Tribuna

La masacre de Srebrenica: el recuerdo del horror

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Pocas situaciones personales estremecen con la intensidad que transmite un paseo por la actual Srebrenica y el Memorial de Potocari. Las huellas del genocidio siguen estando presentes 25 años después. La situación geográfica del enclave, rodeado de bosques y con la única salida del mismo con dirección a la frontera serbia, favorecieron la comisión del asesinato premeditado de la población bosnio-musulmana que se agolpó al abrigo de la zona protegida por mandato de Naciones Unidas.



Conviene reflexionar sobre lo acontecido entre los días 10 y 14 de julio de 1995 en un año en el que también se conmemora el 75º Aniversario de la creación de Naciones Unidas. Ya que la inacción de los cascos azules holandeses de UNPROFOR, así como su incapacidad sumada a la falta de voluntad de cumplir con su deber de protección de la población civil, desató una ola de terror que segó la vida de más de ocho mil refugiados bosnio-musulmanes (8372 oficialmente). Mayoritariamente hombres y niños que trágicamente acuñaron el término de generocidio; es decir, las fuerzas paramilitares serbias realizaron una deliberada operación genocida cuyo objetivo fue la población masculina.

No constituyó un episodio aislado en el conflicto de Bosnia, aunque sin duda, fue el más sangriento y brutal del conjunto de las denominadas operaciones de limpieza étnica. Perpetrado por el general del ejército serbo-bosnio Ratko Mladic, se produjo en el contexto del complejo conflicto que se estaba desarrollando en la República de Bosnia-Herzegovina desde su declaración de independencia –en 1991– y su posterior reconocimiento internacional mayoritario por parte de la comunidad internacional durante el mes de abril de 1992. ¿Qué objetivo perseguían las denominadas “operaciones de limpieza étnica”? Materializar mediante la expulsión y la expropiación de las propiedades de la población bosnio-musulmana la anexión de territorios mediante un criterio de exclusión étnica.

La definición de genocidio acuñada por Lemkin se ajusta a la perfección a lo acontecido en Srebrenica: eliminación física de un grupo étnico con un diseño previo de la ejecución planificada. Esta pequeña localidad fronteriza con Serbia fue objetivo militar de los paramilitares serbo-bosnios desde el año 1992. Declarada zona segura por la ONU en el mes de abril de 1993 junto a otras poblaciones –como Tuzla, Sarajevo, Bihac, Zepa y Gorazde– las fuerzas de UNPROFOR asumieron la responsabilidad de proteger a la población civil, por mandato del Consejo de Seguridad. En una acción previamente planificada por Radovan Karadzic –el líder político de los serbo-bosnios en la autoproclamada República Serbia de Bosnia (Sprska)– la toma de Srebrenica fue ejecutada por el mencionado general Mladic. Se inició el día 10 de julio, aunque la ocupación efectiva del enclave se produjo al día siguiente.

Masacre de Sebrenica

Ante la pasividad del escaso contingente holandés de UNPROFOR y la ausencia de cobertura de la OTAN, la población civil bosnio-musulmana, que se había hacinado en un enclave declarado como seguro y al margen de acciones militares por parte de Naciones Unidas, quedó desamparada en manos de las tropas serbias. Hablamos de más 30.000 personas. La venganza serbia se anunciaba por Mladic en la televisión serbia y es rescatable en la actualidad: “Ha llegado el momento de vengarse de los musulmanes”.

Srebrenica fue el escenario de una sangrienta pesadilla durante tres días. Enterrados en fosas comunes, la labor de la identificación de las víctimas todavía continúa debido a la dispersión de los restos de un mismo cuerpo en diferentes sitios. La inacción del coronel Thomas Karremans (UNPROFOR), impidiendo a los civiles refugiarse en el cuartel de los cascos azules, sigue siendo objeto de vergüenza moral. El horror reportado durante esos días obligó a la comunidad internacional a reaccionar: la OTAN intensificó sus bombardeos desde el mes de septiembre de 1995 y forzó la finalización de la guerra. Aunque la reacción inicial de Naciones Unidas no pasó de la condena de los hechos.

Las consecuencias más importantes a raíz de la masacre de Srebrenica fueron las siguientes: la firma de los Acuerdos de Dayton, que confirmaron las conquistas territoriales realizadas a través de las operaciones de limpieza étnica y la integración del enclave en la República Serbia de Bosnia (Sprska) además de la creación de una Bosnia-Herzegovina confederal con tres entidades étnico-territoriales: bosnia, serbia y croata; la intensificación de la labor del Tribunal Penal para la Antigua Yugoslavia juzgando crímenes de genocidio, contra la humanidad y de guerra cuya actividad finalizó en 2017 con 161 condenas –entre ellas las sentencias de cadena perpetua de Mladic y Karadzic– y predecesor de la actual Corte Penal Internacional.

Inacción europea

Si las responsabilidades individuales se ha sustanciado, no ha sucedido lo mismo con los Estados involucrados y con Naciones Unidas, que solo reconoció errores en el mandato del Consejo de Seguridad y en la cadena de mando de UNPROFOR. Únicamente han prosperado algunas demandas individuales de familiares de las víctimas presentadas en Holanda por la actuación de sus cascos azules durante aquellos días de julio de 1995, así como la dimisión del gobierno neerlandés tras la publicación del Informe Niod, en 2002.

La inacción de la entonces Comunidad Europea, que se repite sistemáticamente en la escena internacional, propició no solo la catástrofe humanitaria sostenida en el tiempo en Bosnia sino, en buena medida, que finalmente se produjese el horror de Srebrenica. Los radicales serbo-bosnios se creyeron imparables en su ola genocida y consumaron la tragedia. La ciudadanía europa asistió –anestesiada– a esta tragedia en directo, en una suerte de habituación a las sangrientas imágenes diarias.

Cada 11 de julio se realiza una ceremonia en el Memorial de Potocari con la inhumación de los restos que continúan identificándose –25 años después– en medio de unas complejas relaciones interétnicas. Homenajear y recordar a las víctimas constituye una ineludible obligación moral. Pero, en especial, que la historia sirva de aprendizaje en tiempos convulsos: estas son las consecuencias de la xenofobia, del odio al diferente al que se toma como chivo expiatorio y, en definitiva, de la incapacidad de establecer lazos de convivencia entre seres humanos distintos y complementarios. Imprescindible, a mi juicio, en tiempos de post-Covid.

José Ángel López Jiménez, profesor de Derecho Internacional Público de la Universidad Pontificia Comillas/ICADE. Coautor de ‘Zonas Protegidas y operaciones de mantenimiento de la paz. Lecciones identificadas y lecciones aprendidas en conmemoración del 20º aniversario de la masacre de Srebrenica’, ed. Dykinson, Madrid, 2016.