Tribuna

La mujer y la música

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La música aparece en la Biblia desde el comienzo de la historia. Dios encomienda a los seres humanos la responsabilidad de llevar adelante la creación, de desarrollar sus potencialidades (Gn 1,28), y los primeros descendientes de Caín se ponen a gobernar, dominar y recrear la tierra desarrollando una serie de inventos, entre ellos, la música (Gn 4,17-22).



No solo eso; estos inventores se convierten en fundadores de sagas, y maestros capaces de transmitir el conocimiento a otros. Así, Israel, haciendo el recuento de sus antepasados ilustres, reconoce que, desde el principio existieron “compositores de canciones según las normas del arte, autores que pusieron por escrito sus proverbios” (Sir 44,5).

Los autores bíblicos consideran, pues, la música, junto con la agricultura o la metalurgia, como una expresión de la creación de cultura, entendida como transformación del mundo. La música aparece como un modo de expresión y comunicación; una forma de cultivar lo más propio del ser humano, su capacidad de modelar y transformar la realidad; su capacidad creativa, para desentrañar las posibilidades ocultas en lo profundo de las cosas y convertirlas en dadoras de sentido.

La música resuena en la Biblia como una melodía de fondo: los varones israelitas cantan después del paso del Mar Rojo (Ex 15,1-18), y las mujeres hacen sonar sus panderetas, cantan y bailan compartiendo su alegría (Ex 15,19-21); se canta en los banquetes y se oyen los instrumentos en las fiestas (Is 5,12; Sal 45,1; Sir 32,6).

Hay cantos propios de las fiestas litúrgicas (Sal 121; Mt 26,30) y los oficios religiosos (1 Cro 25,3-7), y se componen melodías para rezar comunitariamente (Sal 69,1) o para que brote el agua de un pozo excavado (Nm 21,16-18); participar en los coros habla de la implicación en la comunidad (Mt 16,19), y, por esa razón, no interrumpir un canto es una muestra de madurez (Sir 32,3); incluso la naturaleza interpreta su propia melodía (Job 38,7; Is 55,12) adhiriéndose a la alegría de los seres humanos.

Música para profetizar

La música adquiere, así, un cierto valor sacramental en cuanto instrumento privilegiado de comunicación hace posible el diálogo entre Dios y los seres humanos, hasta el punto de que el ritmo de las melodías es una pista de discernimiento (Ex 32,18), y los distintos sonidos de los instrumentos de una orquesta son una buena metáfora de los carismas en la Iglesia (1 Cor 14,7); el profeta Isarías aprovecha la música para profetizar sobre Israel (Is 5,1-7), y de Ezequiel se burlan sus contemporáneos llamándolo “coplero de amoríos” (Ez 33,32), como si su palabra sonara cual melodía para animar y entretener:

“Y así mi pueblo viene y se sienta delante de ti, como es su costumbre hacerlo, para oír tus palabras. Pero no las ponen en práctica. Las repiten como si fueran canciones amorosas, pero su corazón va tras el dinero. Ellos te consideran como uno que canta canciones amorosas, que tiene hermosa voz y toca bien el arpa. Escuchan tus palabras, pero no las ponen en práctica” (Ez 33,31-33).

Así, la fuerza de la música para potenciar el mensaje es tal que algunos textos hacen pensar que el mismo Dios compone música (Dt 31,19). Este valor sacramental se pone de manifiesto, además, cuando se atribuye a la música poder curativo (1 Sam 16,14-23), y cuando el canto ayuda a exteriorizar el lamento y la pena (Sal 137), hasta el punto que el silencio puede tener un valor pedagógico para denunciar el pecado y la injusticia:

“¡Alejad de mí el ruido de vuestros cantos! ¡No quiero oír el sonido de vuestras arpas! Pero que fluya como agua la justicia, y la honradez como un manantial inagotable” (Am 5,23-24).

Gesto de hospitalidad y alegría

Teniendo todo esto presente, no extraña ver a las mujeres formando parte de coros y grupos musicales para celebrar los distintos momentos de la vida con melodías e instrumentos musicales. Con música celebraron las mujeres el paso del Mar Rojo (Ex 15,20-21), y con música fue recibido Jefté cuando volvió a su casa en Mispá y “la única hija que tenía salió a recibirle bailando y tocando panderetas” (Jue 11,34) en un gesto notable de hospitalidad y alegría.

Con música y melodías para cantar por las calles (1 Sam 18,6) celebraban las victorias de David y se unían a las peregrinaciones festivas con cantos e instrumentos (2 Sam 6,5.14-15); y con un canto de alabanza, el Magnificat (Lc 1,46-56), María, la Madre de Jesús celebró su papel en la historia de la salvación, y la Iglesia continúa esa alabanza al haberlo incorporado a la liturgia cristiana

Las mujeres se desvanecen

Sin embargo, una lectura atenta de la Biblia también nos permite advertir que, en algunos momentos de la historia de Israel, la participación de las mujeres en los coros que celebraran victorias; la expresión de su hospitalidad con cantos e instrumentos; su participación en las fiestas de peregrinación… se fue desvaneciendo.

No sólo eso; llegará un momento en que el binomio mujer-música se convertirá en una imagen polémica relacionada, sobre todo, con la idolatría y el culto alternativo, llegando a asociarse mujer, música y prostitución.

La reforma religiosa deuteronómica que arranca en el s. VIII de la confrontación con el mundo cultural asirio, y que se consumará a la vuelta del destierro, reducirá la presencia de las mujeres al ámbito de lo privado, y concentrará cualquier celebración religiosa de Israel en el único templo autorizado.

Esta centralización cultural, que constituye una innovación colosal de la fe israelita que disponía que el culto a Yahvé podía tributarse “en cualquier lugar donde se conmemore mi nombre” (Ex 20,24), está vinculada a la necesidad de purificar el culto a Yahvé contaminado en sus expresiones populares de elementos propios de las tradiciones cananeas.

Cantos e instrumentos del culto

Así, la preocupación principal de la reforma será imponer la unidad y el exclusivismo de la religión yavista, asegurando la identidad de Israel frente a las influencias externas, y consolidando un sentido de pertenencia a la nación más allá de los avatares históricos.

En este marco, es perfectamente comprensible el interés de los teólogos deuteronómicos en focalizar la atención de los israelitas en la vida del templo, y concentrar allí toda celebración pública de la fe de Israel. Como consecuencia, la música dejará de escucharse en el trasfondo del ritmo de la vida del pueblo, aunque se convertirá en una expresión de memorias y reivindicaciones de grupos marginales; se ritualizará y sólo se hablará de los cantos y los instrumentos del culto.

Sin embargo, en Babilonia, los desterrados cantarán juntos a los canales en cuya construcción fueron probablemente empleados (Sal 137); juntos cantarán Pablo y Silas en la prisión (Hch 16,25); y el canto y la música se escucharán por todas partes en la liturgia triunfal del Apocalipsis (Ap 5,9; 14,3; 15,3).

Liturgias alternativas

Las mujeres, excluidas de los cuadros de músicos y cantores del templo, comenzarán a desarrollar liturgias alternativas de corte familiar que se irán revelando como heterodoxas (Jer 7,16-20; 44,17-19); no sólo eso, la arqueología nos permite intuir que en esos cultos femeninos alternativos tendrá un importante rol la música; así, conservamos una talla de marfil del periodo del Bronce encontrada en Tel el Farah (sur) con una representación de una figura femenina tocando un instrumento de viento.

En Kuntillet Ajrud, al noreste de la península del Sinaí, en lo que podía ser un santuario popular cerca del camino comercial de la costa, los arqueólogos de la universidad de Tel Aviv descubrieron una jarra del s. VIII a.C. con una representación de una divinidad femenina sentada en una suerte de trono tocando la lira, y una inscripción que ha dado lugar a todo tipo de especulaciones: “Te bendigo por Yahweh de Teman y por su Asherah. Pueda él bendecirte, cuidarte y ser (contigo), mi Señor”.

Además, en muchísimas excavaciones del territorio de Palestina se han encontrados figuritas femeninas de terracota relacionadas con los cultos de fertilidad, que siempre llevan un pandero en la mano.

Señales distintivas de las prostitutas

Pero toda esta impronta alternativa y reivindicativa será contestada desde la palabra de los autores bíblicos convirtiendo la música en una de las señales distintivas de las prostitutas, las mujeres que, por definición, desafiaban la reclusión femenina en el ámbito de lo privado: “En aquel tiempo, Tiro será echada en olvido durante setenta años, el tiempo de la vida de un rey.

Al cabo de los setenta años se le aplicará a Tiro lo que dice aquella canción de la prostituta: “Prostituta olvidada, toma tu arpa, recorre la ciudad, toca buena música y entona muchos cantos, a ver si se acuerdan de ti” (Is 23,15-16). No sólo eso; las palabras melodiosas de las mujeres serán vistas como una seria amenaza contra el cumplimiento de la ley por parte de los varones israelitas: “Hijo mío, los mandamientos y las enseñanzas son una lámpara encendida; las correcciones y los consejos son el camino de la vida. Te protegerán de la mujer malvada, de las palabras melosas de la mujer ajena” (Pr 6,23-24).

Por todo lo dicho, la mujer y la música constituyen a lo largo de la historia de la salvación un buen termómetro de la vida del pueblo. La mujer y la música hablan de la alianza de Dios con la humanidad que la hace capaz, por la cultura, de construir la casa común (Laudato si’ 13); como telón de fondo y pentagrama de los momentos cruciales de la historia; como reivindicación de los grupos silenciados; y como palabra de alabanza y súplica al Señor de la creación y la historia.

Fiesta con banda sonora

La mujer y la música visibilizan la condición comunitaria del ser humano; su vinculación con esta creación y esta historia; y su capacidad para encontrar a Dios y celebrarlo más allá de los lugares previsibles y acostumbrados.

No es extraño que la Biblia se cierre con una mujer en medio de una fiesta en la que suena la música: la Jerusalén celestial (Ap 21), vestida como una novia para la fiesta de la boda del Cordero que llega acompañado de su cortejo, “ciento cuarenta y cuatro mil personas que tenían escritos en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre” (Ap 14,1), en una fiesta cuya banda sonora es:

“Un sonido que venía del cielo; era como el sonido de una cascada, como el retumbar de un fuerte trueno; era un sonido como el de muchos arpistas tocando sus arpas” (Ap 14,1b-2).

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