica, 9 de junio de 2016, p.7) .

Los dones y las actitudes deseables en los acompañantes espirituales son: disponibilidad y capacidad de escuchar atenta y generosamente lo que otros cuentan sobre su experiencia de oración y vida; capacidad para ayudarlos a reflexionar sobre su experiencia en las formas indicadas por la tradición bíblica y la tradición cristiana espiritual y teológica; y finalmente la capacidad de ayudarlos, comenzando precisamente con esta reflexión, en las elecciones que dan forma y dirección a su existencia. En apoyo de estos dones, se requiere una atención particular del otro que, despojado del egoísmo, lleva a tratar al prójimo de manera imparcial y objetiva.

En los países anglosajones, los programas de formación de acompañamiento espiritual existen desde hace unos cincuenta años. Las órdenes religiosas, y en particular los jesuitas, fueron los primeros en establecer programas de formación destinados a reconocer y favorecer en mujeres y hombres los dones, el conocimiento y la experiencia necesarios para este ministerio. Los mejores programas ponen gran énfasis en la enseñanza de teología, espiritualidad cristiana y psicología contemporánea, al tiempo que dedican tanta atención a la práctica del acompañamiento a través de métodos pedagógicos interactivos cuidadosamente monitoreados.

Terapia

El impulso provino de varias fuentes. Desde la convicción teológica, de que Dios llama a todos los cristianos a la santidad y que todos los bautizados tienen un papel que desempeñar en el ministerio en la Iglesia de acuerdo con las circunstancias, actitudes y dones. Y a lo largo de los años, el uso generalizado de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola, la evidente eficacia de los retiros guiados individuales y el crecimiento global, y transversal a todas las denominaciones cristianas, de la “familia ignaciana”, han llevado al acompañamiento y el discernimiento al corazón de la vida espiritual de millones de cristianos.

En este ministerio las mujeres han jugado, y juegan, un papel esencial. Muchas, además de ofrecer orientación espiritual en la vida diaria, participan en la realización, guía y gestión de los programas de formación al acompañamiento. Algunas tienen importantes roles de liderazgo en el apostolado jesuita de la formación espiritual de adultos en Gran Bretaña, Sudáfrica y otros lugares. Y libros y artículos escritos por mujeres –Maureen Conroy, Kathleen Fischer, Carolyn Gratton, Margaret Guenther, Elizabeth Liebert, Janet Ruffing– ofrecen profundas contribuciones a la formación y el apoyo permanente de quienes se dedican al acompañamiento y al discernimiento en todo el mundo.

A pesar de estos cambios, muchos fieles no logran recibir hoy el cuidado pastoral eficaz que desean y merecen. Existe una gran desconfianza hacia el clero ordenado masculino. Muchas mujeres –esposas, madres, solteras o que viven en relaciones personales no tradicionales–  se sienten más seguras, libres y entendidas al discutir con una mujer las cuestiones personales de la vida y la fe. De forma análoga, muchos hombres desean valorizar dimensiones más “femeninas” en su existencia y aprecian el punto de vista de una mujer. Es probable que quien ha sufrido abusos por parte de un hombre elija ser acompañado por una mujer. Es necesario que un número mayor de mujeres dedicadas y capaces se comprometan en el acompañamiento que el Papa Francisco indica como objetivo de la práctica pastoral de una Iglesia que mira hacia el futuro.